Ronald Johnson: cooperación sin subordinación

Un tema ampliamente estudiado en días recientes es la designación de Ronald Johnson como embajador de Estados Unidos en México. Embajador. Es un coronel en retiro del Ejército, con más de tres décadas de servicio militar, e integrante de las Fuerzas Especiales de la milicia, conocidas como boinas verdes, ex oficial de la CIA en el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos en Tampa, Florida, y graduado de la Universidad Nacional de Inteligencia. En su pasado, lideró operaciones de combate durante la Guerra Civil y fue asesor en la estrategia contra la insurgencia en la década de 1980.

Entre 2019 y 2021 se desempeñó como embajador en la República de El Salvador durante la incipiente administración de Nayib Bukele. Ciertamente, no se ajusta al perfil tradicional requerido en el entorno diplomático, no obstante, con seguridad será el primer militar designado como embajador en nuestro país: “Juntos, vamos a poner fin a los crímenes de los migrantes, detener los flujos ilegales de fentanilo y otras drogas peligrosas a nuestro país, y hacer a Estados Unidos seguro otra vez”, señaló Donald Trump al anunciar la designación. ¿Cómo fue su paso por aquel país centroamericano? ¿Y su desempeño? ¿Qué actos pueden definir su legado?

Recordemos que Nayib Bukele llegó al poder en 2019 con un país marcado por la frustración. A pesar de los Acuerdos de Paz de 1992, El Salvador arrastraba problemas de estancamiento económico, corrupción y violencia. Las pandillas dominaban las ciudades, forzando la emigración (hoy, el 25 por ciento vive en el extranjero y las remesas en 2022 fueron un pilar económico fundamental, que representaba el 25 por ciento del PIB). La desigualdad, la falta de oportunidades y la pobreza eran el pan de cada día, especialmente para las y los jóvenes, quienes sufrían la violencia, el desempleo y un futuro incierto.

Entonces, Bukele se presentó como el candidato que abordaba las frustraciones de la posguerra, enfocándose en la inclusión, seguridad y visión de futuro. Con el apoyo de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), sectores conservadores y el Ejército, priorizóaron la seguridad mediante el uso de fuerzas militares, valorando el orden sobre la democracia, las libertades y las políticas sociales. Su victoria (caracterizada por un uso eficaz de las redes sociales) reflejó la crisis democrática y la frustración popular. Si bien su popularidad se debe al éxito de sus políticas de seguridad, también ha sido criticado por violaciones a los derechos humanos y la erosión de las instituciones democráticas.

En 2019, el presidente de los Estados Unidos era Donald Trump, y podría decirse que había sinergia en los objetivos de ambos mandatarios. En efecto, el flamante presidente centroamericano tenía un perfil acorde con las políticas de Trump y compartían visiones de país. No fue sorpresivo entonces que se designara a un militar que contribuyera a controlar a las pandillas, gestionar el flujo migratorio y limitar la creciente influencia de China: Ronald Johnson.

A su llegada como embajador, el 30 de octubre de 2019, afirmó que la amistad de Estados Unidos con El Salvador dependía del respeto a las leyes y la Constitución. Exhortó a cesar la hostilidad entre partidos y a comenzar un proceso de negociación que involucrara a todos los sectores con el objetivo de alcanzar un consenso nacional, lo cual contradecía la postura del presidente respecto a que todos los líderes anteriores fueron malos y su gobierno, era la única solución. En el fondo, lo que Johnson pretendía era una buena “colaboración” basada en una mutua comprensión de intereses y prioridades, aseguraba apoyo total, incluyendo su participación en los eventos sociales que considerará oportunos.

En poco tiempo, el Gobierno salvadoreño anunció la creación de la nueva patrulla fronteriza encargada de combatir el flujo ilegal de migrantes. Más adelante, cedió a presiones de Washington y firmó acuerdos de cooperación migratoria de línea dura sin ninguna resistencia pública orientadas a restringir la inmigración salvadoreña a Estados Unidos (Acuerdo de Cooperación de Asilo, ACA), al acordar, conjuntamente con México, Guatemala y Estados Unidos, que los solicitantes de asilo en EE.UU. deberían permanecer en el territorio de los otros tres Estados hasta que su solicitud fuese resuelta. Asimismo, no opuso resistencia para que desde 2020 el gobierno norteamericano pusiese fin al Estatus de Protección Temporal, que desde 2001 había permitido residir y trabajar en su territorio a 200 mil salvadoreños que habían ingresado irregularmente.

