Evitar la crisis que viene
Alrededor del mundo, se cumplen uno, dos, o tres meses de políticas de distanciamiento social y aislamiento voluntario o impuesto por la amenaza que presenta el contagio por tema del COVID-19.
Mientras que algunos estados están comenzando a relajar sus medidas de control por la contingencia, algunos a penas comienzan a vivir sus momentos de máximos contagios.
Sin embargo, en el tiempo transcurrido desde el inicio de la pandemia, se ha evidenciado que las alteraciones de la misma, irán mucho más allá de los sistemas de salud. La contracción de la actividad productiva así como la caída en los precios del petróleo, han causado que la economía a nivel mundial viva un momento complejo, de contracción y fuga de capitales.
Más allá de que este nuevo panorama económico pinta una visión muy distinta de los sistemas laborales y productivos, también implica una afectación muy real para la vital producción y distribución de alimentos. Previo a la pandemia, la ONU estima que más de 800 millones de personas vivían con hambre mientras que alrededor de 110 millones viven en una situación de inseguridad alimentaria aguda.
El 21 de abril, la ONU publicó sus estimaciones de hambre considerando la pandemia del COVID-19: alrededor de 130 millones de personas adicionales podrían estar al borde de la hambruna “o peor”. El Director Ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, aseguró que 300 mil personas podrían morir de hambre diariamente por un periodo de tres meses si no es posible facilitar su acceso a la asistencia básica que necesitan.
Sin embargo – esta realidad aún es evitable, conocer las peores estimaciones es necesario para reforzar nuestra convicción de actuar ante esta crisis global. La coordinación de grupos como el G20, donde participa México, para la búsqueda de una vacuna, así como para la cooperación internacional, serán clave para desmentir estas predicciones fatídicas.
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