A cinco días de la elección
Reiterando la muy buena relación que se tiene con los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América, el presidente López Obrador ha declarado que privilegiará la prudencia antes de pronunciarse sobre el resultado de la elección en ese país, privilegiando el respeto a la autodeterminación de los pueblos.
“Queremos esperar a que legalmente se resuelva el asunto de la elección”, ha dicho desde Tabasco donde se encuentra atendiendo, personalmente, los estragos de las inundaciones.
A lo largo de cuatro años, el presidente López Obrador manejó con inteligencia y prudencia la relación con el presidente Donald Trump, lo que le permitió bajar la estridencia de sus declaraciones durante la campaña de 2016, crear un clima conducente a la aprobación del T-MEC y detener la imposición de aranceles, construyendo una relación funcional de diálogo y apoyos mutuos.
En el caso del candidato demócrata Joe Biden, vale la pena ahora analizar cuáles serían las líneas, en materia de política exterior y en su relación con México, que podría seguir en caso de ganar la elección.
Si el candidato demócrata es declarado como ganador, tendría que atender una larga lista de prioridades que van desde la política exterior hasta el cambio climático, revirtiendo muchas de las decisiones del presidente Trump. Sin embargo, su prioridad número uno a nivel doméstico sería presentar un plan nacional para combatir las dos crisis del coronavirus: la sanitaria y la económica.
Si gana, la Cámara de Representantes y el Senado tendrán el camino abierto para diseñar e implementar un plan de recuperación tan ambicioso como el New Deal de Franklin D. Roosevelt, con la diferencia de que en esta ocasión tendrá que rescatar al país no sólo de una crisis económica, sino de una de salud.
A nivel internacional, es probable que se enfoque nuevamente en el respeto a las normas, los acuerdos y tratados internacionales, y que durante sus primeros 100 días de gobierno adopte una multiplicidad de acciones ejecutivas para responder a temas urgentes en política exterior, a fin de tratar de recuperar para los Estados Unidos el papel de “líder del mundo libre”.
En el ámbito multilateral es factible que, con otro tipo de lenguaje, continúe buscando, al igual que Trump, que los aliados en el exterior sean socios, no sólo seguidores, para poder compartir la carga presupuestal en materia de defensa.
A lo largo de su campaña, ha comprometido que, como presidente, regresaría al Acuerdo de París del que los EUA habían programado salir el 4 de noviembre; también al Acuerdo Nuclear con Irán, por el cual Teherán había acordado limitar sus actividades nucleares a cambio de que se le levantaran las sanciones económicas; igualmente, a extender el tratado New START, el único para el control de armamentos que aún sigue vigente, y a ser miembro nuevamente de la Organización Mundial de la Salud y reanudar el pago de aportaciones a este organismo.
En el caso de China, es claro que buena parte de la opinión pública en los Estados Unidos está a favor de poner un freno al avance del gigante asiático, pero Biden probablemente daría más peso a la diplomacia multilateral y bajaría las tensiones, en lugar de magnificarlas con una mayor presencia militar o con sanciones.
En el caso de Cuba, es factible que relaje las restricciones que el presidente Trump impuso nuevamente a la nación caribeña, luego de que en 2014 la administración Obama-Biden buscara normalizar las relaciones con la isla. En el caso de Venezuela, recientemente indicó que otorgaría asilo temporal a las y los venezolanos que están en los EUA, aunque no es probable que elimine las sanciones económicas impuestas al gobierno de Maduro, y que de hecho iniciaron con la administración de Obama.
La administración Biden probablemente no buscaría un acercamiento con los gobiernos de La Habana, Managua y Caracas, pero lograría el apoyo de los europeos para la defensa de los derechos humanos en esos países.
En su plataforma electoral, Biden ha indicado que tiene la intención de continuar —e incluso reforzar— la política de “Buy American” respecto al consumo de productos hechos en EUA, por lo que se puede vislumbrar una política comercial nacionalista, siguiendo la línea tradicional de los gobiernos demócratas de poco entusiasmo por el libre comercio.
Probablemente dará más juego a los sindicatos de su país que han buscado a lo largo de toda la renegociación del T-MEC encontrar la forma de que un mayor número de empleos se repatrien de México a la Unión Americana.
Según documentos de campaña, Biden desecharía algunas de las medidas implementadas por Trump contra las personas migrantes, poniendo énfasis en una estrategia regional más integral y más centrada en el desarrollo, con la inversión de 4 billones de dólares para combatir, desde los países de origen, las causas que impulsan la inmigración, y con una mayor vigilancia sobre el uso de estos recursos. En su último debate con el presidente Trump, comprometió encontrar mecanismos para legalizar a las y los integrantes del DACA: miles de migrantes que llegaron a los EUA en su niñez y que no han podido legalizar su estatus migratorio.
Vale la pena, sin embargo, recordar que muchas de las medidas fallidas para atacar las causas de la inmigración desde los países de Centroamérica, al igual que el trato duro a inmigrantes, incluyendo las deportaciones masivas y la falta de medidas para resolver la llegada de decenas de miles de menores no acompañados a la frontera sur de los EUA, así como la mayor parte de la construcción del muro fronterizo, iniciaron y se acrecentaron en la administración de Obama, cuando Biden era vicepresidente.
A nivel de su partido, tendrá que convivir y negociar con una fracción liberal que cada vez tiene más influencia y que espera acciones contundentes tanto en política doméstica como internacional. Es factible que algunos de los representantes más connotados del ala liberal, como Elizabeth Warren y Bernie Sanders, ocupen puestos en su gabinete.
La victoria de Biden probablemente significaría un cambio de narrativa. Pero México hoy sabe que tiene la fortaleza para enfrentar cualquier cambio de discurso, de narrativa y de nivel de interacción con los Estados Unidos de América, y continuar así profundizando una relación que es tan fundamental para nuestro país como lo es para el vecino del norte, en términos comerciales, de desarrollo de nuevos mercados que sustituyan a los asiáticos, de acercamiento con los sectores hispanos y de mexicoestadounidenses en la Unión Americana.
Si bien puede tomar un tiempo adaptarse a otro tipo de narrativa, el gobierno de México ha demostrado que no está desprovisto de herramientas ni de inteligencia para abordar con éxito esta relación.
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