A 500 años de la conquista
Gracias a la conquista, padecemos en buena medida una ancestral desigualdad, dependencia, marginación.
Hace medio milenio aconteció la toma de Tenochtitlán a manos de una alianza militar entre un pequeño ejército de españoles, dirigidos por Hernán Cortés, y diversos pueblos originarios de Mesoamérica, entre los que destacaba la Confederación de los Tlaxcallan o pueblos tlaxcaltecas.
¿Qué significó este evento? Con los ojos y conceptos del presente, hoy podemos analizar este hecho desde dos ángulos, por lo menos.
1) Choque de civilizaciones. Entraron en contacto —y luego, en conflicto— dos cosmogonías diferentes. La española cristiana etnocentrista contra la indígena politeísta comunitaria. Dos formas distintas de entender la vida, la economía, la religión, la sociedad y la autoridad misma.
Ninguna de estas civilizaciones tenía claramente identificado lo que vendría después: el nacimiento de una nueva sociedad, esencialmente híbrida, que se armaría con lo mejor y lo peor de ambos mundos.
Por ejemplo, Cristóbal Colón, años atrás, nunca tuvo claro que estaba en un nuevo continente. Murió pensando que había llegado a las Indias. Edmundo O’Gorman ha señalado que América no fue descubierta, sino inventada, en función de la necesidad que el imperio español tenía hace 500 años de acumular oro, territorio y poder.
Y fue esta necesidad ingente de acumulación originaria de riqueza la que motivó e impulsó la conquista violenta de los territorios y pueblos originarios de América; de manera destacada, de lo que hoy es la nación mexicana.
En este sentido, habrá que considerar la sangrienta y violenta toma de México-Tenochtitlán como un ejemplo histórico del papel de la violencia en el despegue y la expansión del capitalismo europeo, que para sostenerse requería de la dependencia económica, la desigualdad estructural y el sometimiento militar y político.
Así que, gracias a la conquista, padecemos en buena medida la ancestral desigualdad, dependencia, marginación y discriminación que lastra a nuestra sociedad.
2) Sincretismo civilizatorio. No todo fue desgracia en la llamada conquista española. Su principal aportación tal vez tengamos que ubicarla en el surgimiento de una nueva raza, cultura y sociedad, forjada en una variedad de sincretismos (soluciones híbridas), que podríamos sintetizar en un solo concepto: mestizaje social.
Siguiendo a Edmundo O’Gorman, gracias a ese sincretismo civilizatorio inventamos una nación (México), con un Estado mitad federal y mitad central; con una economía mitad privada y mitad pública; un mercado mitad libre y mitad subsidiado; una democracia mitad ciudadana y mitad paternal; una ciudadanía mitad participativa y mitad contemplativa; con dos grandes Méxicos, el del norte y el del sur; con dos grandes bloques sociales, los de arriba y los de abajo, y con una vida pública crecientemente polarizada entre quienes están arriba y no quieren bajar, y quienes están abajo y luchan por subir.
Toda invención requiere de innovación. A 500 años de aquel suceso fundacional, debemos superar el choque de las civilizaciones y el sincretismo resarcitorio, con un punto final a todos los “ismos” que nos mantienen a la mitad del camino entre lo que fuimos y lo que podemos ser: colonialismo, autoritarismo, materialismo, marginalismo, ostracismo y el inocultable “gandallismo” social, económico y político.
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