Felipe Ángeles
Los avances en la aviación podrían ser entendidos como sinónimo de progreso tecnológico, y existe un halo de orgullo en torno a los que cada país realiza. La importancia que reciben es tal, que a las mujeres y los hombres que marcaron el curso de la historia de las naciones se les ha reconocido nombrando en su honor a los aeropuertos más relevantes.
El aeropuerto de París fue bautizado en honor de Charles de Gaulle, el general francés que enfrentó la embestida nazi. En Estados Unidos, uno de los aeropuertos de Nueva York, quizá el más famoso de ese país, recibe su nombre en homenaje al presidente asesinado, John F. Kennedy. El aeropuerto internacional de la India reconoce a la ex primera ministra Indira Gandhi, y el de Montreal, al homólogo canadiense de aquélla, Pierre Elliott Trudeau. Por su parte, el de la Ciudad de México homenajea a Benito Juárez, uno de los personajes centrales en la historia patria.
Felipe Ángeles Ramírez era, hasta hace muy poco, uno de los personajes históricos menos valorados en México. Fue un maderista puro, pero no pudo evitar que el presidente que lo nombró director del Colegio Militar fuera asesinado por Victoriano Huerta, quien peyorativamente lo llamaba “napoleoncito”, debido a su formación académica.
Se libró de la muerte ya que, por esa condición de menosprecio, pero también por su prestigio entre las filas militares, el Chacal decidió exiliarlo a Francia, de donde regresó en octubre de 1913 para unirse al ejército comandado por Venustiano Carranza, quien a su vez lo incorporó a la División comandada por el Centauro del Norte.
Ángeles, junto con Francisco Villa, fue el principal responsable de derrotar al gobierno ilegítimo del usurpador Huerta. Existe registro de una conversación vía correo postal entre Ángeles y sus antiguos compañeros militares que permanecieron bajo el mando de aquél y quienes, después de ser derrotados sistemáticamente por la División del Norte, trataron de que el general revolucionario intercediera por ellos. Su respuesta es digna de ser recordada:
Señores. Teniente coronel Bruno M. Trejo, mayor Salvador Cortina y capitán Manuel Ceballos. Saltillo, o donde se encuentren. Con pena he visto sus nombres entre los de muchos Generales a quienes empujó en su carrera el viento de la traición. Los conozco bien a todos, y comprendo las causas complejas que retienen a algunos de ustedes en las filas huertistas, muy a su pesar. Dice el telegrama que se avecina una guerra de razas. Esto es falso. Se avecina una guerra provocada deliberadamente por Huerta para hacer fracasar el triunfo próximo de nuestro partido democrático. Esta guerra va a constituir el segundo gran crimen en que colabora el ejército. Si ustedes todos fueran clarividentes y patriotas, podrían con un solo ademán conjurar la guerra extranjera diciéndole a Huerta: “hasta aquí”.
[…] Y si todo fracasa, muramos cada quien por nuestro lado: no puedo unirme con los cómplices de los dos crímenes de lesa patria.
El mismo grado de congruencia y coherencia con el que vivió y murió el general hidalguense está impreso en el desarrollo y la construcción del aeropuerto internacional que el día de hoy se inaugura y que merecidamente lleva su nombre.
Desde el inicio de su campaña, el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador anunció la cancelación del nuevo aeropuerto proyectado en Texcoco, para poner en marcha la construcción de un aeropuerto civil en la base militar de Santa Lucía, pues él tampoco podía ser cómplice de todos los excesos e irregularidades presentados desde la génesis del otro plan.
A Ángeles un tribunal marcial lo sentenció a muerte en 1919. De manera injusta lo quisieron hacer pasar como traidor, pero el tiempo se ha encargado de reivindicar su papel en la historia nacional. Al presidente López Obrador lo han intentado linchar mediáticamente por haber tomado la decisión de cumplir lo que en campaña prometió, lo que democráticamente más de 30 millones de personas apoyaron en las urnas. Pero lejos de especulaciones, lo cierto es que hoy México cuenta con un nuevo aeropuerto funcional, moderno y construido sin excesos ni corrupción; por eso, la posteridad se encargará de definir la pertinencia de esa decisión.
“Cumpliremos la misión” es el lema del agrupamiento de ingenieras e ingenieros militares que estuvieron a cargo de la construcción del AIFA, y quienes lo lograron a cabalidad, con la lealtad, patriotismo y profesionalismo que los caracteriza. Se alejaron de aquellos excesos en que las construcciones de los proyectos icónicos de sexenios anteriores alcanzaban costos exorbitantemente inflados y entregaban resultados paupérrimos, que se reducían a una barda o a una estela de corrupción.
Su entrega y dedicación reivindican el papel del Estado en el desarrollo económico del país, y también, finalmente, otorgan el lugar que merecidamente estaba esperando uno de los generales que le dio rumbo y forma a nuestra vida nacional.
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