FARO INTERNACIONAL: UNA MIRADA A LAS NOTICIAS RELEVANTES EN EL MUNDO

¿Actos de solidaridad o congruencia?

La semana pasada, la carta de 83 personas de nueve países, autodenominadas “Millonarios para la humanidad”, fue publicada por una gran cantidad de medios. Una carta en la que confirmaban su poder, aceptaban la inequidad y demandaban un incremento de impuestos no como un acto de caridad, sino para “rebalancear nuestro mundo.” Un pendiente con el que pocas voces podrán diferir.

La carta fue publicada antes de la reunión de las y los ministros de finanzas del G20 y de la cumbre de líderes de la Unión Europea, que tienen en sus agendas discutir las medidas de mitigación a los efectos de la pandemia.

Estamos viviendo una crisis en la que, a la vez, tenemos una miríada de respuestas y políticas para atender un mismo mal, pero con consecuencias que se materializan de manera muy diferente; diferente entre países, diferente entre regiones y diferente entre habitantes de una misma ciudad: quienes gozan de guardar la cuarentena en casa con comodidades y distractores varios, y quienes, las y los más vulnerables, no cuentan ni con agua corriente en sus casas, para poder cumplir con la medida más esencial, que es lavarse las manos.

 

 

La carta de “Millonarios para la humanidad” causó interés justamente porque invita a reflexionar sobre la genuinidad del llamado para determinar si se trata de un acto de solidaridad circunstancial, de relaciones públicas o de verdadera congruencia para impulsar esquemas fiscales progresivos en un contexto en el que ya no es posible negar la complejidad y, por qué no decirlo, la injusticia en que vivimos. Ya lo expresaba Jedediah Britton-Purdy, en su artículo “La solidaridad como afrenta al coronavirus” : “vale la pena recordar que nuestro mundo de soledades gregarias, de ética individualista y de interdependencia material no ocurrió de repente”.

Actos de solidaridad se han presentado en todos los estratos y países. Tan importantes son las agrupaciones de vecinas y vecinos que confeccionan mascarillas, como aquellas que organizan productores locales para seguir distribuyendo sus productos; las que se aseguran de repartir alimentos a poblaciones vulnerables, y los colaborativos de profesionales que han abierto líneas telefónicas para ofrecer contención emocional a profesionales de la salud o a víctimas de violencia doméstica.

A nivel internacional, hemos escuchado de donaciones millonarias a la investigación o atención médica, por ejemplo, de Bill Gates, Mark Zuckerberg y Jack Ma; bonos de efectivo a personal y aportaciones a bancos de alimentos por parte de Walmart; contribuciones a los fondos de emergencia nacionales y multilaterales, apoyos de Michael y Susan Dell a pequeñas empresas, o las aportaciones de Kylie Jenner para la construcción de centros médicos. Otros han impulsado incrementos salariales, además, por supuesto, de los compromisos para no despedir trabajadoras ni trabajadores. El nombre de Carlos Slim ha aparecido en los recuentos de contribuciones de personas millonarias alrededor del mundo con sus programas para salud y educación a distancia.

En México, hemos escuchado de empresas que han donado ventiladores y kits preventivos o que han apoyado la instalación de vivienda temporal para personal de salud, e impulsado iniciativas de educación vía remota. Tampoco se han detenido las donaciones de equipo de protección personal, de jabones y alimento diario para quienes laboran en la primera línea. Se han entregado tarjetas solidarias para empleados y empleadas, y reconvertido plantas para producir gel sanitizante.

Por otro lado, no han sido menores las publicaciones que revelan actos de incongruencia de empresas o personas millonarias que, por un lado, anuncian medidas “solidarias” y, por otro, mantienen un actuar inconsistente con la responsabilidad social que deberían mostrar con sus propios trabajadores y trabajadoras, con el medio ambiente o con quienes consumen sus productos.

 

 

Pero la solidaridad no es suficiente. La historia muestra que después de toda gran crisis, y durante ellas, los presupuestos nacionales se deben reajustar y hay una tendencia a rediseñar las políticas fiscales, para que sirvan como vehículos que ayuden a los países a tratar de acercarse a la normalidad pasada tanto como sea posible, así como a cubrir los costos y consecuencias económicas y sociales generados por la emergencia.

