El presidente que miró al sur
En 2001, como gobernador de mi estado natal, fui invitado a Cuba por su Gobierno, encabezado por Fidel Castro, con cuyo país sosteníamos una relación comercial y de intercambio cultural. En aquella ocasión, además, la Universidad Autónoma de Zacatecas decidió otorgarle al mandatario un doctorado honoris causa. En nuestras conversaciones se reafirmó lo que nos enseñan tanto la historia como la teoría moderna: nuestra región cuenta con todos los elementos para convertirse en un bloque unificado, pero no lo ha logrado porque los países que podrían iniciar este proceso decidieron acercarse a Estados Unidos o tratar de imitar el modelo importado desde allá, y alejarse de cualquier visión alternativa de desarrollo regional.
Recuerdo que para Fidel Castro México debería liderar este proceso, pero, bajo su visión crítica, el acercamiento con el modelo económico basado en el Consenso de Washington nos había alejado como país del resto de las naciones que integran nuestra región.
Esa postura me hace recordar lo que Simón Bolívar escribió en 1815: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria […] La metrópoli, por ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo por su poder intrínseco”. Esta admiración era recíproca por parte de nuestro pueblo. En 1824, durante la única visita del Libertador de América a nuestro país, fue declarado ciudadano mexicano, a propuesta de fray Servando Teresa de Mier, quien en aquel tiempo fungía como integrante del Congreso Constituyente.
En la actualidad, los estudios internacionales distinguen el norte y el sur globales, no sólo por su disposición geográfica, sino por sus condiciones históricas, culturales, sociales y económicas: el norte se desarrolló gracias a su dominio sobre el sur y el consecuente subdesarrollo de éste. Tal es, precisamente, el argumento de Boaventura de Sousa, quien en su libro Una epistemología del sur sostiene que el desarrollo en América Latina y el Caribe ha sido sometido por lo que él llama el pensamiento abismal occidental: la imposición de una forma única de desarrollo que invalida cualquier otra manera de comprender la realidad.
Veinte años después de esa reunión en Cuba, y tras haber consolidado uno de los bloques comerciales más importantes del mundo, a través de la firma del TLCAN y del T-MEC, estoy convencido de que México debe seguir fomentando las relaciones comerciales con Estados Unidos y Canadá, pero también sé que es tiempo de aceptar que no podíamos seguir siendo ajenos a lo que sucede al sur de nuestras fronteras. Se necesitaba encontrar un sano equilibrio entre una relación basada en el respeto a la soberanía con las potencias económicas del norte y una cooperación para el desarrollo con las naciones latinoamericanas y caribeñas, con las cuales compartimos condiciones económicas y culturales.
Por eso, la gira del presidente Andrés Manuel López Obrador por Latinoamérica y el Caribe representa un nuevo paradigma en la manera de entender el papel de México como actor en el desarrollo local, un mirar hacia el Sur, congruente tanto en sus discursos y acciones como en la insistencia de no dejar fuera de la próxima Cumbre de las Américas a ningún país por cuestiones ideológicas, o la implementación de programas prioritarios para el desarrollo en naciones latinoamericanas.
México, por su localización estratégica, puede funcionar como una bisagra entre el norte y el sur globales en América, dejando atrás el pensamiento colonial de sumisión ante las potencias extranjeras. Así lo entiende el presidente López Obrador, quien ha asumido el papel de liderazgo regional reconocido por la mandataria y los mandatarios de Honduras, Guatemala, El Salvador, Belice y Cuba, quienes, más allá de ideologías, concuerdan en que las políticas de desarrollo propuestas por el jefe del Estado mexicano no solamente son acertadas, sino necesarias para construir la región a la que por tanto tiempo hemos aspirado.
En sus discursos, el mandatario mexicano señaló la influencia común del pueblo maya en nuestro país y Guatemala; en el Salvador recordó que allí existe una comunidad homónima a su pueblo natal, Tepetitán; en Belice, remarcó la influencia común africana y europea; en Honduras, coincidió con la mandataria en que ninguna nación debe ser excluida de la Cumbre de las Américas, y en Cuba, la visita oficial subsana aquella desavenencia entre el exmandatario Fidel Castro y su entonces homólogo Vicente Fox, causada por la desafortunada frase de este último “comes y te vas”.
¿Será México la metrópoli de aquella gran nación americana que proponían Simón Bolívar y José Martí? ¿Lograremos una integración regional que vaya más allá del libre comercio de mercancías? Quizá no haya necesidad de una metrópoli en sí misma, pero sí de un liderazgo que logre continuidad, al margen de los movimientos del péndulo político en las Américas, que empuje una agenda de inversión para el desarrollo del norte al sur, sin condicionar con ello la libre determinación de los pueblos.
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