¿Energía limpia, negocio sucio?
Los promotores de las energías limpias de los gobiernos anteriores prefirieron subsidiar a los productores privados que al consumidor final. Aquí es donde estuvo el negocio sucio de las energías limpias.
En días recientes se generó una nueva embestida contra la Comisión Reguladora de Energía y la Comisión Federal de Electricidad por el incremento en las tarifas de “porteo” (transmisión y distribución) que pagan los generadores privados de energía eléctrica a la CFE.
En virtud de que los más perjudicados son los productores de energía eólica y fotovoltaica, amparados en los certificados de energía limpia (CEL), esto se presentó como una medida en contra del desarrollo de las energías limpias para favorecer el retorno de la generación de energía sucia, aquella que se genera mediante combustóleo, diésel y carbón.
Nada más falto a la verdad que ese argumento. Lo que está en revisión no es la imperiosa necesidad de generar energía limpia en el país, sino la tarifa subsidiada que pagan los generadores privados para que la CFE transmita, almacene y distribuya al consumidor final (industrial y habitacional) la energía producida.
La reforma energética neoliberal dejó a la CFE cargar con los costos de ser el suministrador de última instancia (por ejemplo, tener capacidad en exceso para atender picos de demanda, sistemas redundantes, etc.) y de atender a usuarios menos rentables (zonas de baja densidad, zonas de difícil cobro, etc.).
A los generadores privados se les permitió incorporarse a la red sin absorber ninguno de estos costos. Cuando el monto de esta generación era pequeño o generaban exclusivamente para CFE, el problema era menor, pero conforme fue aumentando su participación de mercado y se les permitió competir con CFE, el problema se magnificó.
Cuando ya se pudo hacer la transición de CFE con figuras de autoconsumo y, posteriormente, como productores independientes, la situación se agravó. Las reglas de despacho favorecieron a los que tenían el costo marginal más bajo (las plantas nuevas, incluyendo renovables), sin cargarles ninguno de los costos asociados para disponer una red confiable de transmisión y de abasto permanente.
Esta situación de privilegio se tradujo en un detrimento financiero de la CFE, que debió enfrentar sola el costo de mantenimiento y reposición de sus líneas de transmisión.
¿Cómo se enfrentó este deterioro financiero? Con costos de electricidad más altos para los usuarios o para los contribuyentes, que tuvieron que absorber las pérdidas de CFE. En otras palabras, los promotores de las energías limpias de los gobiernos anteriores prefirieron subsidiar a los productores privados que al consumidor final. Aquí es donde estuvo el negocio sucio de las energías limpias. Negocio del que se beneficiaron políticos y empresarios del periodo neoliberal.
En conclusión, no es un tema de energías fósiles contra renovables, sino de generación privada contra generación pública, en condiciones inequitativas, donde el punto clave es a quién se debe apoyar con recursos públicos: ¿al productor privado o al consumidor final?
¿Es posible reencauzar el problema hacia una solución más constructiva? Sin duda. Se requiere comunicación y negociación con los generadores privados, así como planteamientos claros y equitativos para que la CFE no siga siendo la vaca lechera a la que se deba cargar la ordeña.
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