El dictador que nunca llegó

En 2006, la democracia mexicana sufrió un descalabro significativo. No solamente por el fraude que tuvo lugar el día de los comicios, sino por la puesta en marcha de una campaña de desprestigio sin precedente a lo largo de la contienda electoral de ese año en contra del ahora presidente Andrés Manuel López Obrador.

Desde entonces, ya era evidente que la voluntad popular se identificaba con las propuestas del nuevo proyecto de nación. Fue precisamente la creciente aprobación de los postulados de AMLO entre las y los mexicanos lo que llevó al resto de los partidos a atacarlo mediáticamente a través de una campaña que equiparaba el deseo de lograr un país más igualitario con escenarios autoritarios en otros países.

A las ideas y al movimiento que tenían —y siguen teniendo— como pilar lograr la igualdad los tacharon de comunistas, tratando de recordar el fracaso que este tipo de gobierno ha tenido en la historia. A la actitud de AMLO en favor de las personas más vulnerables, que son la mayoría en México, la catalogaban como populismo dañino para la democracia. Y al deseo de lograr la transformación de la vida pública nacional lo describían como una peligrosa puesta en marcha para llevar al país al autoritarismo e incluso a la dictadura.

En 2018, doce años después de la campaña de 2006 para infundir temor, y después de resistir los embates mediáticos, la izquierda encabezada por AMLO logró hacerse del triunfo electoral, y ninguno de los infundados presagios de aquella campaña está cerca de cumplirse, al contrario: la democracia en México va rumbo a la consolidación esperada durante muchas décadas.

Las crisis sanitaria y económica generadas por la COVID-19 se han convertido en una compleja situación que requiere medidas extraordinarias. En estos momentos podrían emerger conductas autoritarias; las nacionalizaciones de las empresas podrían ser entendidas como mecanismos necesarios para salir de la emergencia; un exorbitante endeudamiento público podría pasar desapercibido, y el uso de la fuerza para hacer cumplir las medidas de confinamiento se podría convertir en una cercana tentación.

En momentos de crisis como el actual es cuando se gestan las conductas dictatoriales que, quienes hace años se oponen al cambio de régimen, tanto le han achacado al proyecto que actualmente gobierna democráticamente a México.

Pero, lejos de acercarnos a ese tipo de escenarios, la crisis por COVID-19 en nuestro país ha demostrado que al frente del Ejecutivo federal se encuentra alguien con una fuerte convicción democrática, que no solamente no ha caído en las conductas autoritarias que la mercadotecnia política vendió como ciertas en 2006 y que algunas voces siguen erróneamente enunciando, sino que ha sostenido y promovido cauces democráticos para que sea el pueblo el que decida si continuará o no en la Presidencia, a través de la consulta para revocación de mandato.

En 2006, la campaña negra generó la imagen de un dictador que nunca llegó, y en su lugar México tiene a una figura que en tiempos de crisis ha mantenido el rumbo fijo hacia la construcción de un país más justo y equitativo, en donde la corrupción sea desterrada junto con los vicios del antiguo régimen. Este proyecto llegó al poder a través de un ejercicio democrático, y será mediante la democracia como la voluntad popular decidirá si el cambio se profundiza o se detiene.

 

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