Cuatro años después
El pasado viernes 1 de julio se cumplieron cuatro años del triunfo del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Quienes dedicamos nuestra vida a la política sabemos cuán difícil es que un movimiento social conserve su esencia al llegar al poder. Lo hemos visto en otras latitudes: cuando una persona pasa de líder social a mandataria, las convicciones se distorsionan, las promesas se incumplen, la prioridad deja de ser la gente. No es hoy el caso de México. Aquí, el poder no ha fungido como distorsión, sino como herramienta para consolidar la transición política.
Caminando con el presidente de México durante más de 25 años, he estado presente en los momentos más icónicos para el movimiento; lo he escuchado hablar lo mismo frente a miles de simpatizantes en estadios repletos, que en la plaza pública de un municipio en la que nos acompañaban no más de 60 personas. Estuve a su lado al momento de dialogar con la clase empresarial, con líderes sindicales y, lo más importante, con el pueblo. Siempre, sin importar el escenario, su postura y sus ideales fueron imperturbables.
Por eso, a nadie debe sorprender que, a pesar de las resistencias y las reacciones, el presidente López Obrador se haya mantenido firme en el cumplimiento de lo que en su momento fueron las causas plurales con base en las cuales fundamos MORENA: el cambio de modelo económico y la construcción de un Estado de bienestar robusto; la igualdad social; la lucha contra la impunidad y la corrupción, y la reconfiguración del Estado como un ente productivo y generador de riqueza, a través de la edificación de obras emblema como el AIFA, el Tren Maya, el Corredor Transístmico y la recién inaugurada Refinería Olmeca.
Sostengo que la ejecución de estos proyectos es la cristalización y materialización del cambio de modelo económico en México. En cada uno de ellos se redefine la relación entre el sector público y el privado, pues son esfuerzos conjuntos en los que, si bien el eje rector ha recaído en el Gobierno, la participación de la iniciativa privada ha sido esencial para que los trabajos puedan llegar a buen puerto. Se trata de un nuevo entendimiento en el que ambas partes buscan colaborar, reduciendo la corrupción, eficientando tiempos y sentando las bases de un desarrollo económico más equitativo. En términos de teoría de juegos, es un ganar-ganar.
El caso específico de la refinería de Dos Bocas, Tabasco, implica también caminar hacia el anhelo nunca antes alcanzado de romper con la dependencia económica que como país históricamente hemos tenido. No se trata de negar la importancia de cooperación económica con otras naciones, en especial con Estados Unidos, pero sí de construir en forma paulatina las bases para que esta relación sea más equitativa, y para que nuestro Estado sea capaz de retener los recursos necesarios para que las familias mexicanas puedan tener una mejor calidad de vida.
Un proyecto tan ambicioso como la Refinería Olmeca requiere de un tiempo de maduración prolongado. Por eso, las críticas de quienes argumentan que su inauguración fue incompleta o, incluso, un montaje no cuentan con sustento. Sin duda, en los próximos años se deberá incrementar gradualmente su capacidad, como sucede con cualquier megaproyecto, pero no por eso se puede minimizar el logro de haber construido esta obra de vanguardia en un tiempo récord.
Después vendrá el Tren Maya, y las críticas ya son latentes, pero no se deben despreciar o minimizar, sino escuchar y atender. Es natural que exista un sector de la población que prefiere que estos proyectos sean ejecutados por la iniciativa privada únicamente, opinión contraria a la de quienes buscamos que el Estado se convierta en un ente productivo. Pero más allá de fobias y filias, se debe aceptar que durante este siglo ninguna otra administración fue capaz de entregarle a las mexicanas y los mexicanos una obra de estas dimensiones.
Cuando fui gobernador de mi estado, en 1998, una de las mayores críticas que recibí fue el haber decidido invertir parte significativa del presupuesto en infraestructura pública (construcción de hospitales, escuelas, carreteras, centros deportivos y parques) y para atender las necesidades de las comunidades más alejadas que nunca habían sido tenidas en cuenta. Este fin de semana visité Zacatecas, y uno de los recuerdos más recurrentes que me expresa la población son precisamente los beneficios de esas políticas que hasta hoy siguen vigentes.
Por eso no debemos perder de vista que las obras emblemáticas del gobierno del presidente López Obrador se construyen para cumplir con lo que en su momento fue una plataforma política y una promesa de campaña ante la ciudadanía mexicana que eligió, por la vía de las urnas, la puesta en marcha de este proyecto, y que al final determinará el éxito o fracaso del mismo.
Mientras tanto, cuatro años después, la congruencia, la convicción y los ideales permanecen, y aunque aún hay problemáticas por resolver, como la inseguridad pública, queda claro que a pesar de las tempestades hay un rumbo fijo.
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