La relación México-Estados Unidos de América en el contexto actual. Antecedentes y cambios en la política exterior del gobierno de Andrés Manuel López Obrador
Hace unos días, en la penúltima semana de junio, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, manifestó su interés de reunirse con el presidente de la Unión Americana, Donald Trump, en el marco de la entrada en vigor del Tratado entre México, Estados Unidos de América y Canadá (T-MEC) el 1 de julio.
La reunión, como anunció ya la Cancillería de México, será una visita oficial que se llevará a cabo los días 8 y 9 de julio en la capital de la Unión Americana. Además del tema de la entrada en vigor del acuerdo comercial, también se tratarán otros, de carácter diplomático, como el agradecimiento del Gobierno mexicano por el apoyo de los Estados Unidos con equipo médico para atender la emergencia sanitaria por COVID-19.
La visita ha generado todo tipo de reacciones, unas a favor y otras en contra, lo que ha encendido una nueva discusión nacional sobre la relación entre ambos mandatarios. Por supuesto, como en todo debate, el análisis admite distintas aristas. Por ejemplo, las personas más críticas de la visita del presidente López Obrador a Washington parten de un juicio inmediato, a veces superficial, que toma como referencia la coyuntura de la política doméstica estadounidense: la contienda electoral en la que el presidente Trump buscará la reelección por un periodo de cuatro años más, y en la que el candidato demócrata, Joe Biden, encabeza la preferencia del voto, de acuerdo con algunas encuestas. [1]
Este breve texto busca inscribirse dentro de ese debate, con el propósito de ofrecer una mirada más exhaustiva y profunda de esta relación bilateral desde la realidad mexicana. La probable visita de Andrés Manuel López Obrador a Washington nos coloca frente a dos temas ineludibles: primero, repasar la historia de la relación entre México y Estados Unidos de América, las etapas por las que ha transitado y los términos de la diplomacia entre ambos países en diferentes contextos históricos; después, dentro del ámbito de las relaciones internacionales, identificar teorías y enfoques que nos permitan pensar en un nuevo capítulo de esta historia.
La decisión de Andrés Manuel López Obrador de realizar a la Unión Americana su primer viaje fuera del país como presidente de la República es un reconocimiento a la importancia que tiene la relación con nuestro vecino del norte para la política nacional.
Además de los 3,169 kilómetros de frontera, a México y Estados Unidos los une un vínculo estrecho en el ámbito demográfico y comercial:
- 11 millones de connacionales que viven en aquel país, y 36 millones de estadounidenses de origen mexicano, de los cuales cerca de 20 millones pueden votar.
- La comunidad más grande de estadounidenses fuera de su país reside en México: cerca de millón y medio.
- Después de la Ciudad de México, la ciudad con más mexicanos está en Estados Unidos.
- El principal punto de exportaciones norteamericanas se encuentra en la frontera con México.
- Estados Unidos es el destino principal de las exportaciones mexicanas, y México es uno de los principales socios comerciales de la economía más grande del mundo.
- La fuerte integración política, económica y social entre ambos países justifica que México tenga dentro de Estados Unidos la red consular más grande del mundo. [2]
La agenda de política exterior entre México y Estados Unidos es amplia: derechos humanos, migración, cooperación, seguridad, comercio, inversión, medio ambiente, control de drogas, entre los temas más importantes. Sin embargo, si nos apegamos a la ortodoxia realista, en el fondo subyace una relación asimétrica entre la primera y la decimoquinta economía mundial.
Decía Mario Ojeda, destacado académico en el campo de las relaciones internacionales, que “la política exterior de México, como la de cualquier país débil que obtuvo su emancipación de una gran metrópoli, fue diseñada fundamentalmente para la defensa de los intereses nacionales internos”. [3] Cuando esta política interpela constantemente al Estado más poderoso del mundo, de manera implícita o explícita, México ha buscado afirmar y preservar su soberanía nacional, en todas las variantes que ha tenido este concepto a lo largo de la historia, en medio de los temas que vinculan a un Estado con el otro.
Antes de dar paso a la evolución de la relación entre México y Estados Unidos en la historia, conviene establecer algunas premisas para el análisis de la política exterior y las relaciones internacionales a partir de la corriente predominante dentro de esta subdisciplina. El objetivo es identificar cuáles son los referentes al momento de hacer un estudio de los procesos de toma de decisión y formulación de la política exterior de un país, en este caso, México frente a la posición internacional de Estados Unidos.
