Realidades y convergencias económicas entre México y Estados Unidos
Uno de los temas más importantes de cualquier campaña electoral, incluida la presidencial de los Estados Unidos de América, es el de la economía. Tal parece que ahora el nacionalismo económico del presidente Donald Trump tendrá su continuación, pero en versión demócrata y con una inclinación hacia la izquierda, a través del candidato Joe Biden, a condición de que gane los comicios.
Este nacionalismo económico ha existido —con excepción de los más de treinta años del periodo neoliberal— durante buena parte de la historia moderna de México, sobre todo a partir de la Carta Magna de 1917, la cual fue la primera que instituyó derechos sociales en el mundo, desde entonces y a nivel constitucional, además de que también estableció la rectoría del Estado en materia económica para el desarrollo y el fortalecimiento de la soberanía nacionales (art. 25 constitucional).
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha retomado y revitalizado en México este nacionalismo y la rectoría económica del Estado desde el 1 de diciembre de 2018, como parte de su programa de gobierno, adaptándolo a las nuevas circunstancias globales y regionales.
En este contexto, es interesante observar cómo, frente a una realidad sanitaria, económica y social mundial, existen convergencias entre lo que presentó desde una planta metalúrgica, en Dunmore, Pensilvania, el 9 de julio de 2020 el candidato demócrata Joe Biden, como un esbozo de su programa económico para Estados Unidos, y lo que el presidente mexicano se encuentra instrumentando en nuestro país en la misma materia desde el inicio de su gobierno, y que siempre ha formado parte de su convicción política e ideológica, no sólo a partir de un contexto de pandemia o como consecuencia de la crisis del modelo económico prevaleciente en gran parte del mundo.
Realidades
Una de las realidades que han incidido en este retorno del nacionalismo económico en los Estados Unidos es la de la pandemia de COVID-19. En efecto, esta enfermedad ha traído, por lo menos, dos consecuencias para ese país y para muchos otros, como México. La primera es que ha dejado ver que, tras años de neoliberalismo, los sistemas de salud decayeron por falta deliberada de inversión pública, ya que, en el credo neoliberal, la competencia, el libre mercado o las privatizaciones resolverían las necesidades fundamentales de los individuos.
La segunda consecuencia es que la pandemia desveló con más crudeza las inequidades sociales, la precarización social y de ingreso, así como la vulnerabilidad para diversos sectores de la población, como el afroestadounidense y el latino en la Unión Americana.
En ese país, estos grupos poblacionales han registrado el triple de infecciones que las personas de raza blanca, de acuerdo con nuevos datos, que incluyen características detalladas sobre 640,000 infecciones detectadas en casi mil condados, que representan más de la mitad de la población nacional. Además, el virus ha causado casi el doble de fallecimientos de personas afroestadounidenses y latinas que de personas blancas, según esos mismos datos.
Esto significa, por un lado, que la población latina constituye el grupo demográfico con la tasa más alta de casos confirmados de COVID-19 por cada 10,000 habitantes: 73. Por el otro, le sigue la población afroestadounidense, con una tasa de 62, mientras que las personas de raza blanca aparecen con una tasa de 23.
En el caso de México, uno de los grupos de población más afectados por la pandemia ha sido el de las personas adultas mayores, sobre todo por razones ligadas al natural envejecimiento. Sin embargo, a este sector ya se le otorga, por mandato constitucional, una pensión universal bimestral, además de que se trabaja en la restauración y revigorización del sistema nacional de salud, abandonado por los gobiernos neoliberales.
Otra realidad que se ha impuesto a los gobiernos es, como se ha señalado, la crisis y el fracaso de un modelo económico productivista que genera concentración de riqueza, depredación de recursos naturales y abandono de la industria nacional y/o deslocalización de las empresas hacia otros países o continentes.
Este capitalismo de cuates o capitalismo de accionistas, como lo han definido respectivamente el presidente López Obrador y el candidato Biden, perjudica el desarrollo económico, por la formación de grandes monopolios y la concentración, en pocas manos, de industrias o empresas nacionales estratégicas o importantes para un país.
Por ejemplo, en la Unión Americana las personas multimillonarias se hicieron cada vez más ricas. De acuerdo con un informe publicado por el Institute for Policy Studies (IPS, por sus siglas en inglés), entre el 18 de marzo y el 14 de mayo de 2020, las y los multimillonarios estadounidenses, globalmente, se enriquecieron en 565,000 millones de dólares. En el mismo periodo, señala el estudio, más de 42 millones de personas perdieron sus empleos a causa de la crisis de la COVID-19.
Este trasfondo contextual ha suscitado convergencias entre ambos políticos, en materia de política económica. Destacaré algunas de ellas.
