Hegemonía

En el mundo, durante determinadas etapas o periodos han existido partidos únicos o hegemónicos. Tal es el caso de los partidos comunistas en China, la Unión Soviética Corea del Norte, Vietnam y Cuba o el Partido Socialista Unido de Venezuela. En México, en la etapa postrevolucionaria, en una simple evolución de siglas, el Partido Nacional Revolucionario, el Partido de la Revolución Mexicana y el Partido Revolucionario Institucional, desempeñaron un papel semejante.

 

En términos generales, entre las características de un partido hegemónico se encuentran las siguientes:
  • Presencia de un dirigente o caudillo fuerte al frente del Poder Ejecutivo federal, como jefe de Estado, presidente o primer ministro.
  • Se trata de un instituto político de masas, ideológicamente orientado y políticamente organizado para respaldar a su líder, mediante la capacidad de incorporar a diversas clases sociales y sectores económicos, a fin de favorecer la continuidad de la hegemonía.
  • La dirección política del partido se extiende del Gobierno a aquél, o viceversa, con el objetivo de asegurar la prevalencia del control estatal. Aunque con excepciones, el partido puede llegar a situarse por encima del Gobierno.

 

Otras características que definen a este tipo de organizaciones partidistas son la existencia de una periferia de partidos secundarios, promovidos por el propio partido hegemónico para simular un entorno de competencia electoral. De esto se desprende, por un lado, que la existencia de la oposición tiene por finalidad legitimar al sistema político y, por el otro, que no existen condiciones de alternancia real y, con ello, tampoco de rendición de cuentas.

 

 

 

 

El PRI es uno de los mejores ejemplos de este tipo de partidos políticos. Después de 90 años de vida se encuentra en su etapa más crítica, de mayor debilidad institucional y ante la posibilidad real de convertirse en un pequeño instituto político, si no es que de desaparecer. No obstante, durante sus primeras siete décadas de existencia, fungió como partido único para mantener un sistema político sin competencia real, que sirviera a los proyectos de los Gobiernos emanados de sus filas.

 

Con esto en mente, es común escuchar, desde la oposición, la comparación que intenta equiparar a MORENA con el Partido Revolucionario Institucional: “MORENA corre el riesgo de convertirse en el nuevo PRI”, reza la consigna. Sin embargo, establecer ese tipo de paralelismos suele conducir a falacias.

 

Es verdad que MORENA, en tan sólo ocho años de existencia, se convirtió en un partido fuerte que logró hacerse electoralmente de 22 estados del país, mayorías legislativas y diversos gobiernos municipales. Salvo los años de dominio absoluto del PRI, esta hazaña no la había conseguido ningún partido de oposición, ni siquiera el PAN, que nació como partido antagónico en 1939.

 

 

 

 

 

Por ello, el surgimiento de una nueva mayoría política no significa necesariamente la existencia de una nueva hegemonía. En primer lugar, los triunfos de MORENA se dieron en condiciones de competitividad. En segundo término, su importancia dentro del sistema de partidos no implica la existencia de una oposición a modo, que sirva para legitimar las acciones de sus Gobiernos. Además, MORENA, no es propiamente un partido, es un movimiento de causas sociales y ciudadanas y nació en un contexto de reglas electorales de competencia abierta.

 

Por último —pero no menos importante—, el nuevo partido mayoritario nació desde la oposición, y no desde el poder, como una institución más del Estado mexicano, lo cual sí ocurrió con el PRI, lo que ha permitido que existan contrapesos y que no toda la vida pública sea controlada por el instituto político en el poder.

 

Sin embargo, la realidad política que vive MORENA no se puede negar, y encierra los riesgos o amenazas de transitar de esta mayoría democrática a una nueva hegemonía. Por eso la insistencia de democratizar su vida interna y actualizar sus documentos básicos, para no sucumbir ante las prácticas antidemocráticas que combatimos desde el origen de este movimiento.

 

El próximo año MORENA podría gobernar 24 estados de la República —más de 94 millones de personas: el equivalente al 74.6 por ciento de la población—; solamente algunos bastiones partidistas resistirían su incontenible avance, y ello nos posiciona en un momento importante de nuestra biografía política.

Este movimiento pasará a la historia como el que consolidó la democracia, pero debemos evitar que se genere un nuevo desequilibrio en el sistema de partidos mexicano y que se intenten regresiones a los tiempos del partido único y hegemónico.

 

Los próximos 30 y 31 de julio se llevará a cabo la renovación de las mujeres y los hombres que se desempeñarán como congresistas nacionales, consejeros estatales y distritales, para que en septiembre se elija el máximo órgano de dirección de MORENA: el Consejo Nacional. A partir de ello, cambiarán los liderazgos locales en las entidades federativas, algo que no ha ocurrido desde la fundación del partido. Sin embargo, este proceso encierra peligros y preocupaciones de las y los fundadores, de la base militante y de simpatizantes.

 

 

Ante esta próxima renovación y el proceso electivo, se tiene que evitar a toda costa que MORENA caiga en las viejas prácticas de los partidos que inhibieron la democracia en el país. Es un momento para que realmente sean seleccionados mujeres y hombres comprometidos con las causas del movimiento, y no sólo las personas que tengan la capacidad económica de movilizar y, con ello, desviar el propósito democrático al que nos debemos. Nuestra historia como movimiento no puede ser corta, sino de largo aliento.

 

También en septiembre próximo se realizará el Congreso Nacional de MORENA, con lo que surge la oportunidad de modificar las reglas estatutarias de vida interna, para reforzar la democracia, y será un momento clave para definir el rumbo de esta organización social y política.

No debemos evadir nuestra responsabilidad, sino luchar por mantener la esencia de MORENA.

Tenemos que seguir siendo un movimiento social amplio, y aceptar que la vida orgánica de éste dista mucho de lo esperado por el pueblo, que la renovación periódica de sus dirigentes no ha ocurrido y que la disciplina partidista en la toma de decisiones aún es insuficiente.

 

Esto ha ocasionado que vivamos en constante conflicto, y es precisamente lo que tenemos que evitar. Al contrario, hay que aspirar a que el movimiento se convierta en un auténtico instrumento de decisión colectiva, para conservar el ideal y evitar pensamientos únicos de dirigentes u organizaciones políticas subordinadas a facciones.

 

MORENA debe mantener su origen: representar a las personas desposeídas, encabezar la lucha social, considerar a quienes se les ha ignorado, proteger a las y los marginados. Si nos apartamos de esto, no tendremos ni posibilidades ni derecho a subsistir. Sería un suicidio político que en un solo acto nos alejáramos de las clases medias, nos confrontáramos con los medios de comunicación, con representantes de los sectores económicos e incluso con personas universitarias y del ámbito académico o con las asociaciones religiosas. No sobreviviríamos electoralmente, porque debemos reconocer que haber encabezado sus luchas, haberlas hecho nuestras nos fortaleció. Retornemos al origen y a la esencia de nuestro movimiento.

 

Solamente alejándonos de las distorsiones que el poder ha ocasionado en otros casos estaremos en condiciones de asegurar procesos democráticos y transparentes que nos permitan ser un partido competitivo y no hegemónico. La única salida consiste en conducir un debate amplio, honesto y responsable entre quienes hoy militamos en este movimiento de transformación, para convertirlo en el vehículo que haga posible consolidar la democratización del país. Pero, como suele decirse, el buen juez por su casa empieza.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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