AMLO y Biden

La afirmación de que Joe Biden tendrá entre sus prioridades vengarse del presidente mexicano es más una versión parroquial y tosca, que una política de Estado por venir.

Existe la percepción generalizada de que a México le va mejor con un presidente norteamericano demócrata que con uno republicano.

La respuesta correcta es: depende de qué tema se trate y qué intereses estén involucrados.

La invasión estadounidense de 1846, que le costó a México la mitad de su territorio, la ordenó un presidente demócrata: James K. Polk.

Henry Lane Wilson, el embajador que intervino directamente para derrocar y asesinar al presidente Francisco I. Madero, pertenecía a un Gobierno republicano.

En contrapartida, tenemos momentos históricos importantes para nuestro país, en los que el respeto y la tolerancia de los gobiernos norteamericanos de uno y otro signo han sido decisivos.

Franklin D. Roosevelt, demócrata, respetó la decisión del general Lázaro Cárdenas de expropiar las compañías petroleras estadounidenses y británicas, mientras que George W. Bush, republicano, hizo lo propio con la disposición del Senado mexicano de no incorporar a nuestro país en una fuerza multinacional contra el terrorismo internacional, después de los ataques del 11S.

Otra percepción engañosa es que los presidentes mexicanos que aparentemente “se la juegan” con un jefe del Estado norteamericano en funciones que no logra la reelección reciben de inmediato un castigo político del mandatario entrante.

La verdad es que la relación bilateral México-Estados Unidos se rige por factores estructurales y no por los estados de ánimo de los actores coyunturales, que suelen ser los ejecutivos en funciones de ambas naciones.

La afirmación de que Joe Biden, de resultar electo mandatario de la Unión Americana, tendrá entre sus prioridades vengarse del presidente mexicano AMLO por supuestamente no haberlo apoyado en campaña o no haberlo reconocido de inmediato es más una versión parroquial y tosca, que una política de Estado por venir.

Lo que sí es trascendental y productivo es reflexionar en torno a los puntos clave de la agenda bilateral que está a la vista, para tener claramente identificados los posicionamientos, factores de riesgo y áreas de oportunidad.

Cuatro temas son los “caballos de batalla” de los gobiernos demócratas en su relación con México: energía, narcotráfico, migración y libre comercio. Previsible que la pandemia sume ahora un quinto jinete: salud pública.

Acerca de la energía, seguramente habrá presiones para intensificar el uso de las llamadas “energías limpias” sobre las tradicionales, y la apertura a inversiones públicas y privadas en este rubro.

Sobre narcotráfico, es previsible una mayor presión para retomar la política de decomisos, descabezamiento de cárteles y extradiciones.

En materia de migración, tendremos un respiro transitorio ante el compromiso demócrata de encontrar una vía de regularización para dreamers, pero también es de esperar una mayor deportación, una vez que se alcance ese acuerdo.

Respecto al T-MEC, el componente sobre el que habrá presión es en cumplir puntualmente con la inspección laboral y sindical, dado el compromiso demócrata con las asociaciones obreras norteamericanas.

En materia de salud pública, preparémonos para homologar posibles medidas restrictivas que pudieran afectar flujos migratorios, laborales, turísticos y hasta de inversiones, por el giro demócrata anunciado para enfrentar y atender la pandemia de COVID-19, talón de Aquiles de la gestión republicana del presidente Donald Trump.

Más lo que surja en el camino.

 

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