La historia es la maestra de la vida, siempre y cuando no se pierda la memoria y, en efecto, se tenga la cabeza fría.
El 31 de mayo de 2018, hace casi siete años, el entonces Presidente de los EUA, Donald Trump, impuso aranceles del 25 % al acero y al aluminio extranjeros. Los exportadores mayormente perjudicados fueron Canadá y México, en ese orden, mientras que los consumidores estadounidenses impactados por la nueva tarifa fueron las industrias automotriz, de la construcción y manufacturera en general.
Desde entonces, el argumento para justificar la medida era, en el caso de México, que los exportadores de nuestro país daban gato por liebre: que el acero mexicano no era tal, sino importado de China, que de esta manera se beneficiaba al amparo del entonces TLCAN o NAFTA.
¿Cómo respondió México? Casi de manera inmediata aplicó aranceles en la misma proporción a los productos agropecuarios estadounidenses. La carne de cerdo, las uvas, las manzanas, los arándanos, diversos quesos y el acero plano de la Unión Americana sufrieron alza tarifaria hasta por un monto equivalente al nivel de la afectación. Las nuevas tarifas entrarían en vigor el 1 de junio de 2018.
En aquel momento, tanto el Presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, como el Primer Ministro canadiense, Justine Trudeau, hicieron alianza comercial para enfrentar aquella “guerra de tarifas” y para compensar el impacto económico en sus propios países.
Los productores estadounidenses de acero y aluminio (que habían sido un soporte electoral y financiero en la primera campaña de Trump) aplaudieron y reconocieron la medida, pero los productores y granjeros afectados por los nuevos aranceles mexicanos empezaron a presionar a Washington, a través de sus cabilderos, para derogar la medida.
¿Qué estaba en puerta? La negociación del TLCAN y la puesta en marcha del segundo período de aquel tratado, que terminó siendo aprobado unos meses después como el T-MEC. De hecho, en cuanto se aprobó el nuevo instrumento, los aranceles impuestos unilateralmente al acero y al aluminio desaparecieron.
El episodio le costó al peso un deslizamiento de 26 centavos y una negociación bajo presión del T-MEC, que encontró su punto de inflexión en el capítulo energético, cuando el nuevo Gobierno de México, bajo la conducción del Presidente Andrés Manuel López Obrador, se opuso a la apertura del sector petrolero, a tal grado, que la negociación y aprobación del Tratado entró en un impasse, hasta que el Presidente Trump habló con el nuevo mandatario de México.
Así lo comentó el Presidente AMLO en su conferencia mañanera del 20 de junio de 2022: “Cuando estábamos revisando lo del tratado ya habían negociado los del gobierno anterior un capítulo completo en donde se comprometía México con una política que nosotros consideramos violatoria de nuestra soberanía en materia energética […] Me habló como dos veces el Presidente Peña muy preocupado. ‘Es que se van a romper las negociaciones y se nos va a venir una devaluación y una grave crisis’. Le dije: ‘Pues no, Presidente, no podemos nosotros hacer eso, cómo vamos a comprometer nuestra soberanía”.
En ese momento se rompió el diálogo entre el Gobierno saliente de Peña y el entrante de AMLO, se paralizó la negociación y fue el mismo Presidente Trump quien tuvo que reanudarlo: “Trump dijo: ‘A ver, ¿qué quieren en México?’ Y nosotros redactamos el capítulo, y fueron dos párrafos que tienen que ver con el dominio de la nación sobre nuestra política energética […] Y ya continuó la negociación y no pasó nada”.
La historia es la maestra de la vida, siempre y cuando no se pierda la memoria y, en efecto, se tenga la cabeza fría.
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