Políticamente incorrecto, popularmente acertado

“No soy gerente de nadie”, “no estoy de adorno” y “no soy títere de ningún poder fáctico” son expresiones que no buscan restaurar el presidencialismo autoritario, sino reivindicar el presidencialismo funcional.

Daniel Cosío Villegas acuñó la frase “el estilo personal de gobernar”, que se volvió una expresión clásica para sintetizar la manera en que los presidentes de la República ejercían su poder en los tiempos de la presidencia imperial y del partido prácticamente único; sistema que después se convirtió en uno de partido hegemónico o partido dominante (Giovanni Sartori).

A pesar de que el presidencialismo mexicano ya no es lo que fue, sobre todo a partir del año 1997, cuando el PRI perdió por primera vez en su historia la mayoría en la Cámara de Diputados y, tres años después, la Presidencia de la nación, muchas personas seguimos recurriendo a la expresión acuñada por don Daniel Cosío Villegas, para resaltar las cualidades personales exclusivas con las que un mandatario toma decisiones y dirige el gobierno.

De esta forma, a Ernesto Zedillo se le recuerda como el presidente de “la sana distancia”, tanto respecto a su partido como al resto de los poderes constitucionales (Legislativo y Judicial). A Vicente Fox, como el presidente del “gabinete Montessori”, por la libertad y displicencia con que muchos de sus secretarios tomaban decisiones.

Felipe Calderón fue calificado por algunos de sus propios colaboradores como “el presidente de la mecha corta”, dado el carácter impulsivo con que tomaba decisiones importantes. En tanto, el estilo de Enrique Peña Nieto fue más festivo y relajado, lo mismo en sus alcances que en sus relaciones con el resto de los poderes, incluidos los ejecutivos estatales.

Respecto al estilo personal de gobernar del presidente López Obrador, he escuchado todo tipo de adjetivos y epítetos. Por el lado de sus detractores, los adjetivos van desde “autoritario” hasta “destructor”, mientras que por parte de quienes apoyamos sus políticas, desde “el presidente de los pobres” hasta “el presidente de la Transformación”.

Como muchos líderes de masas forjados en la lucha social, en la plaza pública y al margen de los cánones de la política tradicional, el presidente AMLO puede parecer políticamente incorrecto, pero es popularmente acertado.

Su marcaje al Poder Judicial, a algunos medios de comunicación y grupos empresariales; a la mayoría de los órganos constitucionales autónomos, y hacia todo aquello que busque someter, reducir, utilizar o dominar el espacio específico de actuación del Poder Ejecutivo, encontrará el índice flamígero del presidente en sus conferencias matutinas.

Expresiones suyas como “no soy gerente de nadie”, “no estoy de adorno” y “no soy títere de ningún poder fáctico” no buscan restaurar el presidencialismo autoritario, sino reivindicar el presidencialismo funcional, al servicio de causas sociales y nacionales.

Esta reivindicación presidencial no es una causa personal ni personalizada. Tiene motivaciones que nacen y se recrean en el imaginario colectivo y en el sentimiento general de la población. Su exhibición de los sueldos y privilegios en el Poder Judicial; de algunas y algunos comunicadores; de los negocios al amparo del poder de diversos integrantes de la llamada “clase política”; la alianza oligárquica entre el poder económico y el poder político, y los ingresos de la burocracia dorada de quienes conforman los órganos autónomos podrá ser políticamente incorrecta, pero popularmente es aceptada, convalidada y aplaudida.

 

En suma, este “estilo personal de gobernar” no tiene nada de personal; es más bien popular, societal y cultural.

 

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