Encuestitis

Distinguir entre las encuestas con margen de error y aquellas con margen de horror o disparatadas es una buena medida preventiva para evitar la irritación de la encuestitis.

El sufijo de origen griego –itis significa “inflamación”. En este sentido, podemos llamar “encuestitis” a la tumoración que en este momento padece la opinión pública por el cuantioso y diverso número de encuestas que dicen reflejar las tendencias electorales, a tres semanas de la elección presidencial y de otros miles de cargos de representación popular que se disputarán el próximo domingo dos de junio.

Esta inflamación es producto de lo que se llama “guerra de encuestas”. Por lo menos hay dos grupos de encuestadoras que están confrontando sus resultados rumbo a la elección presidencial. Las que colocan con 20 puntos de distancia —o más— a la Dra. Claudia Sheinbaum y las que dicen que Xóchitl Gálvez ya empató o hasta rebasó “por poquito” a la candidata de MORENA y aliados de la coalición Sigamos Haciendo Historia.

Alguien está mintiendo o están midiendo realidades diferentes o simplemente están jugando el conocido juego de salón llamado “el tío Lolo”. El día de los comicios lo sabremos con precisión o quizá nos encontremos con una realidad cada vez más frecuente en las elecciones: que los dos grupos terminen equivocándose y el resultado final sea un punto intermedio entre los extremos distantes y próximos.

Un caso reciente, cercano, es el Estado de México, donde la mayoría de las encuestas daban ventaja de dos dígitos a la actual gobernadora Delfina Gómez, quien al final quedó a un dígito de distancia. Solo una o dos encuestas daban como triunfadora a la candidata del PRI, Alejandra del Moral; todas las demás acertaron en la triunfadora, aunque no en el porcentaje de la votación.

En la segunda campaña presidencial de AMLO (2012), la mayoría de las encuestas daban el tercer o el segundo lugar al actual presidente de la República, con dos dígitos de distancia respecto a Peña Nieto. Al final, quedó a solo ocho puntos del candidato del PRI, algo que ninguna casa encuestadora registró en su momento.

Las propias encuestadoras tienen justificaciones para esta situación: “la realidad se mueve y las encuestas solo son una fotografía del momento”; “las encuestas no son pronósticos, sino diagnósticos; valen para el día y la hora en que se levantó la medición”; “no hay nada más viejo que la encuesta de ayer”, y “es un acercamiento a la realidad, no la realidad misma”, entre otras.

Después del segundo debate presidencial, la estrategia del frente opositor se ha movido en dos planos: por un lado, difundir encuestas a modo para intentar crear la percepción de que la distancia se está acortando; por el otro, divulgar modelos probabilísticos orientados a señalar que “este arroz no está cocido”. Sobra decir que es una narrativa posible, pero poco probable. Se mueve más por el deseo personal de ganar, que por la probabilidad estadística.

Como toda inflamación, la encuestitis es molesta, pero superable. Primero, hay que entenderla como deliberadamente provocada (estrategia de campaña); segundo, hay que aplicar una vacuna para contenerla. Es una vacuna que tiene que ver con información. Hay que tener el grado de asertividad de estas casas encuestadoras, en función de las elecciones donde han estado publicando. Una comparación de sus proyecciones electorales con el resultado final puede ubicar a cada quien en su lugar.

Distinguir entre las encuestas con margen de error y aquellas con margen de horror o disparatadas es una buena medida preventiva para evitar la irritación de la encuestitis nuestra de cada día.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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