Las iglesias en tiempos de la 4T
Creo que el distanciamiento y el intercambio de acusaciones mutuas entre representantes del poder civil y del religioso en nada abonan para resolver la situación de inseguridad que vive el país.
¿Hay alejamiento o entendimiento de la 4T con las iglesias?
En un Estado laico, como se supone es el nuestro, ni siquiera tendría sentido hacer esta pregunta.
Pero sucede que la formación del Estado nacional en México tiene un capítulo especial sobre la relación entre el Estado y la Iglesia, que permea a lo largo de nuestra historia y cuyo estatus es necesario revisar en los momentos de transformación nacional como el que estamos viviendo.
De entrada, habrá que precisar que al hablar de “iglesias” se trata de una denominación genérica en que la igualdad de trato es la norma básica. Ante la ley, el mismo trato merece el catolicismo que el judaísmo, el hinduismo, el protestantismo, el anglicismo, la cienciología y el mismo agnosticismo, entre las religiones que se practican en el país.
Sin embargo, dado que el catolicismo es la religión que practica la mayoría de la población mexicana (el 77.7 %, de acuerdo con el censo de 2020), entonces adquiere un sentido especial preguntarse de manera concreta cuál es la relación entre la 4T y la Iglesia católica. Esta es la pregunta relevante para todos los fines prácticos.
Y creo que la respuesta correcta es que la relación no es distinta ni contraria a lo que establece la laicidad jurídica y política, pero sí distante, en términos de la percepción social dominante.
Vayamos por partes. El jefe del Estado laico mexicano, el presidente AMLO, no es antirreligioso (laicidad no es sinónimo de antirreligiosidad), pero tampoco es practicante del catolicismo apostólico y romano dominante en el país. Esto no le ha impedido guardarle respeto a la Iglesia y a la jerarquía católica mexicana (“me hinco donde se hinca el pueblo”, Ignacio Ramírez dixit) y, además, declarar abiertamente su admiración por el pensamiento social del papa Francisco, máximo jefe de la Iglesia católica en el mundo.
Sin embargo, parece ser que esta última sí pudiese estar extrañando un trato más directo, cercano y hasta cálido: aquél que en el pasado inmediato pudo haber recibido de las presidencias en turno, de los gobiernos del PRI y del PAN, especialmente de estos últimos, dada la abierta profesión de Vicente Fox y de Felipe Calderón por el catolicismo romano.
En esta atmósfera de sana distancia institucional entre la 4T y la jerarquía católica habrá que ubicar las recientes acciones y declaraciones de algunos prelados sobre el clima de inseguridad prevaleciente en el país.
Me refiero al Encuentro Nacional por la Justicia y la Paz en México, convocado por la Conferencia del Episcopado Mexicano y un grupo de empresarios, y por las declaraciones cruzadas entre las autoridades civiles de Michoacán y las autoridades eclesiales del mismo estado, por el artero asesinato de Hipólito Mora.
Por supuesto que el lamentable caso de los sacerdotes jesuitas asesinados en Chihuahua, y su atípica resolución, ha sido también un detonador de este evidente malestar de la jerarquía eclesiástica.
Creo que el distanciamiento y el intercambio de acusaciones mutuas entre representantes del poder civil y del religioso en nada abonan para resolver la situación de inseguridad que vive el país. Este tipo de conflicto favorece la impunidad y a la actuación del crimen organizado, pero sobre todo, profundiza la situación de indefensión de las víctimas.
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