¿Polarización o politización?

La competencia —fruto de la politización— es el signo de nuestros tiempos, y esto es bueno para la democracia.

Rumbo a la sucesión presidencial, uno de los diagnósticos más conocidos es que el país se encuentra “polarizado”, y que la elección del 2024 podría ser altamente estresante, estridente y estrecha en sus resultados. O, para decirlo en términos técnicos: altamente competida y participativa.

De entrada, las encuestas hasta el momento no dibujan un escenario polarizado, en el que se vean solamente dos polos opuestos, la distancia entre ambos sea muy estrecha y el desenlace, una incógnita. Por el contrario, lo que se aprecia es un polo dominante, que concentra la mitad de las preferencias, y tres o cuatro fuerzas compitiendo entre ellas por la otra mitad del electorado. Esto no es polarización, sino lo contrario, disuasión o pulverización.

Lo que sí se ha polarizado es el discurso ideológico, el debate político y la lucha parlamentaria; es decir, la sociedad política. Pero no en la llamada “sociedad civil”, la vía pública o la “sociedad de a pie”, allí no se refleja el nivel de crispación y encono que registra la “cosa pública”.

Por ello suele afirmarse que no hay polarización, sino “politización”. Es decir, una mayoría de la población crecientemente informada y mayoritariamente cohesionada o empática en torno a una de las varias opciones.

A partir de esta realidad, los participantes de la próxima contienda presidencial arman sus estrategias. Por ejemplo, cuando un polo dominante, si además es el polo gobernante, aquí y en China (donde no hay elecciones como las occidentales), recurre a una estrategia de “continuidad con cambio”, y busca hacer de las elecciones un plebiscito sobre el desempeño del Gobierno en turno (máxime si este tiene evaluación aprobatoria ciudadana). No importa tanto quién sea la o el candidato, sino el compromiso ciudadano de continuar, ensanchar y ampliar el camino andado.

Por el contrario, la oposición buscará hacer de la elección lo opuesto a un refrendo, y promoverá una revocación de mandato del partido y del gobernante en turno, exaltando, excitando e incitando al voto de castigo, a partir de señalar, remachar y machacar errores, deficiencias e insuficiencias del Gobierno en cuestión.

Aquí es donde entran los juegos de estrategias políticas, cuyos componentes esenciales son el tipo de campaña y el estilo personal de cada candidato(a).Y es cuando la politización se convierte en polarización, y viceversa.

La oposición, al anunciar que busca crear una coalición amplia, va por ese camino. El método de selección de su abanderada(o) es el quid del asunto, así como la amplitud de las organizaciones y personajes que integren ese bloque.

El otro gran elemento que definirá el nivel de polarización y politización de los próximas elecciones es la participación de las clases medias mexicanas. Este grupo socioeconómico fue clave en el resultado de 12 países donde hubo votaciones el año pasado.

Naciones con comicios altamente politizados y, por tanto, polarizados, con resultados estrechos, fueron Corea del Sur (presidencial, diferencia del 0.73 %), Brasil (presidencial, diferencia del 1.8 %), EUA (legislativas, diferencia de dos senadores y nueve diputados), Colombia (presidencial, diferencia del 3 %), Costa Rica (presidencial, diferencia del 5 %), Suecia (legislativa, diferencia de tres parlamentarios), Israel (legislativa, diferencia de ocho parlamentarios).

Es decir, la competencia —fruto de la politización— es el signo de nuestros tiempos, y esto es bueno para la democracia.

 

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