La teoría de juegos y el 2024

De algo ustedes deben tener certeza, estimados lectores y lectoras: en la contienda electoral del 2024 habrá de todo, menos aburrimiento y bostezos.

Desde Tijuana hasta Mérida, MORENA es una marca bien posicionada. Ocho de cada 10 personas la conocen; 70 de cada 100 creen que ganará la elección presidencial del 2024, y 6 mil de cada 10 mil están seguras de ir a votar por esa opción, aunque cuatro de cada 10 no han decidido o podrían cambiar su preferencia.

Con este capital a cuestas, cualquier “estrategia de confort” sugeriría jugar con el marcador, es decir, martillar una y otra vez que la elección está decidida, que será un mero trámite y que no hay razón para una sobreexposición de l@s aspirantes ni del proceso de selección de la o del candidato presidencial.

Es la estrategia que pareciera estar siguiendo MORENA en el Estado de México, pero a nivel nacional, es exactamente la contraria. Hay una exposición inusitada, un activismo excepcional y un avasallamiento de espacios en el imaginario público (lo que se conoce como “sucesión adelantada”), que le han permitido al movimiento-partido, hasta el momento, acaparar la conversación y el pensamiento de la ciudadanía sobre la elección presidencial.

Para ilustrarlo en términos de la teoría de juegos, si en el Estado de México se aplica la estrategia del confort o la de cero riesgos, a nivel nacional, MORENA está jugando al máximo riesgo o a la aplicación del principio racional “el que no arriesga, no gana”; lo paradójico es que lo hace como si estuviera en el último lugar de las preferencias.

Esto nos conduce a la siguiente pregunta: ¿por qué el puntero de una carrera arriesga tanto contra sí mismo, al grado de poder ser descalificado y expulsado de la competencia, sobre todo si se aplica el marco normativo existente de actos anticipados de campaña? Por una de dos razones: por un instinto de avasallamiento sobre los otros competidores o porque no está seguro de sostenerse de manera consistente en la punta de la puja.

Creo que para MORENA aplica más la segunda hipótesis que la primera. Y en esto juega la historia reciente. En la elección intermedia del 2021, varias encuestas y pronósticos dibujaban la ventaja arrolladora de MORENA en la Cámara de Diputados, y no resultó así, pues además de no obtener la esperada mayoría calificada (dos terceras partes de la nueva legislatura), por sí sola perdió la mayoría absoluta y se convirtió, de manera individual, en la primera minoría.

Esta irrupción de un escenario no esperado explicaría más tarde tanto la sucesión adelantada al interior de MORENA como la presentación de los planes A, B y C de la reforma electoral, cuya motivación es nítida: se les teme más a los árbitros y a los jueces de línea que a los competidores a nivel de cancha (también por justas razones históricas).

¿Y qué hay del otro jugador, de la oposición? Parece guiarse por el dilema del prisionero (uno de los teoremas de la teoría de juegos): “delato o callo”; o por el de “piedra, papel, tijera, lagarto, Spock”. A medida que avance el calendario electoral, crecerán dos presiones, una, integrar un bloque opositor lo más amplio posible, y otra, delatar ante el árbitro —y ante el público— todo el presunto dopaje o inequidad que genere la sucesión adelantada.

De algo ustedes deben tener certeza, estimados lectores y lectoras: en la contienda electoral del 2024 habrá de todo, menos aburrimiento y bostezos.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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