El espionaje nuestro de cada día
El hecho de que el Leviatán no sea el único que espía en la aldea digital plantea grandes desafíos a la democracia contemporánea.
El fin de semana se dio a conocer parte de la investigación conocida como Proyecto Pegasus, un informe sobre espionaje global, con base en documentos que fueron recopilados por las organizaciones no gubernamentales Forbidden Stories y Amnistía Internacional.
El reporte se centra en la mayor empresa israelí proveedora de tecnología para espiar telecomunicaciones, la NSO, que logró colocar sus servicios en al menos 20 países, entre ellos México, cuyos gobiernos pudieron acceder a la información y las comunicaciones privadas de más de 50 mil teléfonos celulares, de los cuales 15 mil corresponden a nuestro país.
Diseñado para obtener información sensible y de contención sobre terroristas y delincuencia organizada, Pegasus también husmeó en las comunicaciones de personas luchadoras por los derechos humanos, opositores políticos, periodistas, dirigentes de corporaciones privadas e investigadores científicos que nada tienen que ver con amenazas a la democracia, pero sí suelen incomodar a la autoridad constituida.
El espionaje regulado, normado y fiscalizado es un poderoso aliado de la democracia, ya que identifica y previene los diversos tipos de riesgos que pueden dañarla, como el terrorismo o la delincuencia organizada. Pero ese mismo instrumento se convierte en un aliado del autoritarismo cuando se orienta a perseguir opositores, disidentes y enemigos, violando todos los derechos pro personae.
Yo mismo he experimentado las dos caras de una misma moneda. Durante los años en que fui legislador opositor padecí el espionaje de los sucesivos gobiernos federales de PRI y PAN. El monitoreo de mis comunicaciones era prácticamente las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Por supuesto, los temas importantes no los trataba por el celular, sino que acudía a las casetas telefónicas de monedas, porque era lo único no rastreable en ese momento.
Pero gracias a uno de esos rastreos de “rutina”, el extinto CISEN logró detectar y rastrear varias llamadas en torno a mi oficina particular, de un grupo de personas que preparaban un atentado en contra de la vida de mi hermano David —por ese entonces, senador— y de mi persona.
Actualmente, los teléfonos de caseta prácticamente se han extinguido, mientras que la tecnología para espiar se ha convertido en un servicio de fácil acceso y adquisición. “Todo lo que se transmite por aire es muy fácil de interceptar hoy en día”, me comentó un experto en esta actividad.
Este acceso casi universal a la tecnología de intercepción de comunicaciones ha hecho que el Estado ya no tenga el monopolio legal o ilegal del espionaje. También esta actividad se ha privatizado y hoy en día es mayor el espionaje entre particulares que el de una autoridad a particulares.
Más aún, cada día sabemos de casos en que se da “machetazo a caballo de espadas”. Es decir, cuando los gobiernos son vulnerados en sus sistemas de seguridad por piratas informativos audaces, que lo mismo violan la seguridad informática del Pentágono que la de un gobierno europeo, la de algún banco suizo o la de un paraíso fiscal situado en Panamá o Islas Caimán.
El hecho de que el Leviatán no sea el único que espía en la aldea digital, plantea grandes desafíos a la democracia contemporánea y a la preservación de las libertades más elementales de la humanidad. El espionaje de Estado es sólo la punta de un iceberg mayor que apenas emerge.
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA