Disfuncionalidad mediática

En esta selva digital no hay garantía de audiencia, ni posibilidad de réplica ni derecho a la privacidad.

El expresidente de España Felipe González solía distinguir entre “opinión pública y “opinión publicada”. De esa forma llamaba la atención sobre un fenómeno de las democracias contemporáneas: la disfuncionalidad o separación creciente entre lo que piensa la gente sobre temas públicos y lo que publican los medios tradicionales de comunicación (prensa, radio y televisión).

En México, algunas y algunos comunicadores suelen distinguir entre “círculo verde” (opinión pública) y “círculo rojo” (opinión publicada), para resaltar las diferencias entre lo que piensa y decide el promedio de la ciudadanía y lo que ventilan y destacan los medios de comunicación.

En esta disfuncionalidad o separación de opiniones tiene mucho que ver la irrupción de las redes sociales, que cambió el modelo de comunicación política basado en la unidireccionalidad vertical del mensaje masivo (la ciudadanía veía, leía y escuchaba una noticia, sin posibilidad de réplica o comunicación al instante), por una comunicación bidireccional horizontal, personalizada y en línea.

Este modelo horizontal de comunicación política, esencialmente reticular, hizo disfuncional el modelo de comunicación vertical a través del cual la prensa, la radio y la televisión suministraban información y opiniones previamente seleccionadas, filtradas y matizadas por un consejo editorial, una mesa de redacción o una línea de mando, que no necesariamente coincidía con la visión, los intereses o el juicio de la mayoría de las audiencias.

El desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación, así como la masificación de dispositivos inteligentes hicieron de cada ciudadana y ciudadano un reportero, un periodista y un comunicador en activo. La posibilidad de tener un canal de televisión propio en YouTube, con un mínimo de inversión, o la transmisión simultánea en vivo de un evento a través de un portal al que miles o millones se conectan de inmediato, en cualquier parte del planeta, y donde lo único que se requiere es una señal de internet, vino a democratizar el acceso a los medios informativos como nunca en la historia de la comunicación humana.

Hoy el “círculo verde” no necesita del “círculo rojo” para informarse o para tomar una decisión. Es a la inversa: buena parte de la información y de las tendencias informativas se deben tomar de las conversaciones y de las opiniones en los chats y en las redes, a fin de sobrevivir o insertarse en la masificada y omnipresente “opinión pública”.

Pero tampoco habrá que idealizar este modelo emergente de comunicación política horizontal. Sabemos de sus limitaciones, deformaciones y abierta manipulación. Bots, memes, trols y la jungla de fake news son leños para encender la hoguera de los linchamientos y juicios mediáticos, en que las pasiones y los prejuicios desplazan a las razones y a los juicios.

En esta selva digital no hay garantía de audiencia, ni posibilidad de réplica ni derecho a la privacidad o al olvido. Mucho menos posibilidad de conseguir un amparo que proteja las más elementales garantías individuales. Iniciativas como la recién aprobada Ley Olimpia son un buen inicio, pero aún falta mucho por recorrer para lograr una verdadera ciudadanía digital, que haga de la disfuncionalidad mediática actual una oportunidad para civilizar a la sociedad mexicana y no para envilecerla o degradarla.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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