Economía moral

Desde el inicio, parte fundamental de la lucha que emprendimos junto al hoy presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido el cambio del modelo económico que históricamente prevaleció en nuestro país. Con determinación y visión, cuestionamos las políticas neoliberales que perpetuaban la desigualdad y marginaban a amplias capas de la población. Nuestro objetivo fue y es claro: reorientar la economía hacia un enfoque más humano y justo, cuya prioridad sea el bienestar de la gente.

En esta travesía transformadora enfrentamos desafíos y críticas, pero mantenemos la convicción de que es posible construir un México más incluyente y próspero para todas y todos. La economía moral, como se le denomina, se convirtió en el pilar de nuestras acciones en la búsqueda por dinamizar el mercado interno y mejorar las condiciones de vida de quienes menos tienen.

Recordemos que la riqueza y el esplendor vibraban en México mucho antes de que los pies españoles pisaran su suelo. Los antiguos aztecas y mayas, con sus civilizaciones avanzadas, tejieron una compleja red económica enraizada en el comercio, la agricultura y el genio de los artesanos. Posteriormente, durante la época colonial, nuestro país se entrelazó con los hilos de la economía global, convirtiéndose en un sitio que ofrecía al mundo un preciado tesoro: su riqueza ancestral de plata, oro y otros recursos.

Después de la Independencia, México se encontraba en un emocionante, pero desafiante, punto de partida. Su economía, sostenida por las actividades agrícolas, se alzaba como un pilar fundamental, y su industrialización aún era una promesa de futuro. Además, el mercado interno era incipiente, mientras que las marcadas diferencias en la distribución de la riqueza tejían una trama de contrastes y desigualdades entre la población.

La Revolución mexicana surgió como el poderoso latido del corazón de una nación que ya no podía soportar aquellas diferencias. Con las reformas que siguieron a este movimiento histórico, resurgió la esperanza en la redistribución de la tierra y el fortalecimiento de los derechos laborales, que pintaron un cuadro prometedor de un mañana más justo y próspero. El sueño de un mercado interno floreciente cobró vida, mientras que las clases bajas se empoderaban con un poder adquisitivo renovado.

En el lapso comprendido entre 1940 y 1980, el país se convirtió en el escenario del llamado Milagro mexicano, y se abrazó con pasión a un vertiginoso crecimiento industrial, mientras que las fibras de su mercado interno tejieron un futuro promisorio. El Gobierno implementó políticas de sustitución de importaciones para fortalecer la industria nacional. En este arco de progreso floreció una nueva clase media, como testigo de un horizonte de oportunidades nunca antes vislumbrado. Asimismo, las políticas sociales se desplegaron para brindar los cimientos de un hogar seguro, acceso a la educación y a la salud, y pintando con ello un panorama de prosperidad y bienestar.

En el vaivén de las décadas de 1980 a 2000, una nueva era, teñida con los colores del neoliberalismo, emergió en el horizonte mexicano. Con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en 1994, la economía se abrió a un mundo lleno de promesas y desafíos. La liberalización atrajo una avalancha de inversión foránea, dando vida a industrias orientadas hacia el extranjero. En medio de este torbellino, el mercado interno se convirtió en un crisol de experiencias: mientras que algunos sectores encontraron un impulso importante, para otros significó enfrentar difíciles obstáculos en la carrera por competir en un mundo cada vez más interconectado.

Asimismo, el tejido social comenzó a ceder bajo la presión de una creciente desigualdad, que parecía estirarse como una grieta profunda en la sociedad. El mercado interno, antes un refugio para la población menos favorecida, dejó de ser un bálsamo sanador para quienes anhelaban una oportunidad justa. Las causas populares se desvanecieron, y el desamparo se cernió sobre las personas más vulnerables, dejándolas a merced de las “fuerzas del mercado”, que a menudo se mostraban insensibles.

En los años recientes, México ha transitado por un camino hacia un mercado interno más centrado en los servicios, viaje no exento de desafíos y contrastes. La sombra de la desigualdad sigue rondando; sin embargo, la administración del presidente López Obrador se trazó el propósito de fortalecer los cimientos del mercado interno. La inversión en infraestructura fue tejiendo puentes que conectan los rincones más remotos; el acceso a la educación guio a las mentes jóvenes hacia otros horizontes, y las políticas de apoyo social tendieron una mano a quienes más lo necesitan, de tal suerte que estos cambios empezaron a dar frutos en todo el país.

En 2022, cuando la incertidumbre y la inflación parecían desafiar la esperanza, el mercado interno de México creció, desafiando todas las expectativas, y experimentó un crecimiento del 3.1 %, que superó las estimaciones previas del 3 %. Este logro fue sostenido por el sector secundario, con la manufactura y las exportaciones como sus impulsores. De igual manera, el primer trimestre de 2023 fue testigo de un vigoroso 3.8 % anualizado, de acuerdo con el INEGI. Además, el salario mínimo diario, como un termómetro de la equidad, pasó de $88.36 al inicio del sexenio, a una cifra reciente en 2023 que alcanzó los $207.45, como resultado de un esfuerzo coordinado y el reflejo del compromiso con la dignidad de las y los trabajadores.

Otro logro que brilla con luz propia en este panorama es que la economía mexicana ha mostrado un desempeño envidiable, incluso en comparación con el de Estados Unidos. Mientras el Producto Interno Bruto de la Unión Americana creció un 2.9 % en 2022, México se alzó con un ímpetu arrollador, manteniendo su crecimiento en medio de las adversidades. Las olas de incertidumbre y las tasas de interés al alza desafiaron a algunos sectores en el territorio estadounidense, pero no lograron detener el buen rumbo en el crecimiento de nuestra economía.

Esta inercia positiva sigue impulsando el consumo, y la nueva realidad económica es mucho mejor que la que trajo el periodo neoliberal a las y los mexicanos. Los frutos de un esfuerzo sostenido se materializaron en forma de más y mejores empleos; asimismo, el flujo constante y creciente de remesas tejió una red de apoyo para miles de familias, mientras que el sector financiero, antes desafiado por incertidumbres, hoy se erige como un bastión de solidez y dinamismo. El camino para cambiar el rumbo destructivo del periodo neoliberal ha estado lleno de desafíos. No obstante, la convicción del presidente López Obrador de impulsar la economía moral permite avanzar por un camino de esperanza y bienestar.

Tampoco debemos olvidar que en 2022 y 2023 México escribió un importante capítulo de superación y esfuerzo, alcanzando el objetivo de crecer económicamente, ya que, en medio de las proyecciones de desaceleración pronosticadas por la oposición, que amenazaban con ahogar la esperanza, nuestro país logró levantarse de la caída provocada por la pandemia de COVID-19.

En todo este proceso se encuentra la prueba indiscutible de la resiliencia y determinación con que México se yergue ante las adversidades. Con un marco macroeconómico estable, el país avanza, respaldado por el dinamismo que fluye desde el vecino del norte y la solidez de una base manufacturera.

En este capítulo de nuestra historia, las políticas económicas de la Cuarta Transformación han sido el centro de un intenso debate; sin embargo, pese a todo, surge una certeza: hoy, el mercado interno late con fuerza y el objetivo de dinamizarlo se está cumpliendo para tener una sociedad más justa y equitativa. Tal es la ruta que debemos seguir caminando, con la convicción de que es la vía correcta hacia la consolidación de un México con justicia social y bienestar.

 

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