El embajador Johnson siempre optó por congraciarse, ofreciéndole apoyo y manteniéndose en gran medida alejado de temas políticos polémicos. Acudía no sólo a actos diplomáticos oficiales, sino a otros como conferencias de prensa presidenciales e incluso al bautizo de la hija de Bukele (de hecho, son compadres). Sus apariciones públicas generalmente fueron acompañadas de miembros de las fuerzas armadas, lo que podría interpretarse como una señal de apoyo al presidente, principalmente cuando éste requería su respaldo.

Aprobó el arresto y la extradición de pandilleros, la reducción de los índices delictivos y la estrategia contra el crimen organizado. A pesar de las inquietudes expresadas por la comunidad internacional en relación a la situación de los derechos humanos, les restó importancia y promovió la certificación de El Salvador como un país respetuoso de las libertades, asegurando con ello la continuidad de la asistencia financiera de Washington.

Su estrecha relación, permitió que las acciones controvertidas del mandatario salvadoreño, como la ocupación del Congreso por fuerzas militares y policiales para presionar la aprobación de su plan de seguridad, fueran pasadas por alto o incluso cuando se expuso el presunto pacto de las pandillas, tema que desde luego fue negado por el gobierno y minimizando por el embajador afirmando que la prioridad era reducir el crimen.

Para Óscar Martínez, editor del Diario salvadoreño El Faro, su afinidad era obvia, incluso en sus estilos, “Johnson quería proyectar la imagen de un hombre fuerte, de un ex agente de la CIA, de alguien que compartía fotos de sí mismo conduciendo motocicletas en vacaciones”. “Y Bukele a menudo posaba flanqueado por soldados, mezclando imágenes militares con matices religiosos. En eso, eran muy parecidos”, por ello tampoco resulta extraño fotos de ambos comiendo langosta o compartiendo jornadas de pesca.

A partir de 2021, tan solo dieciséis meses después de que Johnson asumiera el cargo, Joe Biden llegó al poder, reinstaló a Manes en la embajada y las concesiones a Bukele terminaron. A su salida del país, Johnson fue condecorado con la Orden Nacional José Matías Delgado, en el grado de Gran Cruz Placa de Plata y la insignia Gran Orden Francisco Morazán. Esta estrecha relación fue descrita por Rubén Zamora, ex embajador salvadoreño en Washington, en una columna del 2020 para el Diario El Faro: “Se trata de un gobierno que no expresa amistad, sino sumisión”.

A partir de ese momento, Bukele ha sido blanco de frecuentes críticas por parte del gobierno norteamericano por su récord en materia de derechos humanos, casos de corrupción y erosión de las instituciones democráticas. Pero a partir de enero de 2025 cuando Trump regrese a la presidencia, seguramente habrá impactos significativos en El Salvador, pero esa es otra historia.

Con Ronald Johnson como embajador en México, en medio de las críticas de Ken Salazar a la política de abrazos no balazos, ¿Trump está enviando un mensaje sobre los asuntos que más le interesan? ¿seguridad, drogas, narcotráfico, migración, inteligencia y terrorismo? ¿China y el comercio internacional? Para Óscar Chacón, portavoz de Alianza Américas hay otras lecciones que México puede sacar de la experiencia salvadoreña: “Su pragmatismo no se amarra a paradigmas ideológicos, incluso aunque crea en ellos”, prioriza los resultados.

Desde luego, México es un país mucho más complejo que El Salvador y no será tan sencillo imponer un criterio. Si bien obtuvo logros en El Salvador al garantizar la colaboración de su gobierno en temas muy específicos, en nuestro país es posible pensar que su postura pueda alinearse a nuestros intereses económicos y coincidamos en el diagnóstico de los problemas sociales. De ocurrir, me parece que existe potencial para una relación fructífera y cooperativa.

En una conferencia realizada en el Instituto Gordon de la Universidad Internacional de Florida, dio una muestra de lo que piensa y expuso brevemente su visión geopolítica destacando, por ejemplo, la necesidad de relocalizar en América las empresas que están en China. En consecuencia, ¿Cuáles serían las exigencias puntuales y específicas para México? ¿Qué lecciones nos deja el caso salvadoreño? Hasta ahora, frente a las amenazas de Trump, nuestra presidenta Claudia Sheinbaum ha respondido con firmeza proponiendo diálogo y cooperación: “estoy convencida que va a haber acuerdo y que sepan que siempre va a ser defendiendo a México y poniendo en alto el nombre de México y sin subordinar a las necesidades solamente de Estados Unidos.”