Economía de pandemia y economía de salud
Transitar hacia una “economía de la salud” requiere que en México se echen a andar también otros tres motores del mercado interno: energía, construcción y alimentos.
Vivimos una “economía de pandemia”, en la cual la incertidumbre, la zozobra y el confinamiento por el coronavirus afectan por igual a la planta productiva y a las cadenas de valor, tanto o más que la violencia en una “economía de guerra”.
En una “economía de pandemia”, la mayoría de los sectores y actores económicos pierden, pero hay otros que resultan ganadores. Dentro de éstos podemos identificar a la industria farmacéutica y médica, a la economía digital, a los proveedores de servicios de internet (el uso de datos se ha incrementado al doble en la cuarentena), al sector de alimentos para llevar, al reparto a domicilio y, por supuesto, al comercio especulativo y hasta la delincuencia organizada, que definitivamente no se ha quedado en casa, porque el ejecutómetro no para de contar.
Sin embargo, fuera de estas excepciones, hay consenso en el mundo de que la pandemia por el SARS-CoV-2 ha resultado más letal para la economía que para la salud pública, en función de las empresas que han debido cerrar y de los empleados y trabajadores que han perdido su trabajo, no tanto por el virus en sí, como por el confinamiento y la distancia social que, si bien salvan vidas, también matan empleos.
En Israel y en Japón, mediante el procesamiento de big data, se están desarrollando escenarios matemáticos para encontrar el punto medio entre los días de confinamiento óptimo y la probabilidad de contraer el virus. Por ejemplo, guardarse tres días de la semana en casa y los otros cuatro poder trabajar, en función de las zonas, rutas y masificación de los contagios, así como de los perfiles socioeconómicos y etarios de las personas más vulnerables.
Más allá de esto, el problema que tendremos en el país es cómo salir de la “economía de pandemia” y transitar hacia una “economía de la salud”, una vez que pase la contingencia sanitaria. Y aquí es donde se abre la posibilidad de hacer del sector de la seguridad social uno de los motores de la reconstrucción económica.
Hoy en día, el gasto que realizan el sector público y el privado de manera conjunta en el ramo de la salud representa 3 puntos del PIB aproximadamente. Subirlo al doble en los próximos seis años (medio punto por año) es una meta posible y plausible. Se beneficia a la población y a la economía. Los países que han hecho bien las cosas en esta pandemia (China, Corea del Sur, Alemania, Suecia y Japón) tienen en común un sistema de salud —público y privado— fuerte.
Para alcanzar esto en México, contamos con la visión y la voluntad del presidente AMLO, que se ha propuesto como meta tener un sistema de salud y seguridad social similar al de los países escandinavos, que en esta contingencia han salido bien librados.
Transitar hacia una “economía de la salud” después de la contingencia requiere que en México se echen a andar también otros tres motores del mercado interno: energía, construcción y alimentos.
Financiar esta reconversión implica contar con la participación del sector privado, con la emisión de “bonos de salud” en el mercado de capitales y, por supuesto, con el naciente Insabi como rector de estos esfuerzos. Hasta la teoría monetaria moderna, que antes de privilegiar nuevos impuestos o contraer nueva deuda está a favor de un manejo controlado de inyección monetaria directa a las economías exhaustas, parece estar del lado de esta urgente construcción de una “economía de la salud” en nuestro país.
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