Día de la elección presidencial en los Estados Unidos de América
Con cerca de 160 millones de votos por emitirse, y 100 millones de ciudadanas y ciudadanos que ya han depositado el suyo de manera anticipada, tanto por correo como de manera presencial, el resultado de la elección de este 3 de noviembre en los Estados Unidos de América está aún por definirse.
Aunque el promedio de encuestas que publica RealClearPolitics da un 51.1 por ciento de la intención de voto a Joseph Biden y un 43.9 por ciento a Donald Trump, en un sistema en que los votos del Colegio Electoral, y no los votos populares, definen la elección, habrá que esperar hasta conocer el resultado oficial.
En este momento lo que podemos analizar es cuáles serían las líneas, en materia de política exterior y en su relación con México, que sobre todo el candidato demócrata Biden podría seguir en caso de ganar la elección. Aunque México, hay que recalcarlo, ha estado ausente tanto de los debates entre candidatos como de declaraciones puntuales.
SI BIDEN GANA
Si el candidato demócrata gana, tendrá que atender una larga lista de prioridades que van desde la política exterior hasta el cambio climático, revirtiendo muchas de las decisiones del presidente Trump. Sin embargo, su prioridad número uno a nivel doméstico será presentar un plan nacional para combatir las dos crisis del coronavirus: la sanitaria y la económica.
Si gana, la Cámara de Representantes y el Senado tendrán el camino abierto para diseñar e implementar un plan de recuperación tan ambicioso como el New Deal de Franklin D. Roosevelt, con la diferencia de que en esta ocasión tendrá que rescatar al país no sólo de una crisis económica, sino de una de salud.
A nivel internacional, es probable que se enfoque nuevamente en el respeto a las normas, los acuerdos y tratados internacionales, y que durante sus primeros 100 días de gobierno adopte una multiplicidad de acciones ejecutivas para responder a temas urgentes en política exterior, a fin de tratar de recuperar para los Estados Unidos el papel de “líder del mundo libre”.
En el ámbito multilateral es factible que, con otro tipo de lenguaje, continúe buscando, al igual que Trump, que los aliados en el exterior sean socios, no sólo seguidores, para poder compartir la carga presupuestal en materia de defensa.
A lo largo de su campaña, ha comprometido que, como presidente, regresaría al Acuerdo de París del que los EUA habían programado salir el 4 de noviembre; también al Acuerdo Nuclear con Irán, por el cual Teherán había acordado limitar sus actividades nucleares a cambio de que se le levantaran las sanciones económicas; igualmente, a extender el tratado New START, el único para el control de armamentos que aún sigue vigente, y a ser miembro nuevamente de la Organización Mundial de la Salud y reanudar el pago de aportaciones a este organismo.
En el caso de China, es claro que buena parte de la opinión pública en los Estados Unidos está a favor de poner un freno al avance del gigante asiático, pero Biden probablemente daría más peso a la diplomacia multilateral y bajaría las tensiones, en lugar de magnificarlas con una mayor presencia militar o con sanciones. Aunque no se descarta que China busque una confrontación directa con Biden al inicio de su mandato, provocando una crisis en torno a Taiwán.
En el caso de Cuba, es factible que relaje las restricciones que el presidente Trump impuso nuevamente a la nación caribeña, luego de que en 2014 la administración Obama-Biden buscara normalizar las relaciones con la isla. En el caso de Venezuela, recientemente indicó que otorgaría asilo temporal a las y los venezolanos que están en los EUA, aunque no es probable que elimine las sanciones económicas impuestas al Gobierno de Maduro, y que de hecho iniciaron con la administración de Obama.
La administración Biden probablemente no buscaría un acercamiento con los gobiernos de La Habana, Managua y Caracas, pero lograría el apoyo de los europeos para la defensa de los derechos humanos en esos países.
En su plataforma electoral, Biden ha indicado que tiene la intención de continuar —e incluso reforzar— la política de “Buy American” respecto al consumo de productos hechos en EUA, por lo que se puede vislumbrar una política comercial nacionalista, siguiendo la línea tradicional de los gobiernos demócratas de poco entusiasmo por el libre comercio.
Probablemente dará más juego a los sindicatos de su país que han buscado a lo largo de toda la renegociación del T-MEC encontrar la forma de que un mayor número de empleos se repatrien de México a la Unión Americana.
