Intelectuales y poder
No estamos en presencia de intelectuales vírgenes o “químicamente puros” ni de un político antiintelectual. Ambas partes ejercen sus legítimos derechos a la crítica, al disenso y a la réplica.
Max Weber describió con agudeza la relación amor/odio, atracción/repulsión, fascinación/desencanto entre los hombres de letras y los hombres de poder. Lo hizo en El político y el científico y en otros ensayos en los que advertía que esa relación bipolar casi siempre terminaba en un divorcio de vocaciones y profesiones nobles.
“No se puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio, sin atentar contra la dignidad de una y de otra profesión, sin faltar a la vocación de ambas”.
Esto no impedía que “los hombres de estudio” tuvieran posiciones políticas, ni que “los hombres de acción” se formaran en las disciplinas científicas de la historia, la economía, el derecho, la filosofía o la literatura. Lo único que pedía el sociólogo alemán era que los intelectuales no disfrazaran sus posturas políticas y partidarias con supuestas “neutralidades cognitivas”, ni que los políticos justificaran sus acciones de poder en “verdades científicas”.
De la supuesta neutralidad de los intelectuales, Weber escribió la siguiente sentencia: “Neutral es aquel que ya se decidió por el más fuerte”. Mientras que, sobre la supuesta racionalidad de los hombres de acción, escribió el epigrama: “El poder es aprovechar toda posibilidad para imponer la voluntad propia en una relación social, incluso contra la resistencia de todos los demás”.
El intercambio epistolar que vimos la semana pasada entre un grupo de intelectuales y el presidente de la República es inédito, al menos en dos sentidos: rompe el statu quo que durante décadas guardó el poder presidencial frente a la intelectualidad (los mandatarios “aguantaban vara” frente a la intelligenza o conciencia crítica nacional), y abre un sano debate político sobre la presunta concentración de poderes y la “vena autoritaria” de la 4T.
Este intercambio epistolar directo, sin intermediarios, sólo es explicable por el hecho de que los actores son un político intelectual, que a la vez es presidente de la República, y un grupo de intelectuales políticos, que en su mayoría han estado vinculados colateralmente a dirigentes políticos, proyectos partidistas o programas de gobierno, en calidad de ideólogos, funcionarios, operadores, consultores o asesores. Es decir, no estamos en presencia de intelectuales vírgenes o “químicamente puros”, ni de un político antiintelectual. Ambas partes ejercen sus legítimos derechos a la crítica, al disenso y a la réplica.
Sobre la presunta “deriva autoritaria” que significa que el proyecto de la 4T tenga mayoría en la Cámara de Diputados, en la Cámara de Senadores y en 17 de los 32 congresos locales, habrá que decir que esta nueva matriz del “poder reformador de la Constitución” no es producto de un golpe de Estado, de un fraude electoral o de un pacto oligárquico, sino de una nueva realidad política moldeada desde, para y por el poder ciudadano en las urnas.
Fue una mayoría ciudadana la que decidió dar por concluido el período de los “gobiernos divididos” (Ejecutivo de un color y congresos multicolores), y teñir de un color más fuerte y uniforme (nunca hegemónico ni absoluto) estas instancias de gobierno.
Esa misma mayoría ciudadana tendrá la oportunidad el próximo año de cancelar esa opción en la Cámara de Diputados y, en el 2022, de revocar incluso el mandato presidencial. ¿Es esto autoritarismo y concentración unipersonal de poderes?
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