Liberalismo institucional y teoría de la interdependencia
La política exterior es el instrumento mediante el cual el Estado intenta dibujar su entorno internacional para mantener situaciones favorables y cambiar las desfavorables. [4] La diplomacia es la herramienta con la que cuentan los Estados para alcanzar sus objetivos de política exterior. En las relaciones internacionales existen distintas corrientes de pensamiento que han analizado la política exterior y los fenómenos internacionales a partir de distintos principios teóricos que derivan de los contextos históricos analizados.
En la década de los setenta del siglo XX, Robert Keohane y Joseph Nye revolucionaron la teoría tradicional, al formular un nuevo enfoque para el estudio de la política internacional. Durante estos años, el mundo experimentó una serie de cambios cuyo corolario fue la prevalencia de los asuntos económicos en el vértice de las agendas diplomáticas de los países: el deterioro del sistema de Bretton Woods después de la Guerra de Vietnam, el resurgimiento de políticas proteccionistas, la crisis de la deuda en América Latina y la relevancia del crecimiento económico para los Estados son algunos de los acontecimientos que impactaron las relaciones entre las naciones durante esta época. [5]
Precisamente, estos autores perfilaron un nuevo paradigma para entender las relaciones internacionales a partir del fin de la hegemonía de Estados Unidos de América, y la creciente complejidad del sistema internacional, más contradictorio y menos unilateral. [6] Si bien el fin de la Guerra Fría devolvió cierta supremacía a la economía norteamericana, lo cierto es que esta potencia debió hacer frente a un cuadro internacional inestable, complejo e impredecible. Aún en la actualidad, la obra de Keohane sigue nutriendo la escuela predominante dentro de las relaciones internacionales, a saber, la llamada corriente neoliberal, de la que deriva el lenguaje del orden liberal actual: globalización, multilateralismo e interdependencia. [7]
Los teóricos de la interdependencia arguyen cinco dimensiones que rompieron con los viejos debates entre las escuelas de las relaciones internacionales. Primero, criticaron la centralidad del Estado dentro de los análisis de la subdisciplina y propusieron desagregar el estudio entre sus componentes y en la incorporación de actores no estatales para lograr una mejor explicación de los fenómenos internacionales.
En segundo lugar, este enfoque sugiere no separar las áreas de política y economía al momento de analizar los acontecimientos mundiales. En este mismo sentido, en su tercera dimensión, la teoría de la interdependencia también rectificó la relevancia de los temas centrados en la seguridad y la estrategia militar para dar mayor énfasis a los factores económicos. [8]
La cuarta propuesta teórica fue una nueva perspectiva para analizar los procesos de decisión que afectan las relaciones entre los países, menos centrados en temas de crisis y más orientados a situaciones cotidianas como la diversidad de agendas de política exterior, la relevancia de los asuntos comerciales e industriales, el fin del uso de la fuerza como eje de la vinculación interestatal o la conexión entre lo público y lo privado.
En quinto y último lugar, la teoría de la interdependencia propuso un cambio fundamental para el análisis del sistema internacional y sus relaciones: el interés en la dimensión interna o doméstica como punto de partida para la formulación de la política exterior de los gobiernos, lo que rompió con la tradición clásica realista que separaba lo interno de lo externo.
De acuerdo con este enfoque, las decisiones de los gobiernos que operan en el ámbito internacional derivan de la dinámica interna de los países, la legitimidad de su gobierno, el interjuego de influencias e intereses entre actores estatales y no estatales, el tipo de régimen, su ideología, la opinión pública y el balance de la representación política. La política exterior fue entendida como política pública y, por ello, además de la dinámica de fuerzas, intereses y capacidades en el concierto internacional, su formulación pasa por el análisis de la política doméstica de una nación. [9]
Es verdad que la naturaleza de la relación entre los Estados hoy en día es más compleja que a principios de siglo. Hay una variedad de temas y asuntos que vinculan a los países, los hacen interdependientes y los condicionan a interactuar bajo el principio de la cooperación. Sin embargo, la estructura del sistema importa; la diferencia de capacidades y las asimetrías entre las naciones cuentan, lo que da vigencia y sentido al pensamiento realista clásico, según el cual hay un conflicto latente en la medida que la relación entre los países está guiada por el interés en términos de poder. [10] Como se mencionó en la introducción, por su historia, nuestro país ha tenido que conjugar la integración y la cooperación con el resguardo del interés nacional. Antes de reflexionar sobre la política exterior del gobierno actual, conviene revisar cómo ha evolucionado la relación entre México y Estados Unidos.