Convergencias
Converger es tender a unirse en un punto. Una de estas convergencias es el fortalecimiento del Estado y su papel más activo en la economía. Tanto en México como en Estados Unidos se puede constatar esta tendencia en el contexto actual de pandemia y de crisis, y el fracaso del referido modelo económico o, mejor dicho, del neoliberalismo.
En México, la recuperación de espacios otrora ocupados por los poderes fácticos, legales e ilegales, debido el retraimiento del papel del Estado en salud, en programas sociales, en soberanía energética (pérdidas y falta deliberada de inversión pública en Pemex y CFE), en empleo, en seguridad, entre otros ámbitos, ha sido una prioridad para el presidente López Obrador.
El candidato Biden propone, a su vez, invertir alrededor de 1.7 billones de dólares para construcción de infraestructura y energías limpias, incluyendo una inversión de 400,000 millones de dólares más en ayudas para comprar productos hechos en los Estados Unidos. Asimismo, proyecta crear empleos en las manufacturas, reestructurar y revitalizar a fabricantes estadounidenses y devolver a la Unión Americana las cadenas de suministro críticas, para no depender de otras naciones. De igual manera, plantea un cambio alejado de la globalización y del libre comercio, revitalizando las industrias domésticas en dificultades.
Las siguientes convergencias importantes son la separación entre el poder económico y el poder político y una mejor distribución de la riqueza. El presidente López Obrador ha sido enfático en estos puntos, atacando la principal causa de esta colusión perversa entre lo público y lo privado: la corrupción. Al mismo tiempo, ha implementado una serie de programas sociales para una mejor distribución del ingreso.
Mientras tanto, el candidato Biden ha señalado que, en estos últimos años de gobierno, se ha beneficiado a Wall Street y a las grandes empresas, al tiempo que se les fallaba a las familias y a las personas asalariadas estadounidenses: “Menos de un tercio de la enorme cantidad de dinero que el Congreso y la Reserva Federal han puesto a disposición del sector privado ha ido a negocios pequeños”, aseveró.
La siguiente convergencia es la disminución de la dependencia con el exterior. México se encuentra en un proceso de sustitución de importaciones en materia alimentaria; de gasolinas, a través del mantenimiento de refinerías existentes y la creación de una nueva; de material hospitalario, como los ventiladores hechos en México presentados por el presidente López Obrador durante la conferencia matutina del 14 de julio; de generación de electricidad por parte de la CFE, y no únicamente de compra de la misma a generadores privados extranjeros; de fomento a la industria nacional, mediante créditos de la Banca de Desarrollo, para impulsar la producción de manufacturas, entre otras.
Por su parte, Joe Biden señaló que diseñará programas para reducir la dependencia del exterior en la producción de material médico y medicinas, ya que uno de los datos más reveladores derivado de la pandemia es que el 80 por ciento de los ingredientes activos utilizados para fabricar medicamentos en Estados Unidos, incluidos la penicilina y el ibuprofeno, proviene de China. Asimismo, el candidato propone impulsar la demanda de productos nacionales.
Una convergencia más se presenta en el terreno de la recaudación fiscal. En este ámbito, si bien es cierto que el presidente mexicano se ha comprometido a no aumentar impuestos durante los tres primeros años de su gobierno —promesa que ha cumplido—, también es verdad que existen empresas que eludían, hasta hace pocas semanas, sus responsabilidades tributarias con el fisco. Hoy, con la reforma al párrafo primero del artículo 28 constitucional, la cual prohíbe tanto las condonaciones como las exenciones de impuestos, muchas de esas compañías ya se han puesto al corriente en pagos adeudados desde hace varios sexenios.
Derivado de ese pago, el Estado mexicano ha tenido una recaudación de impuestos de más de 30,300 millones de pesos, al 19 de junio de 2020, que ha servido, junto con otros recursos, para afrontar de mejor forma la pandemia y sus consecuencias económicas.
En esta materia, el candidato Biden propone una reforma fiscal para aumentar la recaudación en casi cuatro billones de dólares, además de eliminar tanto las políticas económicas como las rebajas y políticas fiscales actuales en los Estados Unidos, las cuales han beneficiado principalmente, como se ha referido, a las grandes firmas, a los grandes capitales y, sobre todo, a Wall Street. El candidato demócrata ha señalado claramente, incluso frente a sus grandes donantes, que va a revertir tales reformas y políticas económicas y fiscales.
Finalmente, el presidente mexicano ha afirmado que el país se ha desarrollado de manera desigual, tanto por regiones como por sectores sociales. De ahí que proyectos como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas o el programa Sembrado Vida en el sur-sureste del país, busquen detonar el desarrollo económico in situ.
Paralelamente, Joe Biden ha propuesto que las inversiones lleguen a todo el territorio estadounidense a través de “Invierta en toda América”, una de las seis líneas de su programa económico.
Así, estas convergencias son una prueba de que existe una óptica común para resolver los retos que nos imponen tanto la pandemia como un modelo económico en crisis.
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