La consulta: ¿más vetos que votos?
La consulta no sólo será un juicio ciudadano a los expresidentes del período neoliberal. Será un corte de caja con el pasado.
Las encuestas revelan que sí hay interés legítimo de la ciudadanía en el tema. Pero esa misma disposición de participar no se ve en la instancia encargada de organizarla, promoverla, instalar los centros receptores del voto, contar las boletas y cantar los resultados.
El INE luce distante, absorto y hasta distraído de este ejercicio de democracia participativa directa que es la consulta sobre los expresidentes de México, en la que se va a preguntar si procede o no enjuiciar a Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Ernesto Peña Nieto.
A una semana de que se realice la consulta no hay información, difusión ni organización a la vista, como suele mostrarse y sentirse en los días previos a una elección ordinaria. Y tal vez ésa sea la clave: la consulta sobre los expresidentes es algo tan extraordinario, inédito e inusual, que probablemente por eso el responsable de la organización no se encuentra preparado para llevarla a buen puerto.
Otro factor que podría estar aletargando la realización de la consulta es la falta de recursos económicos para que el organizador despliegue cabalmente sus dotes probados de buen promotor e impulsor de elecciones limpias, transparentes y convincentes. Además de la falta de presupuesto, se ha argumentado una “falta de interés ciudadano” para reclutar a las personas escrutadoras y funcionarias electorales de los centros de recepción del voto.
Por último, pero no lo último, nos encontramos con la intensa campaña de desprestigio y desinformación que se mantiene activa en diversos medios y canales de comunicación, para crear un cerco y un bloqueo a la primera consulta ciudadana de naturaleza no electoral en la historia reciente del país.
Los argumentos anticonsulta van desde la redacción encriptada de una pregunta formulada sólo para las personas iniciadas en el esoterismo político, hasta la imposibilidad de alcanzar un umbral de sufragios (más de 40 millones) que no ha obtenido ni el presidente más votado en la historia de la nación.
De pronto, la retahíla de “argumentos” contra la consulta empezó a repetirse por todos lados y a todas horas: “No pierdas tu tiempo. Esa consulta es ociosa, porque los presuntos delitos ya prescribieron, porque no se alcanzarán los votos para hacerla obligatoria y porque se trata de desviar la atención de los problemas verdaderos del país”.
Si los conservadores y seguidores de los expresidentes fuesen más estratégicos, estarían promoviendo una movilización colectiva por el No. Un No masivo, contundente e inobjetable les daría a los exmandatarios una carta ciudadana de buena conducta y una inmunidad política de la que en este momento no disfrutan.
Pero esta visión no se percibe en los detractores de la consulta. Por el contrario, se nota el desdén, el rechazo y el miedo a preguntar a la gente, porque para ellos es más importante vetar la participación ciudadana que votar por su expresión libre y democrática.
La consulta no sólo será un juicio ciudadano a los expresidentes del período neoliberal. Será un corte de caja con el pasado, para dejar atrás, de una vez por todas, el agravio de varias generaciones de mexicanas y mexicanos que padecieron el atropello de la impunidad, y sólo hasta ahora tendrán el bálsamo de la justicia que proporciona la experiencia de ser parte del primer jurado popular colectivo en la historia de nuestro país.
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