Diáspora migratoria

La tragedia en la estación migratoria de Juárez podría replicarse, si no asumimos con seriedad, responsabilidad y transparencia nuestra condición de país de tránsito.

La migración es consustancial al desarrollo y a la evolución de la humanidad. Lo ha demostrado la historia, lo tiene probado la ciencia y lo asumieron las religiones monoteístas como un ejercicio estoico de valentía y dignidad, en busca de la tierra prometida.

Pero he aquí que la migración asociada a la globalización económica neoliberal del último medio siglo tiene rasgos, resortes y motivaciones de otra índole. Adopta la forma de una expulsión obligada y no de una migración voluntaria. Es una expoliación y no una redención. Puede concluir en el exterminio en vez de en un renacimiento.

La miseria, la violencia, el cambio climático y las desigualdades de todo género son los modernos jinetes del apocalipsis que acicatean la diáspora migratoria contemporánea.

La variedad de factores se refleja en la multiplicidad de grupos migrantes. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de la ONU lo explica de la siguiente manera, a propósito del término “migrante”:

Término genérico no definido en el derecho internacional que, por uso común, designa a toda persona que se traslada fuera de su lugar de residencia habitual, ya sea dentro de un país o a través de una frontera internacional, de manera temporal o permanente, y por diversas razones. Este término comprende una serie de categorías jurídicas bien definidas de personas, como los trabajadores migrantes; las personas cuya forma particular de traslado está jurídicamente definida, como los migrantes objeto de tráfico; así como las personas cuya situación o medio de traslado no estén expresamente definidos en el derecho internacional, como los estudiantes internacionales.

Según la estimación más reciente de la OIM, en 2020 había en el mundo aproximadamente 281 millones de migrantes internacionales, una cifra equivalente al 3.6 % de la población mundial. China, India y México son los países que más personas migrantes han registrado en las últimas dos décadas.

Sin embargo, “globalmente, el número estimado de migrantes internacionales ha aumentado en las últimas cinco décadas. El total estimado de 281 millones de personas que vivían en un país distinto de su país natal en 2020 es superior en 128 millones a la cifra de 1990 y triplica con creces la de 1970”: esto comprende todo el período de la globalización neoliberal, que promueve, defiende y alienta el libre tránsito de bienes, servicios y capitales, pero obstaculiza, persigue y obstruye el libre tránsito de seres humanos.

México está en el epicentro de estos cambios migratorios. De ser un expulsor de trabajadores migrantes, en plena etapa del TLC, pasamos a tener también desplazamientos internos de connacionales (por la violencia y la sequía) y, recientemente, somos país de transmigrantes o migrantes en tránsito (centroamericanos, sudamericanos, caribeños y asiáticos).

Nuestra vecindad con el mayor país de destino de las migraciones internacionales nos empieza a pasar la factura de esta diáspora migratoria. La tragedia en la estación migratoria de Juárez podría replicarse, si no asumimos con seriedad, responsabilidad y transparencia nuestra condición de país de tránsito.

No hay que cerrar las puertas a las personas transmigrantes, pero tampoco abandonarlas a su suerte una vez que están en territorio nacional. Existen protocolos, fondos y experiencias internacionales que debemos aceptar y aplicar a la brevedad. De otra manera, la diáspora podría terminar en granada.

 

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