La última milla

Politizar la inseguridad es uno de los caminos para no encontrar una solución al problema. Y es una de las formas para retroalimentar ese cáncer social.

Estamos a dos semanas de que terminen las campañas de los comicios más grandes en la historia del país, con más de 20 mil cargos de elección en disputa y poco más de 70 mil candidatas y candidatos en contienda.

El punto negro ha sido la violencia que terminó con la vida de varias de estas personas aspirantes, una estadística lamentable que nos exhibe como una democracia vulnerable, tanto por esas víctimas como por todas y todos los mexicanos ejecutados o desaparecidos.

No obstante esta nueva realidad de la violencia, las elecciones se efectuarán en tiempo y forma, y ello es una buena señal que nos recuerda que los grandes problemas nacionales, como la desigualdad, el bajo crecimiento económico y el rezago educativo pospandemia —por mencionar los principales—, pasan antes por la solución en las urnas de nuestras diferencias políticas.

Debemos cuidar que la violencia no se desborde en la última milla de este proceso. No es un tema que dependa solo de los cuerpos de seguridad y de la autoridad electoral (siendo estas instancias la primera línea de contención), sino también de los actores políticos que participamos en la cancha de juego. Y aquí es donde tenemos un déficit de atención o de falta de compromiso por parte de las y los competidores.

El frente opositor fincó su estrategia de campaña y de comunicación política en la exacerbación del miedo (uno de los resortes emocionales que se mueven en una elección). Y para ello ha hecho del tema de la inseguridad su principal bandera, con la que busca mover a seguidores y simpatizantes. Es innegable que el problema existe, pero hacerlo expresamente un issue o estandarte de campaña lo pone en riesgo de partidizar tanto el diagnóstico como la posible solución.

Politizar la inseguridad es uno de los caminos para no encontrar una solución al problema, y es una de las formas para retroalimentar ese cáncer social. De pronto, en los últimos días, varias personas candidatas del frente opositor en diversos estados del país, como Puebla, Quintana Roo, Veracruz, Tamaulipas, Nayarit y la CDMX, han denunciado actos intimidatorios, amenazas y hasta atentados a sus personas, familiares o colaboradores. Hay que tratar estas denuncias con profesionalismo y eficiencia, con la asepsia de las disciplinas policiacas y la protección civil, lo que implica distinguir el trigo de la cizaña, la verdad de la mentira y la prevención de la manipulación.

Por ejemplo, una cosa es sufrir un atentado como candidato y otra es utilizar el suceso para victimizarse y obtener un beneficio político-electoral, el cual casi siempre termina revirtiéndose.

En sus memorias, Ronald Reagan narra cómo enfrentó el atentado en su contra siendo presidente de los Estados Unidos, cuando el 30 de marzo de 1981, al salir de una conferencia en el Washington Hilton Hotel, John Hinckley jr. lo hiriera de bala a él y a otras tres personas. “Haber sobrevivido a este evento me permitió recuperar involuntariamente la popularidad que había perdido en mis primeros 70 días de gobierno. Mis asesores, preocupados por esa pérdida, me recomendaban dos cosas: anunciar una baja de impuestos o declarar la guerra a un país pequeño. Cuando salí del hospital les dije, tengo una tercera vía: sufrir un atentado y vivir para contarlo”.

En la última milla mexicana podríamos estar viendo muchas de estas malas y trasnochadas copias reaganeanas.

 

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