En El proceso, Franz Kafka nos presenta a Josef K., un hombre común que, sin saber por qué, es arrestado y procesado por un tribunal que no le informa los cargos en su contra. Cada paso que da hacia su defensa lo hunde más en un sistema oscuro, confuso y ajeno a toda lógica.
“La lógica es, sin duda, inquebrantable, pero no resiste a un hombre que quiere vivir”, reflexiona K., en una frase que cala profundo porque, al mirarnos en el espejo de la historia mexicana, podemos reconocer ese mismo sinsentido.
La historia de Josef K. es la de alguien que sabe que fue arrestado sin haber hecho nada malo. ¿Cuántas veces no hemos escuchado algo similar en los pasillos de los ministerios públicos, en los juzgados, en los testimonios de miles de personas que han sido víctimas de un sistema que castiga al indefenso y protege al influyente?
Durante décadas, nuestro país ha tenido un Poder Judicial que no estuvo nunca al servicio del pueblo. Un sistema capaz de proteger privilegios, de servir a intereses oscuros y que, lejos de garantizar justicia, operó con criterios que muchas veces parecen más cercanos al absurdo que al derecho.
Los ejemplos abundan: delincuentes liberados por tecnicismos, casos de corrupción impunes, procesos amañados, víctimas ignoradas y jueces de consigna, es decir, que abandonan la imparcialidad que su función les exige, para actuar conforme a los intereses y presiones de actores ajenos al Poder Judicial.
Por largo tiempo, la justicia en México ha sido como la novela de Kafka: un castillo de puertas cerradas, de pasillos sin salida, de veredictos que nadie comprende. La lógica del sistema judicial no respondió al anhelo de justicia de quienes solo quieren vivir en paz. Por eso, no es exagerado afirmar que en nuestro país la justicia ha tenido tintes surrealistas.
Pero todo eso puede cambiar. Estamos ante un momento estelar de nuestra historia democrática. El próximo 1 de junio, por primera vez en 200 años vida independiente, el pueblo podrá participar directamente, de manera libre, directa y secreta en la elección de las y los jueces, magistrados y ministros.
No es algo menor: se trata de poner fin a la lógica de la élite, a la justicia de cúpulas, a los pactos de impunidad entre poderosos. Se trata de romper el ciclo de nombramientos a puerta cerrada y abrir el sistema judicial a la mirada, a la voz y al voto de la gente.
Por supuesto que hay resistencias. Quienes se beneficiaron durante años de un sistema excluyente y corrupto hoy vociferan, mienten y desinforman. Alegan que el pueblo no tiene la capacidad para decidir, como si la justicia fuera solo un asunto de “especialistas”.
Se equivocan: la justicia es demasiado importante como para dejarla en manos de unos cuantos. El pueblo sabe distinguir entre quien ha servido a los intereses del país y quien ha servido a los intereses del poder.
Esta reforma histórica alcanzada por el Congreso de la Unión no solo democratiza al Poder Judicial; también devuelve la esperanza a millones de personas que alguna vez buscaron justicia y encontraron burocracia, desprecio o silencio. De eso trata esta transformación: de acercar la ley a quien más la necesita, de que la justicia deje de ser un privilegio y se convierta, al fin, en un derecho.
El Instituto Nacional Electoral (INE) ha hecho un gran trabajo para organizar esta jornada. Pero el verdadero mérito es de las y los ciudadanos que se capacitaron y que estarán en las casillas recibiendo los votos. Esas mujeres y esos hombres representan lo mejor de este país: su convicción democrática, su deseo de participar y su decisión de cambiar las cosas desde abajo.
Es momento de decidir. Es momento de resolver. Esta elección es mucho más que un cambio de nombres en las altas esferas del Poder Judicial. Es la posibilidad real de construir un sistema en el que la justicia no sea el capricho de unos pocos, sino la norma para todos. Es la oportunidad de salir del laberinto kafkiano y caminar, ahora sí, hacia una justicia clara, cercana y humana.
La historia de México y el futuro aún están por escribirse. Este 1 de junio, tenemos en nuestras manos el poder de cambiar el rumbo. El poder de elegir un Poder Judicial que verdaderamente represente al pueblo, que escuche a las víctimas, que sancione la corrupción y que respete los derechos de todas y todos por igual.
Votar es más que una obligación cívica: es un acto de resistencia, de dignidad, de esperanza. Salgamos a votar. Participemos con convicción. Hagamos historia. Porque la justicia no puede seguir siendo una ficción kafkiana con tintes surrealistas. Al contrario, es hora de convertirla en una realidad tangible para todo México.
X y Facebook: @RicardoMonrealA