El gran reto migratorio

Uno de los antecedentes más importantes de acuerdos migratorios entre Estados Unidos y México se llevó a cabo en 1942, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, con el conocido Programa Bracero, cuyo objetivo era enviar en forma regular a personas trabajadoras agrícolas para reforzar al sector primario de la Unión Americana, y que se extendió a los servicios ferroviarios, pero que lamentablemente se vio manchado por violaciones a los derechos humanos de nuestros connacionales bajo malas condiciones laborales, de vivienda, etcétera.

Pese a que el Programa Bracero demostró la importancia que tienen las personas migrantes en el mercado laboral estadounidense, ésta no ha sido reconocida a cabalidad por la política migratoria de ese país, que mantiene en la ilegalidad a quienes inmigran de manera irregular, pese a los esfuerzos institucionales que han surgido y desaparecido con los cambios de gobierno. Esto ha generado que desde la cancelación del programa, en 1962, la política migratoria enfrente distintas complejidades, dependiendo de la posición que los mandatarios de cada país han asumido respecto al tema, y siendo los últimos cinco años una de las etapas más complejas en materia de cooperación migratoria entre ambas naciones.

La elección de Donald Trump como presidente en 2016 se debió en gran medida al preponderante desprecio a las personas migrantes y su eventual incorporación a la sociedad estadounidense, que incluyó en su plataforma electoral. Una vez en el cargo, el exmandatario implementó medidas que, sin atender las causas de fondo de la migración, funcionaron como tapón, y cuyas consecuencias están latentes en el presente. La obsesión trumpiana de ampliar el muro fronterizo, que comenzó a construirse en la década de 1990, así como su insistencia en que el pueblo de México pagaría por ello, auguraron que durante esa administración el asunto migratorio se tornaría aún más complejo.

Cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia de México, la postura del Gobierno federal en torno a la migración internacional dio un giro importante hacia el humanismo y la fraternidad. Por eso, a través de un programa coordinado con los países centroamericanos, el Estado mexicano se ha enfocado en la cooperación regional para atender las causas raíz —pobreza y violencia, mayoritariamente— que hacen que miles de personas de la parte sur del continente inicien una marcha riesgosa y llena de incertidumbre hacia la Unión Americana.

Esta visión parece coincidir con el entendimiento que el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, tiene sobre el fenómeno migratorio, pues la aprobación de distintas órdenes ejecutivas al inicio de su gobierno, entre las que destacan la reunificación de familias separadas por las políticas de la administración Trump; la suspensión de los acuerdos para crear terceros países seguros con El Salvador, Guatemala y Honduras, así como la revisión del programa Quédate en México fueron un indicador de la voluntad política que existe para crear acuerdos migratorios más equitativos y con pleno respeto a los derechos humanos.

Al mismo tiempo, este cambio de paradigma se convirtió en una gran esperanza para las personas que intentan llegar a Estados Unidos, ya sea para encontrarse con su familia, huir de la violencia local o para buscar mejores oportunidades de desarrollo, lo cual produjo una nueva ola migratoria que está poniendo a prueba la actual visión de la Unión Americana en la materia. Ante la complejidad del problema y las presiones políticas al interior, el presidente Biden declaró su intención de que las familias que sean expulsadas de EUA se queden en México, lo cual de facto nos convertiría en un tercer país seguro, a lo que en el Senado de la República nos opusimos categóricamente desde junio de 2019, cuando el presidente Trump planteó esa misma opción.

El rechazo de constituirnos en tercer país seguro se sustenta en la equidad que debe regir en los acuerdos multinacionales, y en la consideración del riesgo que implica para las personas migrantes ser regresadas a los contextos de violencia de los que pretenden escapar. Es notorio que la visión de ambos gobiernos coincide en la necesidad de volver a otorgar al fenómeno migratorio un enfoque de derechos humanos y de humanismo, pero es también evidente que la gran complejidad propia de la migración internacional puede llevar a tomar decisiones que se deben evitar.

Sin duda nos encontramos ante uno de los fenómenos más complicados que debemos enfrentar de manera multilateral en la región, pues no existen recetas ni caminos hechos hacia la contención de los flujos migratorios y la protección de la dignidad de las personas migrantes; sin embargo, contamos con principios rectores que pueden delimitar los esfuerzos que las naciones americanas tenemos por delante a corto, mediano y largo plazos. Mientras tanto, la posición de la mayoría en el Senado de la República sigue y seguirá siendo la misma: promover el respeto a los derechos humanos de todas y todos los migrantes, así como el respeto de cada nación para hacer valer su soberanía.

 

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