Presiones

La agenda “mexicana” de republicanos y demócratas está marcada por intereses domésticos y por sus respectivas bases políticas y sociales de apoyo.

Hemos dicho en otras ocasiones que no hay una regla fija para afirmar que a México “le va mejor con un presidente estadounidense demócrata, que con uno republicano”.

Fue un presidente demócrata, James K. Polk, quien declaró la guerra a México en 1846 y luego consumó el zarpazo que arrebató casi la mitad del territorio nacional. Un hecho histórico traumático en las relaciones entre ambas naciones.

Fue otro demócrata, el presidente Franklin Delano Roosevelt, quien en 1938 respetó la decisión del general Lázaro Cárdenas de expropiar la industria petrolera estadounidense en México, después de que ésta no atendiera los fallos de los tribunales de nuestro país.

Por el lado republicano también tenemos encuentros y desencuentros. William Howard Taft, a través de su embajador Henry Lane Wilson, participó en uno de los peores actos de intervencionismo en la historia de las relaciones entre ambas naciones, durante la Decena Trágica, con el asesinato del presidente Francisco I. Madero.

Sin embargo, uno de los impulsores del TLCAN fue el presidente republicano George H. W. Bush, quien además de tener una nuera de origen mexicano cantaba el “Cielito Lindo” y comía tamales oaxaqueños, al tiempo que impulsaba en nuestro país los negocios petroleros de sus socios texanos.

No hay, entonces, una regla universal para afirmar que a México le va muy bien con los demócratas y muy mal con los republicanos. O viceversa.

Lo que sí es una constante a lo largo de la historia de las relaciones entre los dos países es que los gobiernos estadounidenses de un signo y otro presionan de varias formas para sacar adelante su agenda bilateral, en la cual la primera, la segunda y la tercera prioridades serán siempre los Estados Unidos de América.

Las dos grandes diferencias entre republicanos y demócratas en su trato hacia México se llaman agenda y trato político-diplomático.

La agenda “mexicana” republicana y demócrata está marcada por intereses domésticos y por sus respectivas bases sociales y políticas de apoyo. El Partido Republicano favorece los temas de migración, inversión, comercio, finanzas, petróleo y militarismo; mientras que el Demócrata claramente prioriza drogas, energías limpias, protección laboral, seguridad nacional, democracia y derechos humanos.

Ambos utilizan la presión para lograr sus objetivos. Pero hay de presiones a presiones. Los republicanos son más aguerridos en sus métodos y planteamientos. Cuando Donald Trump quiso que México asumiera una política migratoria más activa respecto a Centroamérica, lo amenazó con una guerra de aranceles. “Sólo así nos hacen caso”, afirman que dijo.

Hoy, con un presidente demócrata en la Casa Blanca, Joe Biden, la relación bilateral es menos tensa, pero más intensa:

“¿Quieres vacunas? Yo quiero que me vigiles tu frontera sur”.

“¿Quieres inversiones privadas? Yo quiero más capos de la droga capturados”.

“¿Quieres más trabajadores mexicanos en EUA? Yo quiero que abras tu sector energético”.

“¿Quieres más productos mexicanos en el mercado estadounidense? Yo quiero más inspectores laborales en tus fábricas”.

“¿Quieres más cooperación? Necesitas más colaboración.”

Las posibles restricciones de vuelos hacia Estados Unidos, la primera demanda laboral en el marco del T-MEC y hasta la reapertura del caso Camarena son todas medidas que apuntan a lo mismo: presionar al Gobierno mexicano para que se adapte a las nuevas prioridades de Washington.

 

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