Revolución y reconciliación

Lo que debe seguir es reconciliar, para consolidar y continuar con los cambios.

Los grandes movimientos de cambio y transformación requieren de una etapa de reconciliación. Tal es la enseñanza histórica de la Revolución mexicana, que en su 112 aniversario debemos tener presente.

¿Reconciliación con qué y con quién? Con sus raíces originales, con sus fundamentos originarios y con sus aliados de causa. La Revolución mexicana, después de derrocar al régimen porfirista, volvió sus armas contra sus fundadores y promotores, abriéndose paso la llamada “lucha de facciones”.

Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa fueron eliminados no por las tropas del viejo régimen, sino por correligionarios, por aliados de lucha. El caso de Álvaro Obregón fue doblemente trágico. Después de ser reelecto, días antes de iniciar su segundo período, lo asesinó un civil fanático, José de León Toral, por considerar que había traicionado el ideal central de la Revolución: la no reelección.

La Revolución mexicana estuvo a punto de zozobrar debido a estas guerras y conflictos internos de las distintas facciones. Todas buscaban imponerse y desplazar a las que no compartían sus visiones o programas. Después del magnicidio de Obregón, Plutarco Elías Calles instauró el Maximato o el poder tras el trono, en el cual los presidentes eran figuras formales, pero el poder real de decisión estaba en Calles.

El general Lázaro Cárdenas terminó con el Maximato y en su lugar incorporó un régimen de política de masas que tuvo como eje articulador un programa de reformas sociales y económicas que retomaban las banderas originales de la Revolución de 1910. Este período fue el reencauzamiento de aquel movimiento que parecía haber quedado en un simple cambio de élites políticas y no de régimen socioeconómico.

La reconciliación que promovió el Gral. Cárdenas incluyó tanto a las causas originales del movimiento como a las expresiones sociales y políticas que participaron en él, al promover un partido político, el PRM, que sumó a nivel nacional y regional al mayor número de grupos revolucionarios y representaciones campesinas, obreras y de clases medias emergentes que no habían encontrado espacio en el Maximato.

En los otros dos grandes movimientos de transformación nacional —la guerra de Independencia y la de Reforma— podemos encontrar también que la reconciliación, no el faccionalismo, permitió la consolidación de las propuestas de cambio.

Un ejemplo: Vicente Guerrero fue el dirigente que en mayor medida contribuyó al aterrizaje de la Independencia, al poner punto final a la etapa más cruenta de purgas, exclusiones y disensos armados de los grupos insurgentes y separatistas. Como presidente de la naciente república, impulsó la primera reforma agraria, promovió la educación gratuita y expidió el decreto sobre la abolición de la esclavitud. En varias de sus intervenciones afirmó que “sin reconciliación no hay nación”.

Benito Juárez fue diestro en la lucha frontal contra los conservadores, pero más aún en la construcción de leyes e instituciones. Creó algo que nunca existió en la nación independiente: el Estado mexicano, cuyo sentido democrático lo dio precisamente la noción de reconciliación.

Estamos inmersos en la Cuarta Transformación y, si atendemos las enseñanzas de las tres anteriores, lo que debe seguir es reconciliar, para consolidar y continuar con los cambios.

 

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