Antecedentes históricos de la relación entre México y Estados Unidos de América
Las relaciones de guerra y paz entre las naciones son una de las materias de deliberación pública y toma de decisiones más importantes para cualquier gobierno. La política exterior se convierte en el instrumento que regula las relaciones internacionales en la medida en que es expresión de la naturaleza política de un Estado. De esta manera, aunque la trayectoria histórica de México, como nación independiente, ha estado marcada en distintos momentos por la vecindad territorial con Estados Unidos, su desarrollo está determinado, en buena medida, por el interés nacional más que por su proximidad física. Para entender esta relación es necesario entender, primero, la posición histórica e internacional de la Unión Americana.
La nación norteamericana, desde su independencia, se constituyó bajo un arreglo legal e institucional cuyo principio político y cultural es la acumulación económica como factor para ejercer el poder. [11] Naturalmente, el perfil de su política exterior se orientó a la expansión de su poder e influencia, con el objetivo de satisfacer sus intereses económicos y comerciales, al grado de que es posible sostener que las guerras emprendidas desde el siglo XVIII por Estados Unidos de América han sido guerras políticas con fines comerciales que sentaron las bases de su hegemonía mundial. [12]
Esta característica de la política exterior estadounidense tiene una doble dimensión. En primer lugar, lo obliga a conducirse para reafirmar su supremacía respecto al resto de las potencias occidentales; al mismo tiempo, condiciona su posición frente a países débiles, lo que le permite perseguir sus objetivos a cualquier costo. [13] No es ninguna novedad que México tenga que hacer frente a un contexto adverso en la formulación de su política hacia Estados Unidos, de hecho, ésta ha sido la constante, debido a la asimetría de capacidades entre ambas naciones. Paradójicamente, como distintos analistas lo han observado, existieron periodos en los que nuestro país ha podido ejercer una diplomacia activa basada en criterios propios hacia su vecino del norte, en aras de alcanzar sus intereses nacionales y reafirmar su soberanía y autodeterminación. [14]
Durante los primeros años de vida independiente, México buscó el reconocimiento internacional en otras metrópolis, como Gran Bretaña o Estados Unidos, para disuadir a España de cualquier aventura de reconquista y garantizar su supervivencia como Estado independiente. Naturalmente, México fue un país vulnerable frente a sus nuevos acreedores, entre ellos la Unión Americana, de donde se desprenden difíciles episodios, como la pérdida de la mitad del territorio o la guerra de Intervención del siglo XIX.
Esta relación adquirió nuevas dimensiones durante la presidencia de Porfirio Díaz, que estrechó relaciones con las élites económicas de Estados Unidos, Francia y Reino Unido, para impulsar las bases de su modelo primario exportador, si bien durante esta época se profundizaron la desigualdad y la depredación de la riqueza nacional a manos extranjeras. [15]
Con la Revolución mexicana se inició una nueva etapa de la diplomacia mexicana y, con ella, de la relación con Estados Unidos. El nuevo régimen se constituyó sobre la base de la defensa de los intereses nacionales, de manera que la política exterior asumió un carácter defensivo que tenía por objetivo proteger las reformas emprendidas y obtener reconocimiento internacional.
