Tiempos complejos
“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
Con esta frase, Charles Dickens inició su novela Historia de dos ciudades. Ambientado en los inicios de la Revolución francesa, la trama se desarrolla en dos urbes: Londres y París. La primera representaba el orden, la paz y la calma; la segunda, el caos, la ebullición propia de los conflictos sociales, la violencia y la desesperanza. Se trata de una dicotomía que actualmente puede ser observada en todos los niveles de la vida pública:
Regionalmente: hace unos días se llevó a cabo en México la X Cumbre de Líderes de América del Norte. Los acuerdos alcanzados se enfocan en el fortalecimiento del bloque comercial más grande del mundo, pero el hilo conductor de la reunión fue, sin duda, el control de la migración irregular y el combate a la violencia generada por el narcotráfico.
Estamos en un buen momento de entendimiento entre los tres países de la región, pero también existe el riesgo de apartarnos y polarizarnos: las elecciones presidenciales que tendrán lugar en México y Estados Unidos en 2024, junto con las políticas antimigratorias que el Congreso estadounidense aprobó, vaticinan que los acuerdos presentes pueden ser el combustible político que se convierta en la bandera electoral de quienes busquen alcanzar la presidencia en el país vecino.
Nacionalmente: Antonio Gramsci escribió que “las crisis consisten precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer.” En esa etapa, conocida como interregno, nuestro país se sitúa en la actualidad.
Para México este puede ser el mejor de los tiempos, porque finalmente contamos con un Gobierno legítimo y democráticamente electo. Sin embargo, también estamos ante el peligro de que el rumbo se pierda, debido a la polarización que proviene tanto de fuerzas externas como de internas al movimiento que hoy rige en el país; así lo muestran los acontecimientos nacionales con que inició el 2023.
Ejemplo de cómo la polarización puede desviarnos del rumbo deseado fue lo ocurrido después de la reciente detención de Ovidio Guzmán. Se trató de un golpe significativo a la delincuencia organizada transnacional; sin embargo, la importancia del hecho fue minimizada y prevaleció la discusión violenta sobre la legitimidad de la acción, su origen y sus consecuencias.
Lo mismo sucedió en el proceso de sucesión de la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con la llegada de la primera mujer al cargo, Norma Piña, hecho que, al igual que la importancia de continuar con el proceso de reforma al interior del Poder Judicial, fue eclipsado por la guerra fratricida.
Ambos episodios, distintos en su naturaleza, muestran que la polarización puede alejar de sus objetivos a la sociedad y al Gobierno, colocándolos en posiciones sin salida que poco abonan para solucionar los problemas y retos que se enfrentan.
Localmente: este año, elegirán a sus gobernantes el Estado de México —considerado el laboratorio electoral nacional— y Coahuila. Actualmente, MORENA y aliados gobiernan 22 entidades federativas, y el proceso comicial de 2023 podría aumentar la cifra a 24, es decir, el 75 por ciento de los estados del país.
Se trata de un momento sin precedente para la izquierda mexicana, que contrasta con las dificultades y complejidades que los ejecutivos locales enfrentan para poder gobernar en momentos de dificultades económicas, sociales y políticas. Como ejemplo, están los accidentes ocurridos en el metro de la Ciudad de México, las consecuencias del combate a la violencia y delincuencia que diversas administraciones estatales enfrentan y la aplicación de presupuestos que resultan escasos para solventar las problemáticas de las entidades federativas.
Todo esto sucede en el contexto político propio de 2023. En diciembre, los partidos y las coaliciones que se formen eligirán a sus respectivos candidatos o candidatas a la Presidencia de la República. El proceso aún no inicia y, sin embargo, ya presenta lo que se puede convertir en vicios y faltas a la Constitución: la presencia de espectaculares y bardas que promocionan la imagen de aspirantes conforman una campaña que, además de adelantada y riesgosa para el Estado de derecho, representa un riesgo para el proceso de consolidación democrática que se está llevando a cabo en el país.
Por el bien de México, este proceso se tiene que alejar de la ilegalidad y de la polarización, y acercarse a la reconciliación. Debe permitir a la ilusión imponerse al pesimismo; a la congruencia, frente a la necedad, y a la paz, delante de la violencia. En todas y todos está, especialmente en la clase gobernante, dar paso al mejor de los tiempos, a la primavera de la esperanza.
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