Lo bueno, lo malo y lo feo del 2022
Los números a la baja en materia de homicidios se diluyen ante el rostro de la barbarie de este año.
Lo bueno: a pesar de la inflación mundial y del encarecimiento del costo del dinero, la economía mexicana no se estancó. Los indicadores fundamentales lucen bien: el peso frente al dólar se fortaleció, la inversión extranjera directa fue la más alta en cinco años (por el nearshoring o reubicación de plantas desde China hacia América del Norte); la disciplina fiscal y el control del gasto público; un déficit marginal en la balanza de pagos; el precio interno de la energía dentro de la inflación esperada, y la creación de empleos a niveles superiores de los previos a la pandemia son las señales de una economía estable.
A ello hay que agregar los tres motores que están incentivando al mercado interno, es decir, el crecimiento sostenido de las remesas, el incremento por cuarto año consecutivo en los salarios mínimos y la inyección directa al consumo, que representan los casi 700 mil millones de pesos de los 18 programas sociales del Gobierno federal.
Todos estos factores, aunados a la inversión más alta este año en tres proyectos de infraestructura pública (la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el Corredor Transístmico), harán posible que la economía mexicana crezca ligeramente arriba de lo esperado, después de dos años de crecimiento cero.
Lo malo: la inseguridad sigue causando estragos, a pesar de todos los esfuerzos del Gobierno federal. Si bien la mayor parte de los delitos de alto impacto se han contenido y los estados con alta incidencia delictiva se concentraron en un grupo de ocho entidades, todas las encuestas de opinión revelan que la gente se sintió más insegura en su colonia este año, y la ciudadanía sigue señalando a la inseguridad como el problema principal del país.
No es solo un tema de percepción. El costo de la inseguridad en términos del PIB y de lo que invierten las empresas para seguir operando alcanzó este año su punto más alto. Cada vez más en colonias de distintos estratos sociales vemos puertas y ventanas con rejas, calles cerradas y mantas de advertencia en las esquinas: “Ratero: si te agarramos, no te entregamos a la Policía, ¡aquí te linchamos!” (manta colocada en la calle París de la CDMX, a la vuelta del Senado).
Los números a la baja en materia de homicidios se diluyen ante el rostro de la barbarie de este año: dos sacerdotes jesuitas ejecutados en el atrio de su iglesia, cuando intentaban salvar a un guía de turistas; un fusilamiento sumario en el histórico San José de Gracia; un general, dos coroneles, varios tenientes y hasta un juez ejecutados a mansalva. Fue también el año más letal para el ejercicio del periodismo.
La crispación que produce la inseguridad alcanzó a los Poderes del Estado. Un Ejecutivo que reclama y exhibe el “debido pretexto” de algunos jueces que liberan a delincuentes; una mayoría legislativa acusada de militarizar al país, y un Judicial que se siente apabullado por la ineficacia e incomprensión de los otros dos.
Lo feo: la carne de cañón en que se han convertido las y los migrantes mexicanos y centroamericanos en EUA para un grupo importante de políticos en campaña, especialmente republicanos. Lo vimos en la elección intermedia del pasado noviembre y se recrudecerá en la presidencial de 2024 en aquel país. Cuidado: un fascio antimigrante se gesta en el norte y nos pegará directamente.
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