No habrá parricidio político

Estamos viviendo la continuidad con cambio. La continuidad de los principios, las reformas y las obras estratégicas de la 4T, además del cambio de anquilosadas y antiguas prácticas, como la del “parricidio” político.

Una de las prácticas políticas más perversas, escatológicas y decimonónicas del antiguo régimen presidencialista era el parricidio que cometía el presidente entrante respecto al saliente. Es decir, la inmolación pública —a plena luz del día y a los cuatro vientos— del antecesor, a manos de su sucesor.

Se llegó a afirmar que la verdadera toma de posesión del nuevo presidente se daba solo hasta el momento en que se cometía ese “parricidio” (ya que el sucesor era comparado bíblicamente con el “hijo amado”, en quien el Padre había “puesto todas sus complacencias”). Tenía que morir el antecesor, para que naciera el sucesor.

Siguiendo esa tradición necrófila (que hay quienes ubican también en las tradiciones prehispánicas), en los tres meses que duró la campaña y en el mes que siguió a la avasallante elección presidencial, los llamados “amlofóbicos” han estado apostando al momento en que se dará “el deslinde”, “la ruptura”, “el punto de inflexión”, “el manotazo”, “el descolón” entre la presidenta ganadora, Claudia, y el presidente saliente, AMLO, que es la forma elegante y literaria para evitar el uso rudo del término que realmente les anima y excita: parricidio político, que en la época de Maquiavelo solía cometerse en las cortes europeas, con dagas florentinas envenenadas, siempre cubiertas con plumas de cisne blanco y colocadas debajo del puño con que se saludaba, abrazaba y palmeaba al soberano caído en desgracia.

Así como se quedaron esperando el supuesto voto de castigo de la “mayoría silenciosa” de las clases medias (que, silenciosamente, salió a votar por la continuidad económica de la 4T) o la presunta caída mediática provocada por la campaña en redes de “narcopresidente” y “narcocandidata”, así se quedarán sentados esperando el deslinde escatológico del próximo Gobierno.

Lo tuvo que decir, aclarar y puntualizar la única persona que podía hacerlo, la virtual presidenta electa: “Leía hoy en un periódico: ‘Claudia debe pintar la raya con Andrés Manuel López Obrador’. Sería pintar la raya con el pueblo de México. ¡Nunca! ¡Con el pueblo todo, sin el pueblo nada!”.

Este posicionamiento se hizo en el momento indicado: en el sexto aniversario de la victoria electoral del presidente López Obrador en las urnas (1 de julio de 2018) y a un mes de la elección más votada, de la cual emergió la primera presidenta de México, Claudia Sheinbaum.

Este deslinde del deslinde viene a sumarse a la transición presidencial inédita que estamos viviendo. Hace dos semanas señalamos aquí que no había precedente de las giras que realizan por el país el presidente saliente y la presidenta entrante; ellos dos y sus equipos de trabajo están recibiendo y entregando in situ las obras estratégicas de la 4T.

Tampoco tiene precedente la manera como el presidente AMLO está cerrando su gobierno, con 20 reformas constitucionales y legislativas, que establecerán los cimientos del segundo piso de la 4T, o de la Cuarta Transformación versión 2.0, porque mucho de lo que ha anunciado la Dra. Sheinbaum es la profundización y consolidación de lo iniciado por el presidente AMLO.

Estamos viviendo la continuidad con cambio. La continuidad de los principios, las reformas y las obras estratégicas de la 4T, además del cambio de anquilosadas y antiguas prácticas, como la del parricidio político.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

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