El coronavirus y la política migratoria de EUA

La crisis mundial provocada por el COVID-19 está sacudiendo las estructuras económicas de todos los países, incluso la de aquellos que hasta hace muy poco habían mantenido tasas de crecimiento económico sostenidas. Éste es el caso de los Estados Unidos de América, en donde, en tan solo un mes, 22 millones de personas han perdido sus empleos a raíz del apagón económico causado por la pandemia (alrededor del 13 por ciento). Para poner esto en perspectiva, durante la Gran Depresión, que duró de 1929 a 1939, el número máximo de empleos perdidos fue de aproximadamente 15 millones, cifra alcanzada en 1933.

 

Frente a una emergencia de esta magnitud, la pérdida de empleos no es solamente un problema económico, sino social y político. Los efectos económicos del desempleo sobre el consumo interno son evidentes, pero los conflictos sociales y políticos que éstos pueden desencadenar depende en gran medida de las acciones que los gobiernos tomen para tratar de solucionarlos.

Es conocido que en la agenda política estadounidense impera desde hace tiempo —incluso durante la administración de Barack Obama— una lógica de estricto control migratorio. Mientras que el gobierno que antecedió al de Donald Trump manejó el tema de manera menos evidente, gran parte del apoyo al republicano se basa en ideales nacionalistas y en la protección de los empleos de las personas nativas, factores que, en sus propias palabras, tienen como objetivo hacer nuevamente grandiosa a la Unión Americana.

La crisis del nuevo coronavirus llegó a los Estados Unidos de América cuando Trump se encontraba en la antesala de las elecciones para tratar de lograr su reelección, cuyo éxito depende precisamente de muchas de las personas que están perdiendo sus empleos en estos momentos. Por ello resulta entendible que una de las medidas prioritarias haya sido fortalecer los fondos para el seguro de desempleo, pero también volver a definir, como lo hizo en la campaña de 2016, una clara distinción entre estadounidenses nativos y personas migrantes que buscan empleo en esa nación para poder establecerse.

En tal contexto, el presidente Trump ha anunciado que firmará una orden ejecutiva con el objetivo de llevar a cabo un cierre migratorio, al generar una pausa en el proceso de trámite y emisión de visas de residencia permanente (Green Cards). Y aunque el mandatario justifica esta decisión como una medida para combatir al virus, es altamente probable que también esté sirviendo como un mensaje para una base electoral que muy pronto va a necesitar y que, de no recibir el apoyo necesario, puede cambiar su intención de voto al lado demócrata, representado por Joe Biden, candidato de este partido y vicepresidente durante la época de Obama.

El cese al proceso de emisión de residencias permanentes permitirá, según el presidente, que las y los estadounidenses en situación de desempleo sean los primeros considerados para cualquier trabajo disponible; además de que la reducción en el ingreso de personas garantizará que los sistemas de salud y de desempleo se enfoquen también en la población más necesitada. Es incierto si se harán excepciones a ciertos casos; según distintos analistas, es difícil identificar el fundamento legal para la decisión del presidente Trump.

Y aunque aún no se cuenta con mayores detalles sobre la manera específica a la operación de este cambio o las implicaciones que puede tener, vale la pena hacer una breve reflexión, para tratar de entender este tipo de posturas y las consecuencias que pueden tener.

 

Antecedentes

 

Cuando, a finales del siglo XIX, Friedrich Engels escribió en Francia el prólogo de La lucha de clases, de Karl Marx, su convicción era que la eventual victoria del socialismo, a raíz de la ampliación del voto de la clase proletaria, sería inevitable. En ese entonces, el socialismo competía férreamente con otras visiones, como el conservadurismo y el liberalismo, pero el fascismo no era aún vislumbrado ni siquiera por las grandes mentes de la época.

Aún así, un año después del final de la Primera Guerra Mundial, el 23 de marzo de 1919, el fascismo nació oficialmente. Ese día, en Milán, alrededor de la figura de Benito Mussolini se reunieron un buen número de veteranos de guerra nacionalistas, para formar lo que el propio Duce llamó Fasci di Combattimento. Esta fraternidad de combate tenía el objetivo de declararle la guerra al socialismo, al ser claramente opuesta al nacionalismo. De esta manera, Mussolini basó su estrategia en diferenciar a su grupo de otros que consideraba inferiores.

