Lecciones desde Brasil

Con más de 25 años de estar instituido, el voto electrónico permitió dar seguridad, legalidad, legitimidad y certeza a una nación de 221 millones de habitantes.

De la victoria de Lula da Silva en las elecciones del pasado domingo en Brasil, destaco dos experiencias de las que debemos tomar nota ahora que se discute una reforma electoral en nuestro país.

1. La segunda vuelta. En ambientes de alta polarización ideológica, programática y política, la segunda vuelta es una forma civilizada de poner a cada quien en su lugar. No es la panacea, porque se presta a crear mayorías ficticias de tinte oligárquico, pero sí sirve para despresurizar la vida pública, y hasta para evitar que la sangre llegue al río.

Ahora que se han perfilado claramente dos grandes bloques ideológicos y políticos en México, la segunda vuelta sería una vía eficaz para evitar conflictos poselectorales y dar mayor legitimidad a quien obtenga el triunfo, así sea por la diferencia de un punto porcentual.

En el caso de Brasil, la segunda vuelta exhibió que la izquierda social y electoral tiene arraigo y capacidad de movilización notables, pero también evidenció que la derecha no debe ser subestimada. El reto ahora es unir lo que la elección dividió en dos partes casi iguales. Y para esta labor de cicatrización, los gobiernos tienen figuras del derecho público que deberíamos considerar en México, desde el semiparlamentarismo hasta los gobiernos de coalición, formas de gobierno que estimulan las coincidencias y la cohabitación política sobre las diferencias y disidencias que exacerban las elecciones polarizadoras.

A Lula lo sacó adelante el Brasil marginado, olvidado y de pie a tierra. Venció todas las intentonas golpistas y guerras sucias mediáticas en su contra, incluida la cárcel. Lo blindaron los programas sociales de su gobierno, y el hecho de que no le probaron ningún enriquecimiento personal mal habido.

2. Voto electrónico. Con el padrón electoral más alto en una votación presidencial (156 millones de sufragantes), con la extensión territorial más grande del continente latinoamericano, con poblaciones diseminadas en cuatro husos horarios y con ciudadanía residente en el exterior, con derecho a votar en 56 países, las y los brasileños se fueron a dormir tranquilos la noche del domingo, con plena seguridad y certeza de quién sería su próximo presidente, tras las elecciones de segunda vuelta más cerradas de la historia reciente.

No se requirió de un PREP, del despliegue de la Guardia Nacional para trasladar papelería electoral, de velar armas toda la madrugada ni de encuestas de salida que tuvieran que cantar too close to call.

Con más de 25 años de estar instituido, el voto electrónico permitió dar seguridad, legalidad, legitimidad y certeza a una nación de 221 millones de habitantes, con una de las economías más grandes del planeta.

De las diversas propuestas de reforma electoral presentadas por las principales fuerzas políticas en este momento en México, da gusto constatar que el voto electrónico es uno de los puntos de coincidencia de tirios y troyanos.

Se utilizaría no sólo para elegir autoridades de todos los órdenes de gobierno, sino también para consultar a la ciudadanía sobre temas de interés nacional, o para que ella presente sus iniciativas. La democracia participativa directa sería una realidad por primera vez en nuestra historia. Claro, antes necesitamos hacer del acceso a internet un derecho humano fundamental y conectar por lo menos al 95 por ciento de la población.

 

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