Otro campo es posible

En El Llano en llamas, Juan Rulfo retrata al campo mexicano como un lugar difícil y desafiante, cuyos habitantes enfrentan diversos obstáculos en su lucha por la supervivencia; sus anhelos, sufrimientos y esperanzas de una vida mejor. Igualmente, presenta una visión sombría y desgarradora del entorno rural, con una atmósfera cargada de pobreza, violencia, desesperanza y soledad.

Publicado por primera vez en 1953, este volumen de relatos cortos se ha convertido en un paradigma e importante referente de la vida en el campo mexicano, específicamente de la región de El Llano, con su crudeza y belleza, y con un enfoque en desafíos como la falta de tierras, las sequías, las inundaciones y las precarias condiciones de vida. Sin embargo, a pesar de la dura realidad que retrata, también hay elementos de poesía y esperanza.

El campo juega un papel fundamental en la vida de las y los mexicanos. En primer lugar, contribuye a la seguridad alimentaria nacional; es un importante generador de empleo, especialmente en zonas donde las oportunidades son limitadas; es esencial para el desarrollo rural y para la conservación del medio ambiente, además de un lugar en el que se preservan muchas tradiciones culturales y conocimientos ancestrales.

Por eso, es preciso hacer una reflexión a propósito de la iniciativa enviada al Congreso de la Unión por parte del Ejecutivo federal para la extinción de la Financiera Nacional de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero (FND), que se estará discutiendo en el transcurso de la siguiente semana.

Recordemos que la FND se creó en 2002, con el objetivo de sustituir al Banco Nacional de Crédito Rural (Banrural), que otorgaba créditos a la palabra a las y los productores rurales, pero que se volvieron incobrables, debido a un esquema de corrupción entre esa institución bancaria y las aseguradoras, por el que determinaban la pérdida total de cosechas, evitando con ello el pago de los créditos.

El verdadero problema del crédito en el campo mexicano es que los ejidos, las comunidades y sus integrantes no son sujetos de este beneficio, es decir, la tierra de propiedad social (que representa más de la mitad del territorio nacional) no es considerada como garantía.

De acuerdo con la ENA-INEGI 2019, del 9.4 % de las unidades de producción agropecuarias que solicitaron un crédito o préstamo para el desarrollo de sus actividades, únicamente el 8.4 % logró obtenerlo, datos que coinciden con los reportados por la CEPAL en 2019, los cuales mencionan que el crédito agrícola de México es uno de los tres más bajos de América Latina.

En tal sentido, la problemática real para nuestro país gira en torno al escaso acceso a crédito y financiamiento que tienen los productores rurales de pequeña escala, toda vez que, si sólo reciben subsidios gubernamentales, no pueden mejorar su ingreso y, sobre todo, no logran el crecimiento de sus unidades de producción. De ahí que la falta de crédito para el desarrollo los obligue a adquirir créditos con tasas de interés demasiado altas con personas conocidas como agiotistas en el pueblo.

Por ello, el mero hecho de liquidar la FND no constituye una solución de fondo para cubrir el déficit de crédito en el ámbito rural para las y los productores de pequeña escala; se requiere una propuesta encaminada a fortalecer específicamente ese tipo de crédito, pues sus beneficiarios son quienes comúnmente no acceden a instituciones de banca comercial.

Si bien el análisis realizado por el Ejecutivo (desequilibrio financiero, elevada cartera vencida, cobranza ineficiente) justifica la liquidación de la FND, también es necesario determinar cuál organismo sustituirá su función. Esto implica establecer uno que otorgue crédito rural, que bien pudiera ser, por ejemplo, Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA), que pertenece al Banco de México y ha demostrado ser un instrumento eficaz del Estado, con un ajuste en sus reglas, a fin de que se concentre en productores de pequeña escala.

De entrada, la extinción de la FND será analizada cuidadosamente por las y los legisladores en los términos constitucionales. Sin embargo, no debe pasarse por alto la necesidad urgente de cubrir el déficit de crédito en el ámbito rural, ya que a final de cuentas se trata de darle un giro al simbolismo rulfiano respecto a nuestro campo, a fin de fortalecerlo y que deje de ser escenario y símbolo de una difícil realidad rural, la aridez y la falta de esperanza.

 

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