Tres años después, el Partido Fascista de Mussolini llegó al poder. Once años más tarde, otro partido fascista haría lo propio en Alemania. Luego de la Gran Guerra, y en el borde de un conflicto de proporciones aún mayores, buena parte de Europa favorecía los sentimientos nacionalistas y beligerantes que llevarían al mundo a la peor batalla de su historia. La Segunda Guerra Mundial no solamente implicó un nuevo nivel de violencia debido al avance tecnológico, sino el intento de destrucción de un pueblo entero, de su cultura y de su historia.

El fascismo y el florecimiento de sus componentes, la exaltación de los valores nacionalistas o del elemento racial como factores de cohesión y de movilización de un grupo contra otro cobraron fuerza en Europa precisamente debido a los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial. En el interregno entre ésta y la Segunda Guerra, el racismo y el nacionalismo fueron utilizados como los contenidos de los discursos políticos que llevaron al poder a los líderes que trataron de dividir al mundo.

Con la derrota militar del fascismo y la llegada de la globalización, el mundo parecía haber entrado a una era de universalidad, en la que había espacio para todos los grupos y las identidades. El politólogo Francis Fukuyama, luego de la caída del Muro de Berlín, señaló que se trataba del fin de la historia, pues la lucha de ideologías había terminado, y el capitalismo y la globalización habían triunfado. El mundo, inevitablemente, caminaba hacia la integración total. Fukuyama estaba equivocado.

 

El nacionalismo, el coronavirus y EUA

 

Cuando Donald Trump entró a la contienda electoral en 2016, era difícil encontrar un analista que le adjudicara la mínima posibilidad de éxito. Sin embargo, el empresario neoyorquino logró posicionarse como un candidato antisistema, al poner en el centro de su discurso el nacionalismo estadounidense. Su frase principal de campaña resume el sentimiento capitalista antiglobalización (al menos bajo los términos en que la globalización se había desarrollado hasta el momento) que poco a poco lo colocaron como un adversario real para la demócrata Hillary Clinton.

El discurso de Donald Trump siempre ha incluido un contenido antimigratorio. No solamente contra las y los latinoamericanos, sino contra cualquier grupo externo a su base electoral. Revivió el “nosotros contra ellos”, abriendo la posibilidad de hacer declaraciones y distinciones que antes eran consideradas como políticamente incorrectas y, por lo tanto, impronunciables. Evocando sentimientos nacionalistas y expresando lo que pocas personas se atrevían a verbalizar, Trump llegó a la presidencia del país más globalizado del planeta.

Dado que la restricción de la inmigración era una de sus políticas clave desde el inicio, no debería sorprender que, durante un momento crítico, ésta sea una salida fácil para ganar apoyo entre sus partidarios y mostrar al resto de la población medidas “duras” contra el COVID-19. Bajo este contexto, el anuncio que realizó el presidente Donald Trump sobre suspender de manera temporal la inmigración resulta comprensible, pero no por ello deja de ser contradictoria respecto a otras acciones que el mismo mandatario ha tomado previamente en ese sentido durante esta pandemia.

En primer lugar, es importante recordar el anuncio realizado por el gobierno estadounidense sobre ampliar y conceder visas de trabajo al personal médico que las solicitara. En estos momentos, la falta de personal ha hecho que las políticas migratorias alrededor de estos trabajos se flexibilicen, al grado de asegurar que las visas serán concedidas de manera casi inmediata para cualquier persona que cuente con calificaciones médicas.

Al mismo tiempo, Estados Unidos de América ha reconocido en los últimos días, de facto, que ciertos trabajos realizados por personas migrantes indocumentadas son imprescindibles y que son parte de la sociedad de las grandes ciudades. De manera similar, los trabajadores agrícolas están siendo protegidos por sus empleadores y sin ellos no habría comida fresca en los supermercados. Así, las posturas estadounidenses respecto a la entrada y el valor laboral de los migrantes difieren ampliamente, dependiendo su naturaleza y particularidades.

Estas posiciones no sólo contrastan con el anuncio recientemente realizado por el presidente Trump, sino con el endurecimiento de las reglas migratorias en la Unión Americana a raíz del COVID-19. Es importante recordar que ya existen varias restricciones de viaje ese país, mayoritariamente enfocadas a China y Europa, aunque también es cierto que se han limitado los cruces fronterizos tanto con Canadá como con México.