Los gobiernos de entre 1920 y 1946 se concentraron más en centrar las bases del nuevo régimen, cuya legitimidad estuvo sujeta a la configuración de un Estado fuerte y soberano, y fueron reconocidos por Estados Unidos, lo que les permitió llevar a cabo su programa social y económico sin la interferencia directa de este país. Un ejemplo claro fue el ejercicio diplomático mexicano durante las expropiaciones petrolera y eléctrica, cuando los gobiernos buscaron reafirmar el interés nacional. [16]
Con la llegada de Miguel Alemán a la Presidencia se abre un nuevo episodio en la relación bilateral en el contexto del fin de la Segunda Guerra Mundial. En esa ocasión, la estrategia comercial estadounidense empleada con México fue la “política del vecino pobre”, que consistía en aprovechar las condiciones para el abasto de materias primas después del conflicto armado. El cambio hacia una política exterior favorable a los intereses de la Unión Americana fue posible gracias a que los gobiernos mexicanos de aquella época adoptaron una postura de cooperación con esa nación, además de la incorporación de actores no estatales, como los empresarios y sus intereses. [17]
Durante esta época, y prácticamente hasta nuestros días, la relación México-Estados Unidos de América gravitó en torno a los asuntos económicos. Por el lado mexicano, lo importante fue, primero, profundizar el modelo de industrialización basado en la sustitución de importaciones. En esa etapa, los distintos gobiernos adoptaron posturas a veces pasivas, a veces activas, cuyo objetivo fue la promoción del crecimiento económico, la atracción de inversiones y la confianza hacia las fuentes internacionales de crédito. [18] Como pasó con el resto de las economías de América Latina, en ocasiones los acuerdos económicos generaron un aumento de la deuda, la ilusión petrolera en el caso mexicano y la adscripción a las consignas dictadas por el Consenso de Washington, lo que resignificó los términos de la soberanía para nuestro país.
El último capítulo entre México y los Estados Unidos de América se abrió con el agotamiento de un modelo de desarrollo y de crecimiento hacia adentro, y su remplazo por uno en el que el comercio, las exportaciones y el acceso a crédito internacional demandaron un comportamiento internacional distinto, más cercano al orden liberal internacional y a la interdependencia compleja entre los países. Durante esta etapa, destaca el ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio en 1986 y la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), junto con Estados Unidos y Canadá.
Este periodo de relación bilateral estuvo determinado por los intereses y los proyectos nacionales vigentes en cada país. México, en particular, adoptó una postura que le ha permitido conciliar pragmáticamente sus intereses nacionales ante la realidad internacional y la posición de Estados Unidos como potencia mundial y uno de sus principales socios comerciales.
La política exterior actual, a dos años del gobierno de la Cuarta Transformación.
Una de las frases más representativas de Andrés Manuel López Obrador desde su campaña es que la mejor política exterior es la interior. [19] Como hemos visto, incluso para la teoría de las relaciones internacionales, la dinámica de juegos, influencias e intereses que operan a nivel doméstico es la fuente principal para la construcción de la política externa. No obstante, la postura defendida por el actual presidente fue objeto de innumerables señalamientos; no faltaron críticos que anticiparon que el presidente AMLO se mantendría al margen de la política internacional e implementaría una diplomacia pasiva, casi aletargada.
El balance de los dos primeros años de este gobierno ha puesto en duda tales prejuicios. El presidente López Obrador parece reconocer el rol fundamental que juega el país en la escena mundial y regional. México es el onceavo país más poblado del mundo y el decimotercero en extensión territorial; es la cuarta economía del continente, la segunda a nivel regional y la decimoquinta a nivel mundial; la nación con el mayor número de hispanohablantes; el decimotercer país que más exporta, y el noveno en importaciones en el mundo.
El gobierno actual se mostró consciente de la importancia de la diplomacia y las relaciones exteriores para los fines de su proyecto nacional. Desde su primer día en funciones, el presidente de México inauguró su primer acto de política exterior con el anuncio del Plan de Desarrollo Integral para Centroamérica, firmado por nuestro país, El Salvador, Honduras y Guatemala, cuyo fin es construir un espacio económico, comercial, energético y logístico basado en el desarrollo económico, que se concentra en los aspectos de fiscalidad e inversión, bienestar social, sostenibilidad ambiental y gestión integral del ciclo migratorio con seguridad humana. [20]
Este Plan, que a la fecha ha conseguido el apoyo de 35 países y que para su primer año incluyó una inversión de 100 millones de dólares, es una respuesta multilateral orientada a aminorar el aumento de la migración del Triángulo Norte de Centroamérica hacia Estados Unidos. Por supuesto, visto desde la política interna mexicana, se trata de un proyecto consecuente con la política social del gobierno actual, que además atiende otros rubros, como el económico y el de seguridad.
