Llenar las plazas… y las urnas

De 10 Zócalos llenos hasta el tope en los últimos 19 años (exceptuando los espectáculos musicales), siete han sido a favor de AMLO y tres en contra.

A partir de que las izquierdas en México decidieron participar en los procesos electorales, las plazas públicas se convirtieron en el espacio simbólico para medir el avance de las organizaciones. Llenar el Zócalo de la Ciudad de México, la plaza mayor del país, era el objetivo supremo.

“Hay que mostrar el músculo”, se decía simbólicamente. “¡No somos cinco, no somos cien; pinche Gobierno, cuéntanos bien!”, era la consigna más coreada cuando el Zócalo se ocupaba, así fuera a medias, en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX.

Desde 1988, con las movilizaciones encabezadas por el Ing. Cárdenas, sabemos con precisión el aforo de un Zócalo lleno, de un “Zócalo rojo”: de banqueta a banqueta, con los portales y las avenidas llenas, así como la plancha central, con cuatro personas por metro cuadrado. En el Zócalo entran 200 mil personas aproximadamente; presumir una cifra superior es ilusión óptica, manipulación mediática o mente obnubilada por el éxtasis.

Justo de aquellas jornadas cívicas de protesta por el fraude electoral de 1988 nació en la izquierda la convicción de que no solo era importante llenar las plazas, sino también las urnas. Así empezó la larga marcha por desarrollar partidos con estructuras para la movilización, difusión y defensa del voto: las tres funciones que hoy priorizan MORENA y todos los partidos de la izquierda mexicana. Llenar las plazas y cuidar las urnas son prioridades mancomunadas. Esa fue la lección de 2006, cuando AMLO compitió por primera vez por la Presidencia de la República, y se la robaron arteramente.

López Obrador es quizá el único mexicano que tiene estos récords históricos (entre los varios que se le pueden enumerar): es el mexicano que más veces ha llenado el Zócalo como dirigente social y al que más veces se lo han llenado sus opositores como autoridad política. De 10 Zócalos llenos hasta el tope en los últimos 19 años (exceptuando los espectáculos musicales), siete han sido a favor de AMLO y tres en contra.

Los Zócalos en contra fueron la marcha por la seguridad de 2004, siendo jefe de Gobierno del D. F., cuando los medios hablaron de “un millón de personas vestidas de blanco”; la marcha de ciudadanas y ciudadanos vestidos de rosa, en febrero de 2023, coreando la consigna “¡el INE no se toca!”, y la movilización del pasado domingo, exactamente un año después, con la consigna de “¡la democracia no se toca!”, pero en realidad, para dar voz a un hashtag visto más de 170 millones de veces unos días antes, el de “narcopresidente”. Hashtag y consigna nacidos de una vileza y de una ruindad que merece comentario aparte.

¿Cuántas personas de las que dirigieron y marcharon el domingo pasado lo hicieron también hace un año? Creo que el 99 %. ¿Y cuántas de quienes dirigieron y marcharon por el Zócalo hace 19 años lo hicieron ahora? Un 70 %, probablemente. Es decir, el domingo 18 de febrero vimos una película con un guion y actuaciones remasterizados, donde nos hemos visto las caras y seguido los pasos por dos décadas.

Qué bueno que la derecha llene también el Zócalo, porque es de todos. Qué malo que lo haga con una actitud anti-, con el NO por delante, y con la calumnia como bandera de lucha.

Ya solo falta lo otro: llenar las urnas. Y aquí únicamente hay un camino, que es llegar al corazón y al alma del pueblo de México. Algo en lo que la derecha va dos dígitos atrás. Algo en lo que la derecha unida sí puede ser vencida, aunque se vista de rosa pastel.

 

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