El atentado

No hubo polarización en términos cuantitativos, pero sí un estrés ideológico extremo. ¿Cómo se evitó que llegara la sangre al río?

En su conferencia matinal de ayer, el presidente AMLO reconoció a los conservadores y reaccionarios mexicanos por no haber traspasado la línea de la violencia política durante la reciente campaña presidencial, como sí ocurrió el pasado sábado en Estados Unidos contra Donald Trump.

“Nuestros adversarios han actuado de manera responsable, no ha pasado de los insultos; no se ha cruzado la frontera del insulto, en el caso extremo, a la violencia física… Por esto debemos estar orgullosos y reconocerle también eso a nuestros adversarios; yo se los reconozco mucho”.

Horas más tarde, en su conferencia del mediodía, la virtual presidenta electa, la Dra. Claudia Sheinbaum, abordaría el tema desde una perspectiva similar, al tiempo que anunció que no reforzará su esquema de vigilancia y protección, porque correría el riesgo de “aislarse del pueblo”, lo cual es una observación correcta.

Por su parte, el presidente estadounidense, Joe Biden, en relación con el atentado contra su adversario electoral, pronunció algo que nosotros hemos escuchado en repetidas ocasiones y circunstancias de la voz del presidente AMLO: “nuestras diferencias políticas tenemos que resolverlas en las urnas, no a tiros”.

Comparto el diagnóstico, el reconocimiento y la actitud de los tres líderes políticos.

En los pasados comicios presidenciales de México, desde la oposición se alimentó una narrativa con fines electorales: se habló de “la polarización” promovida desde la tribuna presidencial cada mañana, lo cual podría devenir en actitudes violentas y hasta provocar un magnicidio durante el proceso electoral. Por su parte, el presidente siempre negó que el país estuviese polarizado (fragmentado en dos partes iguales, como parece estarlo en términos electorales en nuestro vecino del norte), y defendió sus posicionamientos como un ejercicio de libertad de expresión y “despertar de las conciencias”. No fomentaba la polarización, sino la politización del pueblo, y el tribunal le dio la razón.

Lo que sí fue un hecho, es que el escenario de un escalamiento de la violencia política siempre estuvo contemplado, tanto en los circuitos de seguridad del Gobierno como en los ámbitos privados. Hubiese sido una irresponsabilidad mayúscula no tenerlo en cuenta, considerando el contexto de violencia en varias regiones del país; los antecedentes de ataques contra aspirantes y personas candidatas a cargos de elección popular en el reciente proceso electoral —al igual que los realizados durante los últimos 18 años— y, por supuesto, lo ocurrido en las campañas electorales de Álvaro Obregón (1928) y Luis Donaldo Colosio (1994).

No hubo polarización en términos cuantitativos, pero sí un estrés ideológico extremo. ¿Cómo se evitó que llegara la sangre al río? Primero, por los esquemas de protección que se diseñaron para garantizar la seguridad de las y los candidatos que así lo solicitaron; segundo, porque nuestro pueblo no es proclive al uso de armas como parte de su entorno de vida —no dormimos con un revólver bajo la almohada—, y tercero, en efecto, por una actitud políticamente responsable de la oposición, que hoy fue reconocida por ambos líderes, el presidente saliente y la presidenta entrante.

Por cierto, esa misma actitud se manifestó en 2006, cuando en una elección realmente polarizada (con una presunta diferencia de medio punto porcentual) AMLO cerró avenidas, marchó y movilizó a millones de personas en el país, pero no se rompió un solo cristal de auto, casa u oficina. Cero violencia. El reconocimiento a esta actitud responsable llegó masivamente doce años después, y se refrendó ampliamente en la reciente elección.

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