Debates y elecciones

Un debate se gana o se pierde en el pos-, no durante su desarrollo.

Los debates son un evento relevante e irremplazable en las competencias electorales, pero tampoco hay que exagerar sus alcances y efectos.

Esa es mi conclusión, después de ser actor y observador de al menos una veintena de ellos. Aquí, mis reflexiones:

1) Asistir o no asistir. Tal es el dilema de la candidata o del candidato puntero. Pero, luego de haberlo experimentado en cabeza propia y observado experiencias ajenas, mi conclusión es que hay que asistir a los debates oficialmente pactados, así se tengan distancias “irremontables” de uno o dos dígitos a favor. Lo menos que las inasistencias proyectan es falta de cortesía a la audiencia, mientras que lo peor es miedo o secretos inconfesables de un clóset prohibido.

2) No hay que ir a todas partes. Suele haber invitaciones a debatir por parte de muchas organizaciones y foros. Sin embargo, solo hay que asistir a los ejercicios que tengan audiencias garantizadas (los organizados por las autoridades electorales, por ejemplo) y a foros con audiencias especializadas, pero con notable repercusión social (medios de comunicación, universidades, foros profesionales o empresariales).

En caso de no acudir, un video de disculpa de tres o cuatro minutos, que justifique la inasistencia y fije el mensaje central de campaña, no le viene mal a nadie: ni al auditorio ni al candidato o a la candidata.

3) ¿Qué tan determinantes son los debates? El umbral de ganancia o pérdida de un debate se puede estimar hasta en cinco puntos. Es decir, me puede dar a ganar hasta cinco puntos, si brillo como el astro rey que fulmina y convierte en cenizas a sus contrincantes, y a la vez deslumbra a la audiencia, o me puede hacer perder hasta cinco puntos, si dejo la silla vacía y al mismo tiempo me exhiben los secretos que tuviese escondidos en el sótano o en los clósets de la casa. En condiciones de competencia cerrada, el debate se vuelve un factor determinante. De no ser así, se convierte en un elemento interviniente, y hasta superviniente, pero no determinante.

4) La teoría del juego. Las y los participantes se mueven con la lógica de la teoría del juego, la cual dicta que el favorito debe jugar a conservar el marcador a su favor; que el segundo lugar hará todo por desbancar al primero; que el tercero tratará de colarse por el punto medio de los dos punteros, y que del cuarto lugar en adelante buscarán la alianza entre sí y apostarán a los errores de los tres de arriba.

El segundo debate presidencial 2024 se movió impecablemente dentro de esa lógica. La puntera, Claudia, cuidó la ventaja, atacó solo en legítima defensa (“corrupta”) y no se enganchó con las frases más provocadoras de su adversaria. Xóchitl se fue a la yugular (“narcocandidata”); buscó derribar a Claudia con preguntas-cáscara de plátano, y se acuarteló en el “mentirosa”, para tratar de colgar algún adjetivo recordable, pero con menos efectividad y crudeza que la etiqueta de “corrupta” con que terminó ayer. Máynez, por su parte, aplicó la del peleador de barrio: cuando veas a tus enemigos pelear, no los distraigas y márchate de puntitas pegado a la pared.

5) Un debate se gana o se pierde en el pos-, no durante su desarrollo. Desde ayer tenemos a disposición una extensa gama de reels, pódcast y contenidos audiovisuales donde los tres se presentan como ganadores del ejercicio mediático. Y no les falta razón. Claudia entró y salió como puntera; Xóchitl se reforzó como segunda opción, mientras que Máynez logró presentar más propuestas que denuestos. La que también ganó, notoriamente, fue nuestra democracia.

 

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