COVID-19 y transformación

La pandemia que actualmente atravesamos puso de manifiesto la enorme disparidad que las cifras ya nos advertían. En el Informe sobre la desigualdad global 2018 se proyectaba que la diferencia mundial entre los ingresos aumentaría, si los países persistían en el modelo económico adoptado desde 1980, incluso asumiendo altas tasas de crecimiento en regiones como África, América Latina y Asia. Con la contracción económica y la pandemia aún activa, aumenta la importancia de transformar la política económica y social en todo el mundo, para detener el empobrecimiento y la desigualdad en la población.

Según cifras de 2018 del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), 61.7 millones de mexicanas y mexicanos, es decir, el 49.5 por ciento de la población, vivían en condiciones de pobreza o pobreza extrema y, sólo por mencionar algunos datos relacionados con las condiciones sanitarias en nuestro país, en el mismo año, 20.2 millones de habitantes no tenían acceso a servicios de salud; 24.7 millones no contaban con servicios básicos en su vivienda y 25.5 millones no tenían acceso a una alimentación suficiente y adecuada. Además, al segundo trimestre de 2018, la tasa de informalidad y desocupación llegó, respectivamente, al 56.9 y al 3.3 por ciento de la población económicamente activa, lo que significa una enorme falta de acceso a la seguridad social.

Si a ello agregamos las tendencias demográficas de envejecimiento de la población, y el hecho de que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México habitan 15.4 millones de personas de 60 años o más, de las cuales 1.7 millones viven solas; que únicamente el 41.4 por ciento son económicamente activas; que el 69.4 por ciento presentan algún tipo de discapacidad, y que más del 33 por ciento viven con dos enfermedades crónicas, cuando menos, podemos afirmar que la pandemia nos encontró en condiciones que exigían una transformación urgente que, de hecho, ya había comenzado.

Gracias a los cambios orinados por la transformación política de 2018, como los apoyos económicos directos a grupos vulnerables, a jóvenes estudiantes, personas adultas mayores y personas con discapacidad; a la creación del Instituto de Salud para el Bienestar, así como a los 30 proyectos y programas prioritarios diseñados para apoyar a quienes más lo necesitan, México pudo frenar la contracción económica en un 9 por ciento, para evitar llegar hasta el 10 por ciento pronosticado por el Banco Mundial, que recientemente mantuvo su proyección de crecimiento para el 2021 en un 3.7 por ciento, superior al crecimiento promedio del 2.1 por ciento de los últimos 10 años.

Con la aprobación de la Ley de Ingresos en el Congreso de la Unión, y del Presupuesto de Egresos 2021, como facultad exclusiva de la Cámara de Diputados, se da continuidad tanto a la política recaudatoria, que evita aumentar las cargas tributarias de la sociedad, como a la austeridad republicana, que mantiene un gasto responsable y sobrio de los recursos de la nación.

Como ya se ha expresado, contamos con el mejor gobierno en el peor de los escenarios, y con el incansable esfuerzo de la sociedad en su conjunto, así como el del heroico personal del sector salud, podemos tener confianza en que este año será mucho mejor que el anterior, y que será una bisagra para dejar atrás la crisis sanitaria y económica en México.

 

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