Necesitamos traer a la discusión herramientas que faciliten que, una vez superada la crisis, haya una manera justa y eficiente de asumir el costo para volver a la normalidad.

La medida a la que llama el grupo de personas millonarias no es nueva, como tampoco lo es el debate al respecto: las discusiones sobre su viabilidad, sobre el cálculo del impuesto, sobre los incentivos para pagarlo y sobre la forma de “rebalancear” han circulado los debates políticos en los últimos tiempos. Así, la visión de la carta es un reflejo de las deliberaciones en los países de origen de las y los firmantes, entre quienes no figura alguien perteneciente a una nación en desarrollo.

Asimismo, hemos escuchado argumentos a favor y en contra del impuesto a la riqueza durante las campañas de precandidatos demócratas a la Presidencia de los Estados Unidos de América, y hemos tenido conocimiento de que medios de Reino Unido hacían notar que la carta publicada el 13 de julio salió a la luz en un momento en que la oposición de esa nación está demandando un impuesto a la riqueza para financiar los esfuerzos de rescate.

El debate en torno al tema continuará, lo que es innegable es que la desigualdad existe.

La crisis actual sugiere que la pobreza y la desigualdad en el mundo aumentarán, afectando de manera más punzante a las personas más vulnerables. Mientras que, en un día, Jeff Bezos incrementa su patrimonio en 13 billones de dólares, millones de pequeñas y medianas empresas y de negocios familiares no cuentan con la liquidez necesaria para sobrevivir.

En Europa, por ejemplo, economistas y académicas están planteando la posibilidad de volver a utilizar el impuesto sobre el excedente corporativo para evitar el enriquecimiento extraordinario de algunos negocios a causa de la contingencia. Otra de las propuestas que más consenso ha obtenido hasta el momento es implementar un impuesto progresivo y temporal al uno por ciento más rico de cada nación, que serviría para pagar los bonos emitidos por los países durante la crisis por COVID-19 o para inyectar recursos a fondos de rescate destinados a estabilizar sus economías. Esta solución evitaría que con la adquisición de la deuda se transfiriera la riqueza del sector público a un grupo selecto del sector privado.

En México carecemos de estadísticas que permitan estimar con precisión el grado de concentración de la riqueza. En primer lugar, porque por décadas las autoridades se negaron a transparentar las cantidades de impuestos que aportaba el uno por ciento más rico del país. Mientras que el diez por ciento más rico del país concentra el cincuenta por ciento de los ingresos, el otro noventa por ciento debe satisfacer todas sus necesidades con sólo el cincuenta por ciento del ingreso nacional.

Se requerirán otras soluciones, más allá de la solidaridad y la filantropía, para atacar los problemas milenarios de la desigualdad no sólo en México, sino en la mayoría de los países del mundo, incluyendo algunos de los más desarrollados. A lo que estas 83 personas millonarias están apuntando es a generar esquemas progresivos sobre el ingreso, sobre el patrimonio y sobre otros aspectos que puedan generar aportaciones extraordinarias, como sucede normalmente en otros países después de momentos de dificultad económica.

Las sociedades socialdemócratas los aplican desde el siglo antepasado, con resultados notables, para atenuar la desigualdad. Incluso el Fondo Monetario Internacional ha sugerido considerar un aumento a los impuestos sobre la renta, la propiedad y la riqueza, a través de un impuesto solidario.

“El ingreso del Estado es el Estado mismo”, afirmaba el filósofo inglés Edmund Burk. Sin impuestos no hay, en el fondo, destino común de la sociedad, porque no hay capacidad colectiva para actuar, así que, en el centro de toda conmoción política, en la intemperie de cualquier guerra, en la salida a toda gran crisis, siempre atisba una revolución fiscal.

 

FUENTES
[1] J. Britton-Purdy. “La solidaridad como afrenta al coronavirus”, Nueva Sociedad, abril de 2020. Consultado en línea: https://bit.ly/2WLRysh el 20 de julio de 2020.

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