Con la estrategia hemos topado

La estrategia de seguridad del Gobierno federal, sintetizada en la frase “abrazos no balazos”, se debate en estos días por presunta inoperancia y falta de resultados.

Habrá que empezar por aclarar que los “abrazos” no se refieren a crear un régimen de tolerancia o de “dejar hacer, dejar pasar” a la criminalidad existente. Es una expresión que subraya que la política de seguridad debe atender las causas estructurales de la violencia y no buscar arreglar el problema con más balas y más armas.

¿Cuáles son las causas estructurales? De manera especial, la desigualdad social, la pobreza económica, el desempleo y la depauperización de la fuerza de trabajo. Pero esto no es lo único. Hay países con pobreza extrema y la criminalidad no alcanza los niveles que en México padecemos.

El siguiente factor que alimenta o detona la violencia es la impunidad. Saber que puedo delinquir 100 veces y que sólo en seis ocasiones me podrían atrapar, y que de esas seis únicamente en dos me habrán de procesar, se convierte en un aliciente perversamente mórbido para infringir la ley.

El tercer elemento que alienta la violencia es la corrupción. Detrás de un “jefe de plaza” hay un jefe policial, un jefe judicial, un jefe magisterial o un jefe político que le ayuda a huir, a esconderse o a “trabajar” sin ser molestado, y con el cual comparte “su ganancia”. Terminar con la violencia implica entonces romper ese vínculo de protección del crimen con la justicia, la Policía y la política.

El cuarto factor es la incivilidad o deshumanización que vemos en amplios sectores poblacionales. Hay un deterioro de los valores culturales de respeto al prójimo, solidaridad, convivencia y cohesión social. El llamado “individualismo posesivo” ha desplazado al “colectivismo cooperativo”, y el “buen salvaje” de Rousseau devino en el “caníbal salvaje” y en la generación de sicarios que superan a cualquier asesino serial.

Hay que distinguir entre los efectos de la pobreza económica y los de la miseria moral. La primera produce delincuentes ocasionales; la segunda, asesinos profesionales. Y de los dos tenemos en el país.

La inseguridad actual se gestó durante casi dos generaciones. Dejarla atrás nos puede llevar una generación más, si desde ahora hacemos lo correcto, es decir, si atacamos las causas estructurales que originan la violencia y la inseguridad: desde la pobreza económica hasta la miseria moral.

El Gobierno de la 4T tiene el diagnóstico correcto. No es el estado policial lo que terminará con la violencia, sino el Estado social, pero éste lleva su tiempo de construcción, y en el largo plazo (como diría Keynes) todos vamos a estar muertos. Es decir, la violencia nos podría ganar la carrera.

Para evitar que esto ocurra, hay que promover un círculo virtuoso de paz y justicia: además de combatir la desigualdad social y económica, debemos consolidar y madurar a la Guardia Nacional; revisar la procuración de justicia, para hacerla más expedita y sólida; reformar el sistema judicial, para reducir los niveles de impunidad; promover la participación y vinculación ciudadana en las políticas de seguridad; instaurar una cultura de derechos humanos y de integridad moral en todos los niveles educativos; promover un Consejo de Estado para dar seguimiento a las políticas de seguridad más allá de los cambios sexenales, más todas aquellas medidas que tengan por propósito crear un Estado social democrático y de derecho en el país.

 

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