Según documentos de campaña, Biden desecharía algunas de las medidas más duras implementadas por Trump contra las personas migrantes, poniendo énfasis en una estrategia regional más integral y más centrada en el desarrollo, con la inversión de 4 billones de dólares para combatir, desde los países de origen, las causas que impulsan la inmigración, y con una mayor vigilancia sobre el uso de estos recursos. En su último debate con el presidente Trump, comprometió encontrar mecanismos para legalizar a las y los integrantes del DACA: miles de migrantes que llegaron a los EUA en su niñez y que no han podido legalizar su estatus migratorio.
Vale la pena, sin embargo, recordar que muchas de las medidas fallidas para atacar las causas de la inmigración desde los países de Centroamérica, al igual que el trato duro a inmigrantes, incluyendo las deportaciones masivas y la falta de medidas para resolver la llegada de decenas de miles de menores no acompañados a la frontera sur de los EUA, así como la mayor parte de la construcción del muro fronterizo, iniciaron y se acrecentaron en la administración de Obama, cuando Biden era vicepresidente.
A nivel de su partido, tendrá que convivir y negociar con una fracción liberal que cada vez tiene más influencia y que espera acciones contundentes tanto en política doméstica como internacional. Es factible que algunos de los representantes más connotados del ala liberal, como Elizabeth Warren y Bernie Sanders, ocupen puestos en su gabinete.
SI TRUMP GANA
Es importante recordar que cuando Donald Trump llegó a la Presidencia de los EUA jugó un papel catártico en la articulación de todas las desilusiones de la América Media frente a la globalización, China, la inmigración y las élites liberales, ante las que el establishment demócrata fue particularmente complaciente.
Trump cambió el curso de la política de los Estados Unidos hacia China y redireccionó el marco mental del público norteamericano, señalando que había un desafío chino y que se podía hacer algo al respecto.
Y si bien durante su primera campaña sus comentarios antimexicanos fueron profundamente hirientes, el manejo inteligente y prudente que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha dado a la relación, anteponiendo los intereses nacionales de nuestro país, ha permitido bajar la estridencia, asegurar la aprobación del T-MEC y detener la amenaza de la imposición de aranceles, construyendo una relación funcional, de diálogo y de apoyos mutuos.
El T-MEC es uno de los principales ejemplos de un acuerdo de largo plazo que, luego de intensas negociaciones, Trump apoyó y que ha reconocido como ejemplo de un muy buen acuerdo comercial para su país.
En cuanto a su política exterior con México, es probable que seguirá las mismas líneas de sus primeros cuatro años, y la defensa de la soberanía y seguridad estadounidense pasarán por contener la migración y el tráfico de personas, así como fortalecer el comercio bilateral en un claro entendimiento del valor de la integración económica que han alcanzado las dos naciones.
En cuanto al partido republicano, ya cuando ganó Obama se había analizado la necesidad de un mayor acercamiento con grupos hispanos y de mujeres, pero en lugar de ello el interés del partido se concentró en la clase trabajadora de cuello blanco. Probablemente una de las lecciones de esta campaña presidencial es que destacará nuevamente la importancia de fortalecer la relación con las y los votantes hispanos que han demostrado que no necesariamente se vuelcan a favor del Partido Demócrata. El futuro del Partido Republicano pasaría por atraer más votantes hispanos en un abanico de temas sociales en los que la coalición demócrata es bastante frágil.
Trump ha reconocido el «increíble apoyo que tiene entre la comunidad hispana», a la que califica de «muy trabajadora». En este sentido, ha alabado que las y los hispanos «crean en la libertad y la oportunidad para los individuos y las familias, no en más control y regulaciones de los burócratas gubernamentales», y ha señalado que «no quieren ver a este país adoptar las mismas políticas socialistas que han llevado a grandes países como Cuba y Venezuela a la ruina».
Al margen de todo ello, hoy México sabe que tiene la fortaleza para enfrentar cualquier cambio de discurso, de narrativa y de nivel de interacción con los Estados Unidos de América, y continuar así profundizando una relación que es tan fundamental para nuestro país como lo es para el vecino del norte, en términos comerciales, de desarrollo de nuevos mercados que sustituyan a los asiáticos, de acercamiento con los sectores hispanos y de mexicoestadounidenses en la Unión Americana.
Si bien puede tomar un tiempo adaptarse a otro tipo de narrativa, el Gobierno de México ha demostrado que no está desprovisto de herramientas ni de inteligencia para abordar con éxito esta relación.
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