Asimismo, se trató de un proyecto dirigido a relajar un punto de tensión con el gobierno estadounidense —la migración centroamericana— en el marco de la renegociación del TLCAN y la revisión de aranceles por parte de Donald Trump. Es una alternativa humanista ante las crecientes expresiones raciales, discriminadoras, antiinmigrantes y xenófobas. [21] Cabe recordar que, para este Plan, el gobierno mexicano incorporó a Estados Unidos, que se comprometió a otorgar 5,800 millones de dólares para el desarrollo institucional y económico de los países centroamericanos. [22]
Es fácil advertir, en ésta y otras acciones, la convicción liberal y de cooperación de México ante el mundo, además de una postura proactiva y de liderazgo en ciertos acontecimientos que se han desarrollado en la región. Si bien en la coyuntura actual el gobierno de la Cuarta Transformación (4T) ha adoptado una postura conciliadora con el gobierno norteamericano, esto no ha impedido que México establezca posiciones que se contrapongan a los intereses estadounidenses.
Para citar algunos ejemplos de lo anterior, está la postura de México ante el golpe antidemocrático en Bolivia; el asilo político que se brindó al expresidente Evo Morales; la posición crítica de Luz Elena Baños como embajadora ante la OEA, o bien, la negativa del país a firmar la nueva declaración del Grupo de Lima, para desconocer al presidente Nicolás Maduro como legítimo representante de la soberanía popular en Venezuela. [23] Más allá de las polémicas, es claro que la posición internacional y regional de México es consecuente con la postura ideológica del gobierno actual.
Por supuesto, nuestro país ha tenido que modular el activismo de su política exterior cuando se ha tratado de establecer acuerdos económicos y comerciales. Precisamente, otro de los pilares de la política exterior del gobierno actual fue la renegociación del tratado comercial con la Unión Americana y Canadá, ante una administración estadounidense difícil, intransigente en ciertos rubros y abiertamente en contra de la migración mexicana.
No obstante, la postura de México fue preservar el interés económico de la nación: cerca de 14 millones de empleos dependen del éxito de la ratificación del tratado; su renegociación trastocó temas fundamentales para la economía del país, como las reglas de origen, estándares laborales, industrias textil y automotriz, solución de controversias, comercio agrícola, compras de gobierno, entre otros.
Con todo y los desequilibrios que generó, este acuerdo comercial representó que el monto de las exportaciones e importaciones pasaran de 81,500 millones de dólares, en 1993, a 611,500 millones, en 2018: un aumento del 750 por ciento. “Para dimensionarlo: el comercio bilateral es comparable con las economías completas de las áreas metropolitanas de Houston, San Francisco o Washington D. C.” [24]
Como se ha mencionado, la renegociación del Tratado entre México, Estados Unidos de América y Canadá (T-MEC) requirió de un titánico despliegue diplomático que incorporó no sólo a representantes estatales, sino a organizaciones laborales y grupos empresariales, mesas de trabajo y reuniones con representantes de las distintas esferas económicas de la Unión Americana y Canadá.
La aprobación del T-MEC incluyó un inédito esfuerzo de diplomacia local y legislativa por parte del Senado mexicano, que trascendió sus líneas partidistas para defender los beneficios de la integración económica de la región. Hablamos de un logro del Estado mexicano más que la política de una administración, lo que nos obliga a actuar con mesura, prudencia y responsabilidad, para garantizar que la implementación del Tratado se desarrolle en los mejores términos.
El mismo principio de cooperación e interdependencia ha estado presente durante la crisis sanitaria por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 (y la enfermedad que provoca: COVID-19). El impacto de la epidemia en nuestro país ha sido muy alto, en buena medida debido a los problemas de salud, sobrepeso, obesidad, tabaquismo y diabetes que sufre nuestra población. En este contexto, la relación bilateral entre México y los Estados Unidos ha sido fundamental para fortalecer los servicios de salud y aligerar el impacto económico generado por la epidemia. Hechos como la dotación de insumos y equipamiento médico, la voluntad de apertura de las fronteras para el comercio y el respaldo de la Unión Americana hacia México durante los acuerdos de producción petrolera en la reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y sus aliados, son sólo algunos ejemplos de ello.
Otro acontecimiento que ilustra la activa política exterior de México en el periodo actual es la elección de nuestro país como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas. Es la quinta vez en la historia que los Estados Unidos Mexicanos forman parte del máximo foro universal en el que se dirimen temas trascendentales para mantener la paz y la seguridad en el mundo. Fue elegido por 187 de los 192 países integrantes para ocupar este espacio y, desde luego, detrás estuvo la labor política de la estructura diplomática del Gobierno de la República.
