Nicaragua; la transformación inconclusa

León Trotsky señaló que “la  revolución  permanente,  en  el  sentido  que  Marx  daba  a  esta  idea,  quiere  decir una  revolución  que  no  se  aviene  a  ninguna  de  las  formas  de  predominio  de  clase”.

Aunque su postura fue la misma desde antes de la Revolución rusa de 1917, por oponerse a la burocratización del movimiento que pretendía acabar con las inequidades generando otras, fue perseguido y exiliado, lo que resultó en un largo peregrinar que culminó en México, acogido por el Gobierno de Lázaro Cárdenas, quien además de ser simpatizante de las causas sociales actuó de manera consecuente con la tradición de nuestra política exterior.

Este pasaje nos permite reconocer que existen constantes en la historia, algunas para bien y otras no tanto. El caso de Nicaragua llama a la reflexión, especialmente ahora que Daniel Ortega asumirá el cargo de su cuarto periodo presidencial consecutivo, lo que se suma a su primer mandato de 1985 a 1990, el cual no pudo continuar al perder las elecciones contra Violeta Chamorro, la primera mujer en el continente en ocupar la titularidad de un poder ejecutivo nacional, quien gobernó de 1990 a 1997.

Daniel Ortega pasó a la historia por convertirse en presidente con el apoyo del pueblo nicaragüense, abanderado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional que combatió la dictadura militar de Anastasio Somoza, quien gobernó durante una década. Paradójicamente, ahora él y su esposa Rosario Murillo, quien funge como vicepresidenta, son acusados desde el exilio por organizaciones civiles de la oposición de ejercer una dictadura militar que se ha prolongado por casi dos décadas.

El Gobierno mexicano ha reaccionado en forma responsable, fiel a los principios de nuestra tradición exterior que nos colocan como un referente en la comunidad internacional, pues sin violentar la libre autodeterminación de los pueblos, se presenta como un conciliador en fenómenos similares, como en el caso de Venezuela, y ha hecho un llamado al respeto de las libertades de todas las personas. Aunque el presidente López Obrador no estará presente en el mencionado evento, la Secretaría de  Relaciones Exteriores enviará representantes que cumplan con el papel de invitados.

Vemos, pues, claramente dos constantes: la primera, la prudencia de la política exterior mexicana. La segunda, la forma en que, cuando triunfa una lucha contra la cerrazón de un gobierno injustamente extenso, corre el peligro de replicar los vicios del pasado, especialmente cuando, en lugar de democracia, se busca perpetuar a un grupo de poder.

En su obra La revolución traicionada, Trotsky, refiriéndose al Gobierno soviético afirma: “Como si se tratara de unir la burla con la traición, los argumentos que se utilizaban para defender la libertad se utilizaron para limitar y prohibir”.

Es probable que la administración de Daniel Ortega deba hacer cambios drásticos para continuar la consecución de los fines de la Revolución Sandinista, que reivindicó los ideales de Augusto Sandino, personaje que, por cierto, se inspiró en un gran revolucionario mexicano: Ricardo Flores Magón.

 

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