Los cruces fronterizos “no esenciales” se han postergado hasta nuevo aviso y la movilidad necesaria para atender la crisis ha sido interrumpida. Como es de esperarse, todas son medidas impuestas con el objetivo de contener el rápido contagio del coronavirus, cuya propagación en aquel país ya se acerca al millón de personas infectadas y las muertes ascienden a 44,000 casos.

Además, se ha acelerado la deportación de personas migrantes que llegan a territorio estadounidense, sin someterlas al debido proceso, bajo el argumento de que se busca evitar la expansión de la enfermedad. Difícilmente, a quienes se deporta reciben atención médica y mucho menos se les somete a pruebas para saber si se han contagiado, lo que puede significar un riesgo para los poblados a los cuales se les repatria. En estos momentos, cada persona deportada es una posibilidad de exportar el virus a una comunidad que no se encuentre aún contagiada.

De esta manera, parece que Donald Trump busca malabarear con dos posiciones para balancear su posición política. Por un lado, intenta contar con los recursos humanos necesarios, sin importar si ello implica flexibilizar su postura, y por otro, trata de mandar mensajes nacionalistas y de protección de los intereses de los trabajadores nativos, en un intento por no perder seguidoras y seguidores.

Aún es difícil conocer el impacto que la nueva orden ejecutiva firmada por el presidente Trump tendrá en el fenómeno migratorio. Se ha anunciado que sólo afectará a las aplicaciones para tarjetas de residencia permanente, mismas que en 2019 ascendieron a 580,000, y que la necesidad de evaluar los resultados de la política y posibles modificaciones se tomarán dentro de sesenta días.

En este sentido, aunque el número de personas que se podrán beneficiar por este cambio en la política migratoria será menor en comparación con los 22 millones de empleos que hasta el momento se han perdido, se abre la puerta para un futuro endurecimiento de las políticas migratorias de Estados Unidos de América. De esta manera, parece que el anuncio es más un movimiento político que pragmatismo económico.

Si algo queda claro de las medidas migratorias y las confabulaciones de la amenaza migratoria, con la amenaza sanitaria y la crisis económica, es que estas tres no dejarán de ser pilares retóricos para culpabilizar a las y los extranjeros por el declive económico (tanto a quienes introdujeron el virus al país como a personas inmigrantes que han estado “usurpando” esos trabajos desde antes).

Ante esta realidad no se debe perder de vista que tanto la migración regulada como la que carece de documentación contribuyen a la riqueza de Estados Unidos de América y en particular a la de algunos de sus estados más prósperos. Asimismo, la migración legal altamente especializada, así como la indocumentada que se dedica a labores productivas en el campo o en tareas de cuidados, son pilares del buen funcionamiento de la economía estadounidense. La primera, parte del motor de innovación y atracción de talento a las empresas y espacios de investigación del país, y la segunda, como una pieza fundamental del engranaje económico que permite, por su bajo costo, la asequibilidad de una labor esencial campesina.

Sin embargo, la política migratoria no lo es todo. El aspecto más importante para garantizar la reelección es, sin duda, la economía. El país ya ha anunciado inversiones por encima de los cinco billones de dólares en distintos programas y proyectos que buscan proteger a empresas y a trabajadores, no obstante, es de esperarse que la contracción económica tenga un impacto severo en los próximos meses.

Aún falta tiempo para que la pandemia deje de ser un riesgo y un problema para todas las naciones, sin embargo, sus efectos en todos los ámbitos nos hacen reflexionar sobre cuál será el orden de las cosas una vez que esto suceda. El nuevo coronavirus ha evidenciado una fuerte contradicción: que, en tiempos de crisis, en un mundo global, la mayoría de los países realizan esfuerzos nacionales y no globales para poder superar el reto. Sin embargo, también está quedando claro que los países nación, por sí mismos, sin la migración irregular que mantiene el campo de Estados Unidos de América, por poner un ejemplo, serían incapaces de sobrellevar un reto de esta magnitud.

La pandemia por COVID-19, como toda crisis, es un punto de inflexión en el que se puede dar una regresión a comportamientos que a la luz de la historia se sabe que no han beneficiado a la humanidad, o dar un salto hacia adelante para poder construir una sociedad menos vulnerable y con una solidaridad mundial más efectiva. Esperemos que la segunda opción prevalezca.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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