Fortunas del infortunio
El 2019 fue un parteaguas para la comunidad internacional. El brote en China de la nueva enfermedad, COVID-19, alertó a las autoridades sanitarias de las Naciones Unidas y de los distintos países, pero con la poca información disponible la propagación se extendió rápidamente por todo el globo, tomando por sorpresa a los sistemas nacionales de salud.
En aquellos días, mucho se hablaba de que todos los países estábamos en el mismo barco, pero hoy comprendemos que no es así. Siguiendo la analogía, podríamos decir que todos estamos en el mismo mar, pero algunos van en balsas y otros en navíos.
Como se ha manifestado en múltiples ocasiones, la región de América Latina sufrió mayormente los estragos de la pandemia, tanto en el número de vidas humanas perdidas como en la contracción económica y el endeudamiento, además de que para la adquisición de las vacunas anti-COVID-19 enfrentamos más dificultades que las naciones desarrolladas, lo que ha representado un retroceso en el combate a la pobreza y la desigualdad en la región.
Si bien la desigualdad mundial tuvo su mayor aceleración a partir de la década de 1980, con el inicio de la implementación del modelo neoliberal como paradigma de crecimiento económico, la actual crisis de salud ha recrudecido este fenómeno. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Latinoamérica, antes de la COVID-19, el uno por ciento de la población con mayores ingresos concentraba el 27 por ciento de todos los ingresos nacionales antes de impuestos, mientras que el 50 por ciento inferior percibía sólo el 10 por ciento.
Asimismo, las estimaciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señalan que la pobreza en la región se elevó del 30.5 por ciento en 2019, al 33.7 por ciento en 2020: un aumento del 11.3 por ciento al 12.5 por ciento en la pobreza extrema, y del 269 por ciento en el número de personas con inseguridad alimentaria severa, lo que eleva el total a 16 millones de personas.
En contraste, la gente más rica del mundo ha vivido una situación menos complicada, e incluso favorable, para sus fortunas. Al inicio de la pandemia en esta parte del mundo, en marzo de 2020, Forbes publicó que existían 76 personas multimillonarias en América Latina y el Caribe, con un patrimonio conjunto de 284 mil millones de dólares, pero al 17 de mayo de 2021 estos datos habían experimentado importantes cambios, sumando 107 personas multimillonarias con un patrimonio neto combinado de 480 mil millones de dólares.
De las 31 nuevas personas multimillonarias surgidas en este periodo, dos son de nacionalidad mexicana, destacando en los rubros de infraestructura e inversión aeroportuaria, lo que nos advierte, por una parte, de la desigualdad creciente y, por otra, de la necesidad de una reforma fiscal que ajuste las contribuciones a la nueva normalidad, en que la población en situación de pobleza ve cómo ésta se recrudece, y la más rica acelera el crecimiento de su fortuna.
Se vuelve preciso revisar el cumplimiento de los principios constitucionales de equidad y proporcionalidad, a fin de evitar mayores cargas tributarias para quienes luchan día a día por subsistir, e impedir la evasión y el trato preferencial del uno por ciento más acaudalado.
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