Estas acciones de política exterior de México durante esta nueva etapa son muestra de una actitud activa dentro de las relaciones internacionales, aunque mesurada y prudente cuando se trata de temas sensibles para la economía nacional en un contexto crítico e incierto.
Como hemos visto hasta aquí, no son pocos ni vanos los asuntos diplomáticos en los que han colaborado los gobiernos de Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, por lo que el presidente de México ha decidido asumir una postura de jefe de Estado con el país vecino. La visita del mandatario mexicano a Washington es un acto diplomático de alta envergadura; no asistir puede poner en riesgo la relación de cooperación que se ha construido en los últimos dos años, independientemente de la coyuntura política por la que atraviesa actualmente la Unión Americana. En las circunstancias actuales, conviene recordar la fórmula Ojeda, que explica los términos de la relación entre ambos países, al tiempo que ilustra el importante bono de autodeterminación e independencia de México en su relación con la principal potencia del mundo:
Los Estados Unidos reconocen y aceptan la necesidad de México a disentir de la política norteamericana en todo aquello que le resulte fundamental a México, aunque para los Estados Unidos sea importante, más no fundamental. A cambio de ello México brinda su cooperación en todo aquello que, siendo fundamental o aun importante para los Estados Unidos, no lo es para el país. [25]
Fuentes:
[1] Por ejemplo: Arturo Sarukhán, “Los riesgos que corre AMLO con la visita a Trump”, LatinUs, 25 de junio de 2020, consultado en: https://bit.ly/2VEoQJx el 01 de julio de 2020; Agustín Gutiérrez Canet, “La marcha de la locura”, Milenio, 25 de junio de 2020, consultado en: https://bit.ly/2As9DDU el 01 de julio de 2020; Jorge Ramos, “Presidente López Obrador, no vaya a ver a Trump”, The New York Times, 27 de junio de 2020, https://nyti.ms/2C5wGVo el 01 de julio de 2020.
[2] Para un estudio de la política consular de México dentro de Estados Unidos, recomiendo consultar el trabajo de Héctor Cárdenas Suárez, “La política consular en Estados Unidos: protección, documentación y vinculación con las comunidades mexicanas en el exterior,” Foro Internacional 59, núm. 3-4, 2019, pp. 1077-l113.
[3] Mario Ojeda, Alcances y límites de la política exterior de México, El Colegio de México, México, 2011, p. 9.
[4] Frédéric Charrillon, Introduction, en Politique étrangère, nouveaux regards, Presses de Sciences Po, París, 2002, p. 16.
[5] Ya Hoffmann había advertido sobre estos cambios en su texto: “An American Social Science: International Relations”, Daedalus, Summer, 1977, reproducido en Stanley Hoffmann, Janus and Minerva. Essays in Theory and Practice of International Politics. Boulder, Colorado, Westview Press, 1987, p. 10.
[6] Joseph S. Nye y Robert O. Keohane, “Transnational Relations and World Politics: A Conclusión”, en Robert O. Keohane y Joseph S, Nye (eds.), Transnational Relations and World Politics, Harvard University Press, Cambridge, MASS, 1972, pp. 392-395.
[7] A partir del reconocimiento de un sistema anárquico y de la relevancia del Estado como centro del análisis de las relaciones internacionales, aunque no es el único, la corriente neoliberal pone énfasis en el bienestar económico como prioridad de los Estados, y explica que el complemento de los intereses y el régimen de instituciones crean las condiciones que hacen posible la cooperación entre aquéllos. Cfr. Robert O. Keohane, After Hegemony. Cooperation and Discord in the World Political Economy, Princeton, Princeton University Press, 1984. Extractos de: Karen A. Mingst y Jack L. Snyder, Essential Readings in World Politics, 5.a ed., Nueva York, W. W. Norton & Company, 2013, pp. 338-354.
[8] Juan Gabriel Tokatlian y Rodrigo Pardo, “La teoría de la interdependencia: ¿un paradigma alternativo al realismo?”, Estudios Internacionales 23, núm. 91, julio de 1990, pp. 339-382.
