El rigor de la verdad

Uno de los retos que impone un fenómeno tan dinámico y reciente como el de la pandemia por COVID-19 es su medición. Los países están contabilizando tanto el número de personas infectadas como de fallecimientos, utilizando los sistemas estadísticos previamente instalados, los cuales no necesariamente se pueden adaptar con la misma rapidez con la que el virus se transmite.

En México las estadísticas vitales son publicadas anualmente por el INEGI, y el proceso no es tan rápido como en otros países, debido a la cadena de producción. El hecho de que gran parte del trabajo se tenga que hacer manualmente y que implique una movilidad —que hoy es limitada— entre oficinas estatales, regionales y centrales ocasiona un desfase importante.

Bajo esta lógica es de esperarse que, como ha ocurrido desde hace años, las estadísticas vitales verificadas por el INEGI, en las que se incluirá el comportamiento del COVID-19, no sean publicadas en lo inmediato: en este caso, se estima que ocurra en los próximos meses. A esto se suma que, tal y como consta en un informe de la Secretaría de Salud de 2002, en México la consolidación de un sistema nacional de información en materia sanitaria ha estado pendiente durante un largo tiempo.

Y si bien es cierto que otros países cuentan con sistemas que permiten generar validaciones y publicar la información más rápidamente, también lo es que, en la mayoría de los casos, reportar con exactitud el número de contagios y defunciones provocados por el COVID-19 es un reto sin precedente que está demostrando en todo el mundo que no siempre la ciencia es más veloz que las problemáticas que enfrentan los países.

En Francia y Reino Unido, dos naciones con sistemas de reporte más avanzados y sofisticados que los de México (el rezago de la información en Francia es de una semana y en Reino Unido, de dos), se han detectado subreportes de fallecimientos a causa del COVID-19 que sucedieron fuera de los hospitales y van del 7 al 15 por ciento. Además, un estudio reciente muestra que las cifras de fallecimientos provocadas por el nuevo coronavirus y reportadas en 14 países europeos podrían ser un 60 por ciento más altas que las registradas.

Con el tiempo, cada país tendrá que conciliar sus datos a la velocidad y capacidad que sus sistemas estadísticos le permitan, y si bien una de las lecciones que el COVID-19 nos dejará es la necesidad de seguir impulsando una mayor integración entre los sistemas estadísticos, la realidad es que, independientemente del nivel de sofisticación de las naciones en esta materia, el subreporte ha sido inevitable.

Ésta es una realidad que el gobierno de la República ha aceptado desde el momento de la aparición del COVID-19. Se ha explicado, reiteradamente, que los contagios son calculados con base en el sistema de vigilancia epidemiológica y que, por lo tanto, como en el resto de los países, aproximarnos al número real de casos en México requiere cálculos adicionales. Se ha explicado también que las estadísticas de los fallecimientos a causa de esta enfermedad requieren verificación, la cual, al igual que los datos que se están generando a diario, se darán a conocer de manera transparente.

Llegar a la verdad requiere de un gran rigor científico y moral. El primero ha sido la base para producir la información estadística a un ritmo y periodicidad sin precedente en el país, para ponerla a disposición de la sociedad con total transparencia, todos los días, enfatizando sus características y origen. El segundo, el rigor moral, es algo de lo que muchas administraciones pasadas decidieron alejarse, y que la 4T retoma como uno de sus ejes.

Este rigor moral hace que diariamente se dé parte a la población, de primera mano, para desterrar las prácticas de la información reservada o de guardar para después los datos sobre situaciones difíciles, como lo es esta pandemia. Por ello, todos los días, las y los funcionarios públicos cuyas acciones son cuestionadas por fuentes anónimas o con intereses políticos que se esconden detrás de notas carentes del rigor que tanto exigen, dan la cara para explicar, con base en argumentos científicos y no en sensacionalismo, cómo se está manejando la crisis y cuáles son los métodos utilizados para monitorear su avance.

En lo personal, he acompañado al presidente Andrés Manuel López Obrador por más de dos décadas y soy testigo de la férrea fidelidad que tiene a los principios rectores en los que se enmarca el movimiento con el que llegó a la Presidencia: no robar, no mentir y no traicionar al pueblo. Por esta razón, aunque resultan lamentables, no deben preocuparnos las descalificaciones infundadas de unas cuantas voces que utilizan como megáfono las muy consolidadas estructuras de algunos medios de comunicación. El rigor científico y moral en que se sustenta el trabajo del gobierno de México sugiere que, aunque no debemos bajar la guardia, el país saldrá adelante una vez más.

 

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