Todas y todos en el mismo barco
Durante años, el mundo ha vivido bajo un modelo basado en el individualismo. La imposición de una lógica económica en la que cada persona es responsable de generar ganancias para sobrevivir sumió en la pobreza a millones de habitantes de todos los países. Los Estados se fueron achicando y el mercado fue ganando terreno. Profesionales de la economía que defienden esta postura aseguran que el mercado se regula solo y que las intervenciones estatales simplemente entorpecen el desarrollo de las naciones.
En México, esta forma de entender la realidad fue adoptada por el gobierno a partir de 1982 y hasta 2018. Desde entonces, los niveles de desigualdad que ya existían en el país se fueron incrementando cada vez más. El Estado mexicano se convirtió en un administrador de oportunidades y quedó de lado la población a la que el mercado no pudo cubrir. Los resultados del modelo son hoy evidentes: gran concentración de riqueza y un elevado número de personas viviendo en pobreza.
En los últimos meses, ante la crisis por COVID-19, quienes por años se han opuesto a la intervención estatal en la economía ahora pugnan para que se liberen cuantiosos recursos que ayuden a que sus negocios no caigan en bancarrota.
Sin embargo, esta crisis nos ha mostrado con ejemplos muy claros los efectos ocasionados por políticas diseñadas meramente con fundamentos económicos, sin pensar en lo social. En Italia, un país donde las calles se encuentran desiertas, un policía le pidió a una persona que se encontraba en la vía pública que se fuera a su casa; su respuesta fue que no tenía una, que vivía en la calle. Tal es la situación de millones de habitantes.
En tiempos de crisis económicas, como la provocada por el nuevo coronavirus, son las personas más pobres quienes tienen las cargas más pesadas. Así fue cuando el sistema bancario mexicano colapsó; hasta hoy en día todas y todos los mexicanos pagan la deuda del fraude del Fobaproa. Así ocurrió también en 2008, cuando el rescate bancario en Estados Unidos de América no brindó herramientas para que la gente común pudiese salir adelante. Pero no será así, al menos en México, en esta nueva crisis financiera.
Los efectos que la pandemia traerá a la economía no son minimizados ni ignorados, pero la manera de hacerles frente no debe ser la misma de siempre. Quienes más pueden sufrir sus estragos son las personas que requieren de un ingreso diario para vivir. Es por ello que ha sido correcto el llamado del presidente López Obrador a tomar todas las medidas de precaución sanitarias necesarias para desacelerar el aumento de contagios por coronavirus SARS-CoV-2 en el país y, al mismo tiempo, mantener activa la economía el mayor tiempo posible.
Este virus ha ocasionado que muchas sociedades se declaren en cuarentena, en total aislacionismo y, sin embargo, es una oportunidad para acabar con el individualismo, con el “sálvese quien pueda”. De cara a esta contingencia, los recursos tienen que ser destinados, al menos en el corto plazo, a fortalecer las capacidades que permitan salvar vidas y no negocios. Hoy, lo social, las vidas y la tranquilad de las personas se pondera con los efectos económicos de la crisis; hoy, todas y todos estamos en el mismo barco.
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