[9] La corriente neoliberal, y en particular la teoría de la dependencia, han mantenido su relevancia en la actualidad, debido a la convicción de que los fenómenos actuales son más complejos, tienen múltiples dimensiones y, por tanto, requieren de la cooperación entre distintos países para crear bienes públicos mundiales y resolverlos. El caso de la crisis mundial sanitaria por la epidemia del SARS-CoV-2 (y la enfermedad COVID-19) es un buen ejemplo de ello. Para conocer sobre la relevancia de la gobernanza global, recomiendo el texto de Thomas Legler: “Gobernanza global”, en Thomas Legler, Arturo Santa Cruz y Laura Zamudio González (eds.), Introducción a las relaciones internacionales: América Latina y la Política Global, Oxford University Press, México, 2013, pp. 253-266.
[10] Hans Morgenthau, “A Realist Theory of International Politics”, en Politics among Nations: the Struggle for Power and Peace, 7.ª ed., McGraw Hill, Nueva York, 2005, pp. 3-16.
[11] Patricio Marcos, Grandeza y decadencia del poder presidencial en México, México, D. F., Bonilla Artigas Editores; Université de Montréal, Montréal, 2015, p. 125.
[12] Patricio Marcos, Cartas mexicanas, Editorial Nueva Imagen, México, D. F., 1985, p. 200.
[13] Para George Washington, la relación de Estados Unidos de América con otras naciones debía siempre estar guiada exclusivamente por el beneficio del país, más allá de cualquier lazo de amistad o enemistad política. Ibidem, pp. 72-73.
[14] Mario Ojeda, “La política exterior de México: objetivos, principios e instrumentos”, Revista Mexicana de Política Exterior, Vol. 1, núm. 2, enero-marzo de 1984, p. 7.
[15] Marcos, op. cit., p. 264.
[16] Otro ejemplo claro fue la capacidad del Gobierno mexicano para renegociar la deuda externa que arrastraba nuestro país con Estados Unidos desde los primeros años de su vida independiente. Entre 1914 y 1946, los gobiernos buscaron revertir la condición financiera de la nación, a partir del “convenio oficial,” un instrumento que permitía hacer pasar la suspensión del pago de la deuda externa por un recurso diplomático, para renegociar en ocho ocasiones las condiciones del pago de la deuda con el fin de destinarlos al desarrollo económico y social del país. México logró reducir el monto de su deuda de 509.5 millones a 100 millones de dólares, para dar paso a una nueva etapa de afirmación de la independencia nacional. Ibidem, pp. 240-264.
[17] Patricio Marcos, El fantasma del liberalismo, UNAM, México, D. F., 1986, pp. 14-24.
[18] Ojeda, loc. cit., p. 7.
[19] “Versión estenográfica de la conferencia de prensa matutina del presidente Andrés Manuel López Obrador”, lopezobrador.org, 30 de junio de 2020, consultado en: https://bit.ly/3goGBnV el 02 de julio de 2020.
[20] Rolando Castillo, El Plan de Desarrollo para Centroamérica: metamorfosis regional o propuesta de transformación, Fundación Carolina, México, 2019, p. 1.
[21] “México ha decidido tomar acciones en beneficio de las personas migrantes. Por ejemplo, proteger el derecho de aquellos que desean iniciar y seguir un procedimiento de asilo en Estados Unidos. Sin embargo, el gobierno del presidente López Obrador ha reiterado que esto no constituye un esquema de Tercer País Seguro, pero se comprometió a aplicar la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de las Naciones Unidas y su protocolo.” Andrey Alexander Chávez, “La actual política exterior de México,” Foreign Affairs Latinoamerica, 6 de marzo de 2019, consultado en: https://bit.ly/2YVFlTl el 01 de julio de 2020.
[22] ONU, “El Plan de Desarrollo para Centroamérica puede mostrar que la xenofobia no es la única respuesta a la migración,” Noticias ONU, 27 de septiembre de 2019, consultado en: https://bit.ly/3itRlmY el 01 de julio de 2020.
[23] En su lugar, el gobierno mexicano adujo el principio de no intervención en la búsqueda de erigirse como país mediador en la búsqueda de una solución pacífica y democrática a los conflictos en aquel país.
[24] Arturo Rocha, “Estados Unidos y México: la relación profunda”, Foreign Affairs Latinoamerica, 24 de junio de 2019, disponible en: https://bit.ly/2VJCOdf el 01 de julio de 2020.
[25] Ojeda, op. cit., p. 120.