Cambio de gobierno y democracia en los Estados Unidos

El miércoles 6 de enero, Estados Unidos dejó ver una faceta social y política que no había mostrado a lo largo del tiempo, pero que muchas personas intuíamos que podía aparecer, aunque no necesariamente de la manera como aconteció, es decir, con violencia y en contra de una institución del Estado.

Me refiero a la irrupción de decenas de ciudadanas y ciudadanos en el Capitolio federal estadounidense, sede del Poder Legislativo de ese país, con el fin de detener la autentificación, por parte del Congreso, de los votos del Colegio Electoral, así como la certificación de la victoria del candidato demócrata a la presidencia de la Unión Americana, Joe Biden, por un 51 por ciento, frente al 49 por ciento del candidato y presidente Donald Trump, del Partido Republicano.

Lo que ocurrió aquel día tiene que ver con diversas consideraciones, entre las que destacan el estilo personal de gobernar del presidente Trump, sus aseveraciones respecto a la perpetración de un fraude en los recientes comicios presidenciales, el llamamiento a sus simpatizantes para no permitir el supuesto robo de la elección, así como a otras que se han venido acumulando y manifestando desde hace tiempo en el vecino país, como el racismo estructural.

La Unión Americana es una nación compleja, debido a que se encuentra casi completamente formada de inmigrantes, aunque las personas blancas aún representan el grupo étnico mayoritario, y la población WASP, es decir, las personas blancas anglosajonas protestantes, domina a la sociedad, lo cual se ha reflejado en un racismo que se ha venido incrementando por parte de un amplio sector de la comunidad blanca hacia los otros grupos étnicos allí presentes.

La población afroamericana, desplazada en contra de su voluntad, sigue siendo la menos favorecida y no está necesariamente bien integrada a una hipotética nación estadounidense. Por su parte, las poblaciones hispana y asiática construyen sociedades separadas, ignorando el modelo WASP.

Otra deriva estructural es su sistema económico liberal exacerbado o neoliberal:

En su componente político, el neoliberalismo tiende [sic] a reducir los espacios democráticos amenazando los cimientos de la ciudadanía. Las privatizaciones […], las deslocalizaciones masivas de industrias, el cuestionamiento de los programas de salud universales, […] revelan el “real rostro” del capitalismo contemporáneo*.

Esto nos conduce a otro de los elementos estructurales que han socavado la democracia de esa nación: el dinero. En efecto, el poder financiero se ha situado por encima del poder político a tal grado que la Unión Americana es considerada por algunos politólogos como una plutocracia y no una democracia en la que se llevan a cabo, por una buena parte del gobierno estadounidense, no pocas acciones que benefician a los intereses corporativos.

Por otra parte, si hablamos de modelos políticos, se debe subrayar que el sistema electoral de la Unión Americana es arcaico y que en él no se elige mediante voto directo a quien ocupa la presidencia del país. Así, quien aspire a esa responsabilidad también puede ganar con el voto mayoritario del gran electorado y no con el voto mayoritario de la población (voto popular).

Además, coexisten ya desde hace algún tiempo dos fuerzas centrífugas que implosionaron y se manifestaron en el seno mismo del Capitolio. Por un lado, la de un orden social y político actual, respaldado por una clase política que se ha alternado el poder en diferentes momentos, pero que ideológicamente es bastante homogénea, a pesar de los matices que puedan existir al interior de sus partidos políticos: el Demócrata y el Republicano.

Por otro lado, está presente una fuerza centrífuga que representa a lo más radical, ideológicamente hablando, del electorado estadounidense, el cual vio en Donald Trump la recuperación del predominio perdido a nivel racial, económico y social.

Una extrema derecha que se ha opuesto a la inmigración; a la pérdida de empleos en favor de la deslocalización de la industria y de la inmigración, amplificando con ello el racismo y la xenofobia; a la integración de las minorías raciales a la sociedad y, desde luego, al statu quo prevaleciente hace décadas.