La escuela del Grupo Atlacomulco
El caso Lozoya implica superar dos formas de injusticia: el juicio sumario de los tribunales mediáticos y el juicio laberíntico de los tribunales kafkianos.
La política mexicana ha abrevado de muchas escuelas y corrientes. Pero una de ellas, que dominó a lo largo del período neoliberal, es la del llamado “Grupo Atlacomulco”, al que pertenecieron varios gobernadores del Estado de México, entre otros, Carlos Hank González, y la mayoría de los mandatarios de esta entidad y de otros estados.
Este grupo ha dominado el Estado de México por más de dos generaciones y, desde el mandato de Adolfo López Mateos, siempre acompañó a los presidentes de la República de la era priista.
Es un grupo que “hizo escuela” en la política mexicana. Por ejemplo, la fusión entre poder político y poder económico; las llamadas “elecciones de Estado”; el carro electoral completo, y el partido prácticamente único provienen de esta escuela, cuyas prácticas y procedimientos son la antítesis de lo que ahora plantea el gobierno de la 4T.
La figura señera de la escuela de Atlacomulco fue, sin duda, Carlos Hank González, un maestro rural de origen humilde, quien, combinando actividad púbica con negocios privados (lo que hoy se conoce como “tráfico de influencias”), llegó a acumular una de las fortunas económicas más importantes del país. En aquellos años, esas prácticas se veían como un logro, una hazaña; hoy, en cambio, son un delito y un ejemplo acabado de corrupción e impunidad.
El caso Lozoya ilustra a la perfección la forma de hacer política de la escuela Atlacomulco. El uso irrestricto del dinero público para comprar conciencias y fabricar coincidencias. Para contener y contender. Para fabricar “consensos” y dirimir disensos. Para sumar y multiplicar aliados, pero también para restar y dividir adversarios.
Como toda escuela, la de Atlacomulco dejó un legado de frases y dichos que, en buena medida, explican lo que hizo Emilio Lozoya desde la dirección de Pemex. Veamos algunas de ellas:
- “Todo político tiene un precio. Si no, no es político”.
- “Político pobre, pobre político”.
- “El presupuesto es para hacer política, y lo que sobre es para hacer obra”.
- “En política, lo que se arregla con dinero es barato”.
- “La moral es un árbol que da moras, o sirve pa’una chingada” (Gonzalo N. Santos).
- “No pido que me den, sino que me pongan donde hay”.
- “La regla de oro para abrir el presupuesto es una: el que no chilla no mama”.
- “El que poco pide, poco merece”.
- “Éste es el año de Hidalgo: tonto el que deje algo”.
- “El que no transa, no avanza”.
- “No compres bancadas, sólo réntalas por evento (pay per vote)”.
- “No hay que dejar nada, porque los que vienen son muy corruptos”.
Toda esta visión de la política es lo único que explica la impunidad y la venalidad con la que el exdirector de Pemex habría operado desde su oficina para sacar adelante las llamadas “reformas estructurales” del gobierno anterior.
Antes, la escuela de Atlacomulco daba prestigio, poder y reconocimiento. Hoy es fuente de rechazo, desprestigio y cárcel.
Juzgar el caso Lozoya implica superar dos formas de injusticia: el juicio sumario de los tribunales mediáticos, por un lado, y el juicio laberíntico de los tribunales kafkianos, por el otro.
Justicia a secas, sin circos ni cercos, es lo único que permitirá avanzar en el combate real a la corrupción.
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